Al día siguiente, siguiendo órdenes de Maxime, se mandó formar a todos los internos en los patios traseros.
Una nube de intranquilidad flotaba en el ambiente. Aquélla era la primera vez que se alteraba de manera tan inusual la rutina del internado.
El director, uniformado de militar, no tardó en aparecer por el patio.
Zapic marchaba a escasos pasos por delante de él. Era extraño, pero parecía sollozar.
Una vez frente a las filas que formaban sus alumnos, Maxime blandió una daga que colgaba de su cinturón y traspasó el pecho de Zapic hasta arrancarle el corazón.
Una exclamación de espanto recorrió a los internos de extremo a extremo.
Gauvin, que presenciaba los hechos desde el ventanal del despacho, se llevó la mano al pecho como si hubiesen traspasado el suyo propio.
Zapic recibía así su justo castigo por quebrantar el juramento.
Insuflado el pavor en el ánimo de sus pupilos, Maxime se dirigió a ellos de la misma forma que un general le habla a sus tropas:
-Aquí termina la prueba por el liderazgo del internado. Claramente ha habido un vencedor y un perdedor. En cuanto al examen de evaluación, de aquí a tres días volverán a realizarlo, y el que se atreva a reprobar esta vez terminará de igual forma que su compañero Zapic.
Sin más que añadir, el director marchó de vuelta a sus aposentos, en tanto que el cadáver de Zegnon Zapic quedaba tirado en mitad del patio ante la atónita mirada de sus compañeros.
Paralelamente, una arenga similar tenía lugar en el pabellón de las internas, a quienes madame Micaela obligaba bajo amenaza a aprobar la evaluación si no querían arrepentirse.
Las niñas confesaron entonces la visión que habían tenido del fantasma de Caroline Tourner, quien les había obligado a reprobar bajo pena de muerte. Se realizó una investigación y se descubrieron las ropas que había vestido Legrand junto con la muñeca de Caroline, escondidas ambas en un cesto junto a los lavabos.
-Éstos eran vuestros fantasmas -les reprochó Micaela a sus alumnas al descubrir el engaño.
Las internas se sintieron avergonzadas y accedieron a los mandatos de su tutora de aprobar el examen. Todas salvo las tres que realmente habían visto al espíritu, Josephine, Monique y Bernadette, quienes trataron inútilmente de convencer al resto de que decían la verdad.
-¡Pero si es cierto! Pero si nosotras lo vimos con nuestros propios...
-¡A callar! -las censuró Micaela-. Volverán a realizar el examen. Y la que repruebe ya me encargaré yo personalmente de llevarla a rastras al infierno.
Persuadidos los alumnos de Saint Martin de aprobar la evaluación, pasaron la tarde recluidos en la biblioteca. La mayor parte se aplicaba con intensidad en sus estudios.
Sólo Joan y los suyos se negaban a hacerlo.
-¡Vamos, chicos! ¿No veis que Maxime está midiendo nuestras fuerzas? No podemos dar nuestro brazo a torcer en estos momentos -pugnó Joan por convencer a sus compañeros para que se mantuvieran fieles al plan-. Lo más inteligente es reprobar una vez más. Si aprobáis, demostraréis que os habéis rendido. No creo que un estratega como Maxime encuentre eso admirable. ¡Os matará como a Zapic!
-Joan, ¿cómo quieres que te sigamos después de haber visto lo que hemos visto en el patio? -repuso Philippe Marchant hablando por boca de todos-. Lo siento, pero nada de cuanto puedas decirnos nos convencerá.
-¿Y el juramento? ¿Acaso no visteis cómo acabó Zapic por incumplirlo?
Marchant y el resto no pudieron disimular su turbación tras oír aquello, y por un momento dudaron.
-La situación es ahora distinta, Joan -se explicó finalmente Marchant-. La mayoría tenemos miedo.
-El miedo os condenará a todos.
-Lo siento, Joan; pero haremos caso a Maxime. Está decidido.
-¡Sois unos necios! -les increpó Joan, visiblemente enojado.
Joan se dio media vuelta en tanto sus compañeros retomaban sus estudios.
-¿Qué piensas hacer? ¿Cómo vamos a convencer a todos para que reprueben otra vez? -le preguntaron los suyos con creciente inquietud.
-No os preocupéis; tengo una idea.
En cuanto llegó la hora de dormir y se apagaron las luces, Joan, embozado bajo las sombras de la noche abandonó su lecho y, uno por uno, se apoderó de la totalidad de los libros de texto de sus compañeros y los metió en un bolsón.
-¿Los tienes todos? -le preguntó Pierre, quien le acompañaba en su misión.
-¡Sí, vámonos!
A hurtadillas, los dos amigos salieron del dormitorio y marcharon escaleras abajo con su botín.
Enseguida se llegaron al patio detrás del refectorio, donde apilaron los libros.
-¿Crees que arderán bien? -preguntó Pierre.
-Eso espero. Y de lo contrario, me he traído un poco de esto para avivar las llamas -respondió Joan, mostrando a su compañero un botecito de alcohol inflamable que había robado del botiquín.
Sin vacilar, Joan roció los libros con el alcohol y les prendió fuego.
De inmediato se levantó una impetuosa llamarada hacia el cielo que sobrecogió a los dos chicos.
Cuando le perdieron el respeto al fuego ambos contemplaron la hoguera y dejaron que los resplandores de las llamas reverberasen sobre sus rostros.
-Juraron que no seguirían estudiando y lo cumplirán, aunque sea a la fuerza -manifestó Joan-. Algún día me lo agradecerán.
Una silueta avivada por el resplandor de las llamas sorprendió a los dos amigos.
-¿Qué diablos es todo esto?
Joan y Pierre se volvieron sobresaltados al oír las voces.
Era Gauvin.
El hijo del director echó un barreño de agua sobre la hoguera y extinguió el fuego antes de que muchos de ellos se quemasen.
-¿Quién es el artífice de todo esto? -exigió al volverse.
Gauvin no necesitó escuchar la respuesta.
-Vaya, vaya... ¿A quién tenemos aquí? -dijo al descubrir a Joan-. Tal vez no seas tan listo como el director piensa.
Gauvin agarró a Joan de una oreja y se lo llevó a la celda bajo la atenta mirada de Pierre, que nada pudo hacer por liberarle.
-Y usted vuélvase para el dormitorio -le ordenó Gauvin-. Ya tendremos usted y yo una charla en otro momento.
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El Internado de Saint Martin
Misterio / SuspensoAño 1943. Joan Sagace (14) es el nuevo alumno del internado de Saint Martin, un antiguo monasterio en mitad de la campiña francesa que acoge a chicos huérfanos tras la invasión nazi. Maxime Gautier, el director del centro, ordena que los alumnos su...