Capítulo 9: La lista de reprobados

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En el camino hacia la iglesia del monasterio, Pierre explicó a sus compañeros cómo había logrado salir del almacén de las maletas por sus propios medios:

Después de que topara con la muñeca de Caroline Tourner, se había puesto a remover por entre los bártulos hasta que dio con un martillo. No era gran cosa, pero había pensado que quizá lograba derribar la portezuela que comunicaba con el cuarto de calefacciones a martillazos.

No obstante, su intención cambió al subir por los estrechos peldaños. Gracias a las cerillas advirtió algo de lo que no se habí­a percatado en mitad de la penumbra, y era que las escaleras continuaban su ascenso más allá de la portezuela hasta otra puerta metálica.

No tuvo más que empujarla con fuerza hasta conseguir forzarla.

La puerta, que se ocultaba tras unas enredaderas, comunicaba con el jardí­n prohibido.

Pierre lo cruzó y regresó a las aulas antes de que comenzaran las clases.

-Debió ser la puerta por la que marchó Nicolasius cuando Juliette y yo le creí­mos desaparecer el otro día -dijo Joan recordando aquel incidente.

Ya en la iglesia, los chicos ocuparon los bancos cercanos al altar.

Bajo los salmos entonados por el coro, fray Theodovicus, el abad del monasterio, ofrecí­a la comunión al director Maxime.

Tras él, la fila que formaban los maestros y tutores del internado le seguí­a los pasos como una tropa de fieles devotos. Como hormigas que siguen a su reina hasta sus últimas consecuencias:

Fray Mauricius, el maestro de Letras.

Fray Augustus, el deán que instruía a los internos en las materias de Ciencias.

Fray Gregorius, el encargado del comedor.

Gauvin, su hijo.

Y madame Genievive, la gobernanta del internado.

A los que se unieron los dos capellanes que asistían al abad:

Fray Legarius, el encargado de llevar la administración del monasterio.

Y fray Ravenius, un viejo calvo de mirada impenetrable que actuaba como ayudante personal del abad y al que los chicos conocían como "el Obispo".

Todos ellos representaban una extensión de Maxime en el internado, de sus ideas de orden y disciplina y de su personalidad autoritaria. 

Bajo aquel ambiente de duda y desconfianza, Joan y sus amigos observaban atentamente a quienes podrían convertirse en sus futuros verdugos.


Durante la clase de Geografía, los chicos aún le daban vueltas a las insinuaciones que les hiciera Pierre en el comedor mientras fray Augustus explicaba la lección:

-Uno de los pasadizos de las cuevas por el que reptaron los exploradores comunicaba con una gran cavidad en donde dijeron haber encontrado restos humanos. Sin embargo, las consecuentes excavaciones sólo hallaron restos de animales de no gran antigüedad... ¡Curcuff, atienda! -se interrumpió el fraile para reprender a su alumno-. Sepa usted que es el peor alumno del centro, Curcuff. De seguir por ese camino no dude que acabará con sus huesos en el Módulo de Formación Especial.

Dicha premonición hizo que Joan, Pierre y sus amigos compartieran miradas llenas de sospecha y temor.


Aquella tarde, durante el habitual partido de rugby del recreo, un incidente vino a quebrantar la rutina del patio.

Ocurrió que Antoine Molinet, un alumno de la clase de los menores, tropezó sin querer con Zegnon Zapic impidiéndole anotar un tanto.

El Internado de Saint MartinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora