Capítulo 8: La muñeca de Caroline Tourner

222 43 86
                                    

Al amanecer siguiente, Joan y Pierre desayunaban juntos en el frí­o comedor.

Gracias al apoyo demostrado por Joan la noche anterior, Pierre había recuperado sus ánimos y su dominio sobre sí­ mismo.

-¿Escapar? ¡Vamos, Pierre! Sabes que eso es imposible -exclamó Simonet, que junto a Legrand acompañaba a Pierre y a Joan a la mesa.

Pierre acababa de exponer a sus amigos la idea de huir del internado, como se deducí­a de las palabras de Simonet.

-Simonet tiene razón, Pierre. No sé cómo se te ha ocurrido esa idea -intervino Legrand-. Aun si consiguiésemos escapar, ¿adónde iríamos? Sólo hallaríamos bosque y más bosque en kilómetros a la redonda. Eso si tenemos la suerte de no topar con ninguna patrulla de soldados alemanes, en cuyo caso, quién sabe lo que harían con nosotros...

-Meternos una granada por el culo, así de sencillo -puntualizó Simonet en tanto sorbí­a de su cuenco de leche.

-Nos fusilarí­an, Pierre, que no te quepa la menor duda. Es lo que me contó mi tí­o que hacen con los rebeldes que capturan.

-No, no me capturarían. Escaparí­a de noche e intentaría llegar a Orly -manifestó Pierre ilusionado.

-¿A Orly? Te digo que es imposible que alcances ningún pueblo a pie con tantos nazis rondando los caminos. ¿No ves que controlan cada paso? Te apresarí­an como a un conejillo y fin de la aventura -le despertó Legrand de sus ilusiones.

-Legrand tiene razón, Pierre: olvídate de escapar del internado -concluyó Simonet.

Pierre miró descorazonado.

-Lo que ocurre es que no me creéis... -pronunció con desamparo.

-Vamos, Pierre... Lo que viste pudo ser cualquier cosa. Pudieron ser piedras, como ya te dijo Joan.

-Ya os he dicho que era una calavera humana. ¿Por qué no vais a comprobarlo vosotros mismos?

-¡Hey! ¿Y si fuese parte de uno de los esqueletos del aula de Anatomía? -sugirió Simonet.

-¡Es verdad! Ya intentamos gastar esa broma hace tiempo, ¿te acuerdas, Pierre? -le recordó Legrand sin aguantarse la risa.

-¡Pero no lo hicimos! Y no creo que nadie lo haya hecho, principalmente porque nadie hasta ahora se ha atrevido jamás a acercarse hasta el caserón -bramó Pierre enojado-. Tú me crees, ¿verdad, Joan?

Joan no las tenía todas consigo:

-Pues... la verdad... no sé qué decir, Pierre -respondió de forma ambigua.

-Está bien, como veo que seguí­s sin entender, os contaré algo que quizá os abra los ojos...

-¿Qué es, Pierre?

Pierre dio inicio a su relato:

-Ocurrió el otro día, después de que me marchara corriendo mientras vosotros seguíais jugando al rugby.

-¿Qué pasó?

-Corría sin rumbo por los patios traseros cuando vi aproximarse al abad -Pierre se refería a fray Theodovicus, el prior del monasterio-. Por suerte tuve tiempo de esconderme en el jardín prohibido antes de que me viera. El loco de Nicolasius no merodeaba por los alrededores; pero debía de haberlo hecho hacía poco, porque el muy tonto se había dejado la puerta del cuarto de calefacciones abierta.

-¡Jijiji! Monje idiota -rió Simonet. 

-Por curiosidad husmeé en su interior, ya que esa puerta está siempre cerrada -continuó Pierre-. Del cuarto de calderas pasé al desván contiguo, donde Nicolasius guarda sus herramientas de jardinería. Allí­ no habí­a nada que llamase mi atención, así­ que decidí­ marcharme. Ya volví­a sobre mis pasos cuando escuché ruidos bajo mis pies.

El Internado de Saint MartinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora