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Anastasia.



-Feliz año nuevo querida, será un maravilloso año, ya lo verás.

-Lo sé, gracias Lorraine.

-No tienes que darlas, en fin, mañana estaré por ahí a primera hora, cómete esa tarta de chocolate y ve a dormir después de las doce campanadas.

-Creo que estaré antes en la cama, pero lo intentaré.

-Buena chica, hasta mañana.

Con un poco de suerte no la vería mañana y algún día me disculparía por eso, volví mi habitación y terminé de guardar mis cosas, me puse el vestido nuevo, mis nuevas y cómodas botas, me eché todo el dinero en la cartera que guardé en mis bolsillos junto con el móvil y llevé todo a la sala, las casas cercanas tenían música y podía escuchar familias reírse y celebrar en los jardines a pesar del horrible frío que hacía, intenté llamar a Taylor unas horas antes y volví a hacerlo ahora sin tener respuesta, también le había enviado un mensaje del que no había recibido respuesta.

Voy a regresar.

A las diez treinta encendí el televisor y apagué todas las luces menos la de la cocina, estaba ahí comiendo un poco de la tarta que Lorraine me había traído y esperaba con ansias el sonido del algún auto, si el taxista no venía podía ir a casa de alguno de los vecinos a pedir que me dejaran usar un teléfono y lo pediría desde ahí, aunque seguramente ya estaban advertidos de echarme un ojo.

-Mañana, el primer día del año estaré en casa... estaremos en casa Blip -me acaricié la barriga. -Quizá no sea la mejor bienvenida y todos van a querer matarme nomas verme, pero no me importa más.

Poco antes de las once finalmente me sobresaltó el sonido de un claxon, me apresuré a ir a la puerta y ahí estaba el hombre del taxi abrigado hasta las cejas y con mirada expectante, mis manos sudaron cuando le pasé las maletas, me eché la mochila a los hombros y miré la pequeña casa que me había servido como un refugio esos días, luego solo cerré la puerta y me dejé llevar al aeropuerto, el hombre se mostró muy parlanchín y animado, me dijo que su nombre era José y le comenté que mi mejor amigo tenía ese nombre también y se lanzó a darme una charla sobre las comunidades latinas ahí; el trayecto fue lento porque abundaba el tráfico en la salida hacia el aeropuerto, y aún después de entrar tomó cinco minutos que pudiéramos acercarnos a al entrada por la larga fila de gente llegando y saliendo del lugar, ya ahí bajamos mis maletas a prisa y le di el dinero acordado además de un extra y el me regaló una sonrisa.

-Feliz año nuevo señorita.

-Igualmente.

El aeropuerto estaba abarrotado de gente, tuve que abrirme espacio entre la multitud hasta las aerolíneas y la mala suerte no me ayudaba ya que en las primeras tres no había ni un solo vuelo a Seattle.

-Quizá pueda tomar un autobús -me sugirió una chica detrás de un mostrador.

No era una buena opción, debía ser más de un día de camino y con la vejiga obligándome a ir al baño cada poco no iba a funcionar, seguí formándome entre las aerolíneas y luego de tres intentos más encontré un asiento en un vuelo que hacía una escala, el precio era casi el triple de lo normal y los ojos del chico brillaron cuando pagué en efectivo, documenté mi equipaje y pasé a la sala de abordaje, cuando atravesaba las puertas divisé un chico delgado con cara de miedo que parecía iba llorando, no parecía mayor y posiblemente estaba perdido.

-¿Estás bien? -dije deteniéndome a su lado.

Me miró con los ojos muy abiertos como un conejillo asustado, retrocedió un paso y cruzó sus menudos brazos.

No mires atrás | Christian y AnaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora