Capítulo 11: Las revelaciones de una interna

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Aquella tarde, en clase de Ciencias, René Curcuff volvió a ser reprendido:

-¡NO, NO y NO! ¡La Tierra gira alrededor del sol y no al revés! ¡Y tarda un año en hacerlo, no un día! -bramó fray Augustus-. Ya me tiene harto, Curcuff. No sé de qué me sirve desgañitarme un dí­a tras otro si usted no pone de su parte. ¡Es usted un asno, un burro y además, un vago! Pero no crea que seguirá haciéndonos perder el tiempo. ¡No lo crea!

A la salida, Pascal Legrand abordó al muchacho y le comunicó sus temores respecto a la leyenda con la esperanza de que Curcuff se aplicase en los estudios.

-¡Oh, vamos! ¡No empecéis otra vez con vuestras historias! -replicó Curcuff, evidenciándose la poca fe que daba a las palabras de Legrand.

Tras la reprimenda con la que el maestro le habí­a ridiculizado ante toda la clase, Curcuff necesitaba demostrar que no era tonto y que no iba a dejarse engañar tan fácilmente.

-Curcuff, hazme caso y empléate a fondo lo que queda de evaluación. ¿Me lo prometes? -insistió Legrand.

-¿Crees que voy a dejarme engañar?

Joan se acercó e intervino para sorpresa de Legrand:

-Tienes razón, Curcuff: no le hagas caso. Te está tomando el pelo.

-¡Ya lo sabí­a yo!

-¡Pero... Joan! -protestó Legrand, que no salía de su asombro.

-Déjalo ya, Legrand. Todo el mundo sabe que no son más que leyendas.

-Pero... pero...

-Si me disculpáis, tengo que marcharme -se despidió Curcuff-. Tengo cosas más importantes que hacer que escuchar bobadas.

Curcuff marchó, convencido de que Legrand había tratado de engañarle.

-¡Joan! -exclamó Legrand-. ¿Por qué has hecho eso?

-Porque aún no estamos seguros de lo que ocurre en el internado. Además, no conviene levantar la voz de alarma. No harí­amos más que hacer cundir el pánico y así­ es muy difí­cil concentrarse para estudiar.

-Tienes razón.

Sin más que añadir, los dos amigos marcharon de la sala capitular y avanzaron por las galerí­as del claustro.

Allí se vieron sorprendidos por Zegnon Zapic y su cuadrilla, que, abusando de su fuerza, les acometieron mediante empujones e insultos de toda clase.

-¡Eh, desenterradores de tumbas! ¿Cómo es que no habéis encontrado ningún hueso de dinosaurio? Hubiese sido más original -se mofaron de ellos.

-¡Mamá, mamá! ¡Qué miedo me da el caserón! ¡Jajaja! ¡Dejad de fingir de una vez con la estúpida leyenda! Ya sabemos que es una excusa para poneros a estudiar y que nadie os zurre por ello. ¡Empollones! ¡Que sois unos empollones! ¿Creéis que no nos í­bamos a dar cuenta?

Una nueva lluvia de golpes y abucheos calló sobre los muchachos, que se defendieron como pudieron.

Cuando se dieron por satisfechos, Zapic y los suyos se alejaron entre exclamaciones y vítores triunfantes.

Zapic aún tuvo tiempo de volverse y retar a Joan con la mirada.

Joan aguantó con valentía el furor de aquellas pupilas inflamadas por el rencor hasta que Zapic marchó finalmente.

Pierre y Simonet, que habían presenciado el altercado, se allegaron junto a sus dos amigos.

-¡Serán imbéciles! -exclamaron ambos.

El Internado de Saint MartinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora