14: Poseído

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ÁNGEL
Veo a alguien, es un chico. Tiene dos ojos serios, que brillan con gris intensidad, viendo hacia un cielo estrellado, mientras sonríe con gesto despreocupado.

No está solo, no, hay otras personas con él. Algunos solo se me antojan a sombras, pero hay dos siluetas que reconozco de inmediato: la de Michael y la mía.

En el cielo, entre tantas estrellas titilantes, hay una que brilla con más intensidad. Es la estrella que todos están viendo en ése momento, quietos, antes de empezar a avanzar lejos de ahí.

Tras ellos veo humo, un humo denso que cubre mi vista y la nubla y hace que me olvide de dónde estoy.

—¿Crees que éste es el fin?

La pregunta viene de una voz que jamás he escuchado en mi vida, una voz joven y llena de esperanza a pesar del cansancio que se puede entrever en su tono. La pregunta la hace un chico.

No hay una respuesta, nadie le dice nada. Y los murmullos de los grillos, las risas nerviosas, las voces lejanas, todo se pierde y se aleja en la niebla. Ahora lo que escucho es otra voz, también de chico, una que sí conozco.

Tomas.

—¡Ángel!

Regreso a la realidad, ésta realidad en la que siempre he vivido, y es como si literalmente acabara de ser catapultado hacia mi propio cuerpo. Como si por primera vez fuese consciente de mí mismo.

Estoy quieto, frente a un ataúd abierto. En mi mano derecha tengo un sobre (sé que es blanco y que tiene mi nombre como destinatario), con la mano izquierda presiono la mano de alguien más (sé que es Tomas y ha visto lo mismo). Y sé otra cosa más: estoy asustado, realmente asustado.

—No está, no está el cuerpo de Andrés.

Eso lo sé, ya me he dado cuenta de eso. Fui yo quien levantó la tapa de un ataúd que no queríamos que se abriera, porque antes creímos que el fantasma de Silvia estaba buscando cómo poseer a un cadáver, así que lo sé.

Suelto la mano de Tomas y suelto también el sobre, que seguramente ya cayó pero no ha provocado ruido alguno. Coloco ambas manos en el ataúd vacío, buscando una explicación, algo que le dé sentido a éste puto giro.

Cuando estaba a un paso más cerca de entender el enredo que Andrés nos dejó, cuando tenía clara la manera en la que acabaría con el fantasma de Silvia (si es que es ella), la llave desaparece. Es estúpido. Es estúpido porque, mierda, un cadáver no puede desaparecer de un momento a otro.

—¿Crees que alguien se lo llevó?

Tomas se aleja un poco del ataúd, pero se le ve pálido y asustado.

—Alguien debió llevárselo, Tomas. Un cadáver no sale del ataúd y se va de paseo.

Pienso en mi papá, que se fue a paseo y no ha regresado ni para saber si sigo vivo. Por un instante agrego ese detalle a las razones por las que estoy furioso justo ahora.

—¿Crees que hay alguien más? O sea, lo dijiste, pero hasta este momento empiezo a considerarlo posible.

—Lo hay Tomas. —Vacilo, pero aún así agrego–: Tiene que haber alguien más, porque sino eso significa que nos estamos volviendo completamente locos. Un cadáver, Tomas, ¿cómo se desaparece un cadáver?

—Quizá es la persona que mató a Andrés... Quizá quiere destruir las evidencias.

—Aquí estaba, maldita sea, aquí estuvo todo el tiempo. —Digo, señalando el ataúd.

ÉRAMOS CINCODonde viven las historias. Descúbrelo ahora