Al amanecer siguiente, Joan y Pierre desayunaban juntos en el frío comedor.
Gracias al apoyo demostrado por Joan la noche anterior, Pierre había recuperado sus ánimos y su dominio sobre sí mismo.
-¿Escapar? ¡Vamos, Pierre! Sabes que eso es imposible -exclamó Simonet, que junto a Legrand acompañaba a Pierre y a Joan a la mesa.
Pierre acababa de exponer a sus amigos la idea de huir del internado, como se deducía de las palabras de Simonet.
-Simonet tiene razón, Pierre. No sé cómo se te ha ocurrido esa idea -intervino Legrand-. Aun si consiguiésemos escapar, ¿adónde iríamos? Sólo hallaríamos bosque y más bosque en kilómetros a la redonda. Eso si tenemos la suerte de no topar con ninguna patrulla de soldados alemanes, en cuyo caso, quién sabe lo que harían con nosotros...
-Meternos una granada por el culo, así de sencillo -puntualizó Simonet en tanto sorbía de su cuenco de leche.
-Nos fusilarían, Pierre, que no te quepa la menor duda. Es lo que me contó mi tío que hacen con los rebeldes que capturan.
-No, no me capturarían. Escaparía de noche e intentaría llegar a Orly -manifestó Pierre ilusionado.
-¿A Orly? Te digo que es imposible que alcances ningún pueblo a pie con tantos nazis rondando los caminos. ¿No ves que controlan cada paso? Te apresarían como a un conejillo y fin de la aventura -le despertó Legrand de sus ilusiones.
-Legrand tiene razón, Pierre: olvídate de escapar del internado -concluyó Simonet.
Pierre miró descorazonado.
-Lo que ocurre es que no me creéis... -pronunció con desamparo.
-Vamos, Pierre... Lo que viste pudo ser cualquier cosa. Pudieron ser piedras, como ya te dijo Joan.
-Ya os he dicho que era una calavera humana. ¿Por qué no vais a comprobarlo vosotros mismos?
-¡Hey! ¿Y si fuese parte de uno de los esqueletos del aula de Anatomía? -sugirió Simonet.
-¡Es verdad! Ya intentamos gastar esa broma hace tiempo, ¿te acuerdas, Pierre? -le recordó Legrand sin aguantarse la risa.
-¡Pero no lo hicimos! Y no creo que nadie lo haya hecho, principalmente porque nadie hasta ahora se ha atrevido jamás a acercarse hasta el caserón -bramó Pierre enojado-. Tú me crees, ¿verdad, Joan?
Joan no las tenía todas consigo:
-Pues... la verdad... no sé qué decir, Pierre -respondió de forma ambigua.
-Está bien, como veo que seguís sin entender, os contaré algo que quizá os abra los ojos...
-¿Qué es, Pierre?
Pierre dio inicio a su relato:
-Ocurrió el otro día, después de que me marchara corriendo mientras vosotros seguíais jugando al rugby.
-¿Qué pasó?
-Corría sin rumbo por los patios traseros cuando vi aproximarse al abad -Pierre se refería a fray Theodovicus, el prior del monasterio-. Por suerte tuve tiempo de esconderme en el jardín prohibido antes de que me viera. El loco de Nicolasius no merodeaba por los alrededores; pero debía de haberlo hecho hacía poco, porque el muy tonto se había dejado la puerta del cuarto de calefacciones abierta.
-¡Jijiji! Monje idiota -rió Simonet.
-Por curiosidad husmeé en su interior, ya que esa puerta está siempre cerrada -continuó Pierre-. Del cuarto de calderas pasé al desván contiguo, donde Nicolasius guarda sus herramientas de jardinería. Allí no había nada que llamase mi atención, así que decidí marcharme. Ya volvía sobre mis pasos cuando escuché ruidos bajo mis pies.
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El Internado de Saint Martin
Misterio / SuspensoAño 1943. Joan Sagace (14) es el nuevo alumno del internado de Saint Martin, un antiguo monasterio en mitad de la campiña francesa que acoge a chicos huérfanos tras la invasión nazi. Maxime Gautier, el director del centro, ordena que los alumnos su...