7: Separados

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MICHAEL
Hay una garra alrededor de mi garganta, una garra que no me deja hablar. Aunque, aún puedo escuchar, y esos golpes en el interior del ataúd de Andrés no me gustan en lo absoluto.

Quizá Silvia no pudo con ninguno de nosotros, quizá ya no tiene esa potestad, y ahora lo que le dejamos fue poseer a Andrés.

Si hay una forma de parar con esto, si Andrés dejó una carta y esa es la última indicación suya, no dudaré ni un segundo en hacer lo que me pida.

Creo que solo yo soy consciente de que nuestras vidas están en juego y hacia el final de la noche, no será posible que todos sobrevivamos. De hecho, apuesto a dos de nosotros: Daniel y yo.

Creo que él tiene un plan, que si nos quiere llevar hasta el departamento de Silvia es por un motivo. Recuerdo lo que dijo Ángel cuando vino a esta casa, el hecho de que Andrés y Silvia nos querían muertos. Con los últimos descubrimientos sé que eso no es cierto, pero lo que no puedo negar es que quieren nuestras vidas y hay un orden: yo, Tomas y Daniel. Eso si Ángel nos matará en su nombre, sino, él debe morir antes que yo.

No quiero pensar en cuánto nos ha ocultado Ángel ni qué tanto es verdad con sus confesiones, pero tampoco quiero morir, no de esta forma. Puedo aliarme con Daniel, no me interesa lo que haya hecho para enojar al fantasma ni qué es lo que nos debe decir. Él es fuerte y yo lo pienso ayudar, porque también es mi boleta para sobrevivir.

Claro, si primero salimos de esa maldita casa a oscuras que huele a flores. Iremos al departamento y cuando lo encontremos, cuando la carta esté en nuestras manos, le haremos frente a Silvia, todos juntos, le haremos pagar el mal rato que nos ha hecho pasar. Sin embargo, si alguien deberá morir, serán ellos, los más débiles.

La garra alrededor de mi cuello, la garra viscosa y helada, afloja su agarre y poco a poco disminuye. Escucho golpes en el ataúd, mi respiración agitada y un murmullo de voces que se aleja. La casa sigue a oscuras y de los demás no sé nada, no los logro escuchar.

Después de que Tomas hablara, todo quedó suspendido en el silencio.

—An... An... ¿Andrés?

Supongo que lo que sea que les pasó a los demás ya no tiene poder sobre ellos, porque Ángel ha podido hablar, con la voz pastosa pero habló.

No quiero ni saber por qué ése es el primer nombre que dice. Muevo uno de mis brazos y descubro que tengo potestad sobre mi cuerpo otra vez.

—¿Chicos, están bien? ¿Están todos bien?

Ahora es Daniel. Parece estar tranquilo y en movimiento, lo cual reafirma mi idea de hacer un pacto con él para salvar nuestras vidas. Necesito que sepa que yo soy una buena apuesta, que me puede necesitar más adelante.

—Estoy bien. —Digo.

—Al menos puedo hablar y moverme. —Interviene Ángel.

Tomas no dice nada y siento miedo por él. Es el más débil, el que más quería a Andrés, el pobre chico al que molestábamos y quien luego se convirtió en nuestro amigo. Y ahora está aquí, vulnerable, en peligro. Creo que, más allá de mis deseos de sobrevivir, él es el único que realmente no merece morir.

—Es él. —Dice por fin— El ataúd, el ataúd, ¡es Andrés! Esa perra malnacida profanó su cuerpo.

—No. —Respondo yo, convencido tanto de esa negación como de lo que diré a continuación— Andrés no se dejaría poseer, ni vivo ni muerto. Él es más que eso.

El aroma a flores silvestres parece más... lejano. Aunque bien podría ser solo mi imaginación. Y las voces, las voces que murmuraban alguna maldición, de alguna forma es como si ya no estuviesen ahí. Como si alguien las hubiese...

ÉRAMOS CINCODonde viven las historias. Descúbrelo ahora