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Anastasia.

No es hasta poco antes de aterrizar cuando me entero a dónde se dirige el vuelo: estoy en Detroit.

Como se me indicó, espero en el avión sin moverme, todos los pasajeros bajan y una de los sobrecargos me mira curiosa sin decir nada, me parece que las gafas hacen que llame más la atención de lo necesario, me las quito y las dejo en mi bolsillo, me siento tentada a salir, pero lo mejor será hacer caso de las instrucciones de Taylor, además la espera termina cuando un hombre todo vestido de negro entra y me mira directamente.

-¿Anastasia?

Me pongo de pie, el me examina de pies a cabeza y me tiende una mano.

-Tenemos que irnos.

Mi equipaje y yo somos lanzados en una vieja camioneta pick up, esta vez puedo decir que mi acompañante es más agradable, se llama Chad y estuvo en el ejército con Taylor, al parecer le está haciendo un favor, el hombre se guía por un GPS entre las calles vacías, ahora me doy cuenta que hay tres horas de diferencia con Seattle y aquí son cerca de las cinco de la mañana, me pregunto si Christian habrá llegado ya a casa y luego me reprendo a mí misma por pensar en él, seguro se habrá ido a quedar a un hotel o algo así.

-Es aquí -dice Chad después de un rato que llevábamos en silencio, paramos en una casa de un piso, se ve pequeña. -Vamos, seguro estará cansada.

Lo cierto es que sí, pero la inquietud que me sacude el cuerpo no me deja descansar, me siento bastante alerta mientras bajamos y vamos a la puerta, esperaba que él llevara un juego de llaves para abrir la puerta, pero toca el timbre haciendo que me sobresalte, poco después me abre una mujer bajita, cabello cortísimo que va en bata y pantuflas, nos sonríe y toma mi maleta que está en el porche.

-Pasa, te estaba esperando.

Le doy las gracias a Chad pero él ya está volviendo a su auto, así que entro en la casa, el corazón se me acelera, me sudan las palmas y lo único que quiero en este momento es volver a casa, meterme a la cama y abrazarme al pecho de mi marido, pero ahora es tarde, estoy aquí y lo estaré por un tiempo.

-Vamos, es tarde y tienes que dormir.

Soy conducida a pocos pasos de allí y entro en una habitación que es aún más pequeña a la que tenía en el departamento de Kate, ahora que pienso en ella debí contarle que me iba, se va a volver loca, también José, y mi madre...

-Hay más mantas en el armario, estaré en la habitación de al lado si necesitas algo.

La puerta se cierra tras ella y ahora estoy aquí sola, solo me saco las deportivas para después dejarme caer en la cama, hace frío, el colchón se hunde con mi peso, no se escucha ni un ruido al rededor, ojalá tuviera mi móvil o el IPad, lo que sea para distraerme, para no pensar en Christian.

No me muevo de la cama, me quedo tendida mirando al techo intentando no pensar en nada, el tiempo transcurre y me parece que pasa muy poco rato hasta que la luz del día comienza a entrar por la ventana, es entonces cuando comprendo que es inútil seguir así, me levanto y salgo de la habitación, la casa está en penumbra, no es muy grande, solo veo la puerta que da a la otra habitación, el recibidor que hace de sala con unos muebles pequeños pero que parecen nuevos, del otro lado solo una barra de desayuno divide un pequeño comedor para cuatro personas de la cocina, veo un refrigerador, una pequeña estufa y el fregadero, hay unas cuantas alacenas que me tomo la molestia de revisar: están llenas de comida, al igual que el refrigerador, me parece raro ya que solo la mujer que me recibió parece vivir aquí; saco un cartón de leche y agrego una barra de chocolate, sé que debo comer ahora especialmente que estoy embarazada, acaricio mi barriga, ahí es donde empezó el problema.

No mires atrás | Christian y AnaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora