1: Primer contacto

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Para mamá, que me dió vida. Y para ti, que me lees, porque todos tenemos algo especial. <3

PRIMERA PARTE: MALDITOS
***

PRIMER CHICO
Creímos que todo acabaría con su muerte, que cualquier cosa que hubiese dicho o escrito se perdería para siempre en la maldita caja de madera en la que lo enterraríamos y que, a partir de entonces, aunque nadie lo dijese en voz alta, podríamos vivir en paz.

O al menos, sin el temor a que nuestra vida cambiase de un momento a otro y todo lo que logramos a base de mentiras y uno que otro desatino, se fuese directamente al traste de la noche a la mañana.

Lo creímos, en serio, cómo lo creímos. Y cómo nos equivocamos.

Porque a pesar de que él ya no estaba en el mundo de los vivos físicamente, había dejado una estela de su paso, una estela que nos arrastraba a todos hacia las sombras y parecía querer que pagáramos todo lo que causamos.

Y me pregunto si no es esa una forma en la que mermaría la lista de sus pecados, entregándonos. Maldito miserable, no me extrañaría.

Me pongo en pie cuando el reloj de la pared da las seis de la tarde. No me gustan los relojes, jamás me han gustado, ese su sonido tan desesperante y tan burlesco. Tictac tictac tictac, tu vida acabará.

Al menos la de él ya acabó y es hora de que nos pongamos en marcha, de que hagamos presencia en el velorio y que hablemos a las personas que lleguen con lágrimas en los ojos y les hagamos creer que lo queríamos, que era un chico bueno y que de haberse ido es seguro que iría al cielo.

Solo que nadie que de verdad lo conozca creería eso, no, porque cada cosa que hizo en vida la impulsó el egoísmo, la ambición, el desenfreno y la ira. Creía que era superior a todos, que merecía lo que pudiese pedir. Pero no. Lo único que mereció fue lo que tuvo al final: la muerte.

Doy un paso hacia el frente y entonces todo mi mundo entra en una especie de vacilación. Siento palpitaciones en la cabeza y lo que veo frente a mí es la sala de mi casa, pero no solo eso, hay dos salas más, las tres mezclándose y separándose con asombrosa rapidez. Las tres salas son de colores diferentes: rojo, azul y verde. Y a pesar de que es el mismo sitio, los mismos muebles, siento que pertenecen a tres mundos diferentes.

Cierro los ojos con fuerza y espero que la alucinación se vaya, que la sensación de asco por mí mismo desaparezca, pero no basta. Dentro de mí siento como si varias hormigas corriesen desde la planta de mis pies hasta mi boca y peleasen por salir, por ser libres.

Doy una arcada y abro los ojos sin querer.

Entonces también grito de terror.

En el piso hay un líquido espeso y hediondo, que me recuerda ligeramente al interior de la letrina vieja en la primera casa que tuvo mi abuela. El líquido parece palpitar, como si un ente tuviese vida en su interior, como si miles de corazones estuviesen trabajando a la vez... Y hay algo ahí.

Primero una mano, saliendo lentamente, llena de pústulas y de sangre reseca. Siento ganas de vomitar otra vez y me contengo, porque sé qué es lo que viene, conozco el rostro del ente que está debajo de toda esa inmundicia, aunque no quiera.

Los tres espacios colisionan violentamente y cuando pienso que el mundo que creo real regresó y ya no hay nada, siento una mano asquerosa que toma mi pie y aprieta, aprieta y jala.

Todo está bien en la sala, pero el piso aún son los restos fétidos de alguien que está pudriéndose hace mucho.

Cierro los ojos otra vez y aprieto con fuerza mi cabeza, haciendo caso omiso de la mano que me quiere arrastrar a las profundidades incognoscibles. Jalo de mi cabello y grito, porque no quiero escuchar ese leve susurro que surge de la garganta sucia del ente que me llama.

ÉRAMOS CINCODonde viven las historias. Descúbrelo ahora