MICHAEL
—¿Michael? ¿Dónde estás?
Es de noche. O quizá de día, pero está oscuro y no alcanzo a ver nada, ni siquiera mis dedos aunque los tuviese frente a mis ojos. Bueno, para eso tendría que poder moverlos, cosa que no puedo, tomando en cuenta las condiciones y el dolor que siento en todo el cuerpo, en especial en la cabeza.
Si tuviese que decir qué partes del cuerpo son las que más me duelen, diría que el orden ascendente es éste: costillas, piernas, manos, orejas y la cabeza. Gritaría de dolor, pero es como si hubiese perdido la voz. Incluso, el ruido lastimero que sale de mi garganta, hiere en su camino de salida y prefiero no decir nada. Mi ojo izquierdo está levemente cerrado, lo siento, así como siento que me he zafado el brazo derecho y quizá tenga unas costillas rotas.
Como mi brazo derecho sigue sobre mi pecho, sin moverse, aún no siento ni las punzadas ni el dolor ahí. Hay dos o tres cortes en mis mejillas y en mis pantorrillas, la nariz me sangra y sé que debe estarse secando la saliva de mi frente.
Estoy acostado, como si en verdad estuviese descansando, solo que esa palabra me parece un engaño en este estado. Lo peor de todo, eso sin pensarlo, es la negrura.
Nunca me ha gustado la oscuridad. Es como si volviese a estar dentro del útero, luchando contra las pinzas que buscan despedazar mi cuerpecito a medio formar. O, como si estuviese saliendo del cuerpo de mamá, tan solo meses después. Primero entre sombras, luego con tantas luces y colores y ruidos que me siento perdido y sé que me irá mal.
Porque siempre me fue mal, casi desde que lloré en brazos de la partera y luego en las manos de mi madre. He escuchado eso de tener una buena estrella o no, y en todo caso lo que yo tuve dibujado en la frente fue una mierda, porque solo así explico la zorra de madre que me tocó y la vida miserable que llevé a su lado.
Y no solo se trata de gritar porque tienes hambre y hay un líquido ardiente en tu estómago, ni de que la gente de tu colegio te vea por encima del hombro e incluso las niñas te insulten o que debas quedarte más tiempo en la calle porque eso es mejor que tu propia casa, hablo también de los golpes, del dolor, de la humillación. Y sobre todo, de la sangre y la negrura.
Aunque, como ironía de la vida, la oscuridad ha sido mi mejor amiga. O al menos mi mejor aliada. Me salva, como me está salvando justo en este momento, en que estoy oculto, acostado como si fuese a dormir y sin moverme por temor a hacer ruido o provocarme más daño.
Respirar duele, mantenerme despierto duele, seguir viviendo duele. Y por un segundo contemplo la idea de que quizá irme de una vez por todas sea lo mejor, morir.
Debí morir el día en que mamá quiso abortarme. Cuánto no nos hubiésemos ahorrado, pero no, ella se tuvo que arrepentir. Salió corriendo, gritando como loca, con las manos hacia adelante para no golpear con nada y así salió a la calle: desnuda, llorando. Y jurando que me tendría, que sería una buena madre.
Supongo que las promesas hechas sin pensar no tienen base a futuro, porque aquí estoy, a medio morir y la buena madre que supuestamente sería no ha llegado todavía. Y, aunque no me guste, supongo que jamás llegará. Al menos no conmigo. No me abortó, eso lo valoro, pero su ayuda no debió acabar ahí.
—Michael, no te ocultes de mí, que me pone de mal humor y lo sabes.
No me muevo. Cierro los ojos con fuerza ya que de todos modos nada veo y ruego a Dios, si es que existe y está en el cielo o donde sea, que me salve de esto, le digo que ya no aguanto más y que espero se apiade. Pero seguro no me ha oído, porque escucho los pasos acercándose y el suave y peligroso roce del cinturón sobre el piso.
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ÉRAMOS CINCO
Mystery / ThrillerUn suicidio inesperado que reúne a un grupo de amigos marcados por un trágico pasado y por un crimen. Entonces empieza una carrera contra reloj para salvarse de lo que viene por ellos, para salvarse de sus secretos y de la muerte. ¿Podrán terminar l...