Capítulo 41

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En el desayuno, apenas toco la comida

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En el desayuno, apenas toco la comida. No me siento con apetito después de la llamada de Ian. Mi mente no para de darle vueltas al asunto, y entre más lo pienso, más me frustran las posibilidades. ¿Qué puede ser lo que Philip oculta? ¿Es tan malo como para llegar a este punto?

El monólogo de Ian se repite una y otra vez en mi cabeza.

«...saca el tiempo para arreglar tu mierda por ti mismo...»

«Ve a la casa y haz las cosas como deben ser...»

El sabor amargo en mi boca no se quita, pero trato de sonreír y asentir cuando los demás se dirigen a mí, aunque no creo que pase desapercibido el hecho de que tengo la cabeza en otro lado.

«Ve a la casa». Solo puedo pensar en una casa: esa donde está Chicle, y entonces eso me hace sentir aún más angustiada porque no olvido lo extraño que se pone Philip siempre que ese tema sale a colación.

Cuando aseguro que he terminado de desayunar, Philip y yo nos disculpamos con los demás diciendo que debo recoger mis cosas para ir a casa de mis padres. Lo cual no es mentira, sin embargo, sé, por la mirada que él me da, que se ha dado cuenta de que algo no va del todo bien y quiere averiguar qué es.

Con su mano apoyada en mi espalda baja, subimos las escaleras hacia la segunda planta. Entramos en silencio a su habitación. Echo un vistazo rápido alrededor del amplio espacio: tres de las paredes son azul marino y la restante es blanca, hay decoraciones y cortinas a juego, estanterías llenas de libros, revistas, carpetas y proyectos que Philip aún conserva de sus días universitarios, al igual que un par de increíbles maquetas de edificios que él diseñó. En una esquina se encuentra un escritorio con una computadora junto a la maqueta de un coliseo sin terminar y apiñados en un rincón están un grupo de lápices, compases, marcadores y otros artículos cuyos nombres desconozco. Junto al escritorio tiene una mesa de dibujo con un plano y encima, en la pared, hay un tablero de corcho en el que ha colocado dibujos y fotos con chinchetas que ayer tuve el tiempo de detallar. Incluso hay una foto de nosotros dos allí.

Me detengo frente al tablero de corcho, por un instante sonrío con las fotografías y los dibujos. Todo lo que he conocido de este hombre solo me ha hecho caer por él; hace poco incluso insinué, sin planearlo, que mis sentimientos involucran la temible palabra con A. Y ahora estoy aterrada porque sé que no hay vuelta atrás, sé que estoy irremediablemente enamorada de él y sé también que una desilusión en este punto sería dolorosa. Philip oculta algo, pero la parte más optimista de mí, la que está segura del hombre con el que he compartido los últimos meses de mi vida, quiere creer que no es tan grave. Confío en él porque necesito hacerlo, porque no puedo no otorgarle al menos el beneficio de la duda.

Sus brazos me rodean por detrás y deja un beso en mi cuello, lo que me provoca cosquillas.

—¿Estás segura de que estás bien? ¿Llegaron tus padres y tu hermano?

Jamás digas nunca [T.I.M. #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora