Dolor, parto y Eithan

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Cuando entras a la sala de urgencias tu corazón ya no late. Le tocas al pecho y sigue latiendo, pero la respiración no es la misma y los latidos tampoco.

Espere, caminando de la mano de Eithan, treinta minutos más. Porque apenas tenía tres centímetros de dilatación.  

Eithan se había quitado la toga y el saco de su traje. Tenía varios botones abiertos y la camisa remangada hasta los codos, que si fuera otra ocasión lo vería ardiente. Me miraba todo el tiempo con esos ojos que me daban algo de paz entre todo aquello.

Le odiaba, pero un odio del bueno.

Joe llego con las cosas justo antes que me llevaran a la sala donde era el momento. Todos me desearon la suerte del mundo y solo Eithan, mi madre y papá me acompañaron. No quería soltar a Eithan, por lo que nos dejaron cambiarnos juntos. El me ayudo con el vestido ya que no podía estar de pie mucho tiempo. Le quite la camisa y entre ambos nos vestimos en silencio, como la primera vez.

Quería quedarme con el todo el tiempo, pero para montarme en la camilla me dejaron sola. Fueron los minutos más largos de mi vida.

Entonces Eithan volvió a mi rápidamente, con la gorra de enfermero y una mascara tapándole esa bonita sonrisa.

-       Dame un beso de la suerte – dije.

Me beso tiernamente, como hace tiempo debía ser besada.

-       Te quiero. – me dijo.

-       Te quiero también. – le dije.

Me tomo de la mano cuando me pusieron una inyección del dolor, que no recuerdo su estúpido nombre. El dolor disminuyo y me drogo un poco.

Llego el momento en que me abrí de piernas. Eithan estaba a mi lado dándome su brazo para cualquier cambio de dolor. Mis padres del otro lado, vestidos exactamente igual que Eithan y llorando como Magdalenas.

Eithan estaba a punto de llorar también.

-       Muy bien, princesa – dijo el doctor Gómez. – Tienes diez centímetros lo que significa que es la hora de pujar.

-       Esta bien.

-       ¿Estas lista?

-       ¡No!

Y empecé a llorar de nuevo.

El dolor era inexplicable. Solo una mujer que ha tenido hijos puede saber que se siente ese ardor desde dentro hasta fuera.

El doctor repetía que pujara cada dos segundo, pero el dolor nunca cesaba. Me sentía demasiado débil para poder seguir.

Eithan me sostenía la mano todo el tiempo, diciéndome cosas bonitas que no recuerdo.

Era el dolor. El increíble dolor.

-       Tiene hemorragia – dijo el doctor. – Necesitamos hacerle cesárea.

Todo lo demás paso demasiado rápido.

Solo recuerdo a Eithan separándose de mi. 

Terriblemente embarazadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora