Capítulo 7: Una tétrica realidad (continuación)

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Las luces del dormitorio se encendieron de inmediato.

Los chicos gritaban y saltaban en sus camas en mitad de la confusión provocada por los gritos de Pierre.

Atraído por la griterí­a, Gauvin no tardó en hacer acto de presencia en el dormitorio, dispuesto a reprender con su bastón al causante del alboroto.

-¿Qué ocurre aquí? ¿Qué es este escándalo a estas horas de la madrugada, malditos diablos? ¿Quién daba esos gritos endemoniados?

Joan se volvió hacia Pierre, dichoso al presagiarle un nuevo castigo.

Sin embargo, al advertir la desolación reflejada en su rostro terminó por apiadarse de él definitivamente.

Gauvin se acercó hasta la cama de Pierre y le habló con desconfianza:

-¿Has sido tú otra vez, Pierre Zicharie? ¿Has sido tú el que ha gritado?

Joan se apresuró entonces en salir en defensa de su compañero:

-Se coló una rata en el dormitorio y quisimos ahuyentarla, monsieur Gauvin. Eso fue todo.

Aquella excusa no era del todo incierta. Las ratas pululaban por decenas a lo largo del internado, por lo que Gauvin se tragó el embuste y guardó su bastón.

-Al próximo que me despierte se va a la celda un mes, ¿habéis entendido?

-Sí, monsieur Gauvin.

-Estáis advertidos. Y ahora, a dormir todo el mundo.

Gauvin apagó las luces y marchó de vuelta a sus aposentos, en aquella misma ala del corredor.

Pese a haberse librado del castigo, la mirada de Pierre no mostraba satisfacción alguna. Al contrario, permanecía anclada en el viejo caserón, sumida en funestas preocupaciones.

La de Joan se tiñó de arrepentimiento. 


Los remordimientos le asediaron durante su sueño.

Avanzada la noche, se desveló. De manera instintiva, volvió su mirada hacia la cama de Pierre.

Estaba vací­a.

Joan se incorporó y oteó el dormitorio. El resto de sus compañeros dormí­a serenamente. Se puso en pie y, descalzo, caminó sigiloso hacia la entrada.

Por la claridad que se desprendí­a al final del pasillo, Joan dedujo que la puerta de los lavabos se hallaba entreabierta.

Hacia allí­ encaminó sus pasos.

Las velas que alumbraban dicha estancia estaban apagadas, como comprobó al asomarse por su entrada.

Aun así, Joan penetró en el interior.

La claridad provenía de la ventana entreabierta.

¿Pierre? ¿Pierre, estás ahí? -preguntó Joan tras cruzar el umbral.

Joan no obtuvo respuesta, así­ es que se acercó hasta la ventana.

A caballo sobre la barandilla del balcón, Pierre se debatí­a contra sus propios tormentos, seducido por la idea de arrojarse al vací­o y poner fin a su angustia.

¡PIERRE! -se estremeció Joan al ver a su compañero en peligro.

Antes de que el atormentado joven se decidiese a saltar, Joan saltó al balcón y se abrazó a él con fuerza.

-¡Aguanta!

Con todo su arrojo tiró de él hasta ponerle a salvo.

-¡Vamos, Pierre! ¡Era sólo una broma! -le dijo cuando se aseguró de que ambos estaban fuera de peligro-. Todo lo que te dije no fue más que una mala pasada, una broma de mal gusto, ¡lo admito!

-No, Joan... -respondió Pierre aún aturdido-. Yo vi los huesos enterrados.

-¿Qué huesos, Pierre? ¿De qué hablas?

-Los del caserón; los vi con mis propios ojos.

-¡Venga ya, Pierre! Podría tratarse no más que de piedras, o tal vez de huesos, sí­, pero de animales muertos. ¿Cómo iban a ser restos humanos? ¡Es sólo una leyenda! ¡Nada de eso es real!

-¿Y los libros?

-¿Qué libros?

-Los libros de Maxime.

-Los libros de Maxime son sólo un montón de estúpidas ideas que a ningún loco se le ocurrirí­a poner en práctica. También la Biblia está llena de disparates y eso no significa que ocurrieran de verdad, ¿cierto?

-No, Joan, no trates de convencerme. Yo no sé qué fue lo que tú viste en el caserón, pero yo te juro que vi la calavera de un niño.

Joan arqueó sus cejas sorprendido.

Aunque era cierto que él mismo habí­a penetrado en el caserón y descubierto los huesos enterrados, no había hecho lo propio con la calavera a la que se referí­a Pierre.

De ahí que su revelación le provocara tanta inquietud.

-Tranquilo, Pierre. Desde ahora tú y yo seremos grandes amigos -aseguró Joan a su compañero.



El Internado de Saint MartinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora