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Christian



-No sé conducir.

-Sí sabes.

-No tengo permiso, iba a hacer mi examen en un año.

-Legalmente tienes veintiocho años, claro que tienes permiso -gruñó Ana. -Sino te sientes capaz lo haré yo, hazte a un lado.

-Maldito momento para que Taylor se fuera a hacer la compra -dije y metí las llaves al contacto. -Bien, recuerdo algunas lecciones que me dio papá, y recuerdo ver cómo lo hacía Elliot.

-Solo arranca.

-Sí, lo haré.

Concentré todos mis sentidos al máximo, estaba alerta por todos lados y iba por lo bajo del límite de velocidad, quizá a unos treinta kilómetros por hora, mi padre me había dicho siempre que conducir debía hacerse como al comer un helado: sin prisa por llegar al final. Excepto que esta vez sí tenía algo de prisa.

-Podrías ir un poco más rápido.

-Claro, creo que sí -pisé un poco más al acelerador. -Listo, mucho mejor.

-Vamos a llegar al hospital para cuando el bebé vaya al jardín de niños.

-Okay, lo entiendo -tomé aire. -Sujétate.

Esta vez aumenté la velocidad de verdad, aunque la bajaba drásticamente cuando llegábamos a una curva, Ana fue en silencio todo el rato, no sé si estaba nerviosa, furiosa o a punto de reventar. Quizá una combinación de las tres cosas; llegamos unos veinte minutos después, aparqué el auto entre dos lugares porque ya estaba demasiado ansioso así que me apresuré a salir y rodear el auto para ayudar a bajar a Ana, ella ya tenía la puerta abierta y los pies en el suelo, estiré mis brazos y alzó una mano para detenerme.

-Dame un minuto.

Respiró varias veces para calmarse, sé que le dolía, había estado teniendo contracciones desde el día anterior, Taylor nos había llevado al hospital, luego de revisarla le dijeron que comenzaba a entrar en labor y nos mandaron de vuelta a casa hasta que se hicieran más intensas o seguidas, ahora eran cada cinco o seis minutos y duraban más, al llegar nos pasaron a una habitación para chequearla, la doctora dio el visto bueno y dijo que la ingresarían de inmediato.

-Tengo que llamar a mi madre -dijo Ana cuando estuvimos instalados en la habitación. -Y a Kate, a José...

-¿Puedes hacerlo tú o necesitas ayuda?

-Solo estoy de parto, no me he vuelto inútil de repente.

-Lo sé.

Ella soltó una carcajada, le pasé el móvil pero antes de usarlo se puso una mano en la barriga, creí que sería otra contracción pero solo se la acarició.

-¿Entonces tenemos el nombre, cierto?

Asentí animado, habíamos hablado de eso cuando iniciaron sus contracciones, ella quería que llevara el nombre de su padrastro que era el hombre que la había criado y yo quería que llevara el nombre de mi abuelo, le tenía mucho cariño y me había ayudado mucho de niño, me encantaba pasar tiempo con él en el huerto de manzanos.

-Theodore Raymond -dije.

-Así es -ella sonrió. -Me encanta.

-Y a mí.

Y la verdad es que tenía miedo, un miedo que aumentó a cada hora que pasaba, sabía que iba a tardar pero no tanto, Ana comenzó a querer caminar luego de una hora de estar ahí, la acompañé un rato pero luego volví a la habitación, ella se sentaba en una pelota gigante o solo se recostaba a respirar, vinieron a verla un par de veces, cada par de horas decían que aumentaba la dilatación y que iba bien, pero para mí solo iba peor, cuando llegó la noche me sentía agotado y ella estaba sudada y exhausta.

No mires atrás | Christian y AnaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora