Día 1

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A veces me pregunto por qué vivimos nuestros días repasando eventos de un pasado no tan lejano que queremos que vuelvan a ser presente para poder cambiarlos. Lo deseamos con desesperación. Pensamientos, decisiones, acciones convertidas en recuerdos que jamás podrán volver a repetirse. No trato de transmitir mensaje alguno a quien sea que esté leyendo esto, solo sacar aquellos sentimientos de angustia que a momentos corroen mi ser como dañinas bacterias que no puedo liberar en forma de lágrimas.

Septiembre es un mes de mierda.

Solía gustarme, solía ser mi mes favorito hasta que me di cuenta que todo lo malo me ocurría en septiembre. Un día a los doce años vomité en la clase por estrés, me había dolido mucho la cabeza esa semana y hasta me sangraba la nariz; ¿qué estrés podía tener una niña de esa edad? Supongo que las traiciones siempre me han dañado más de lo que deberían. Porque siempre amé y entregué más de lo que debería... pero a esa edad, eran las amigas. Ellas se burlaban de mí a mis espaldas, hacían insinuaciones que me lastimaban, decían que era lesbiana —cuando ni siquiera sabía qué significaba, ahora puedo decir que sí soy lesbiana y me importa poco lo que el mundo opine al respecto—, me obligaban a ver cosas que sabían que me afectaban, me insultaban, me hacían andar detrás de ellas, me decían que nadie me quería... solo ellas. Y por eso no tenía opción.

¿Por qué dejar que te maltraten de esa forma? ¿Por qué no simplemente irte y estar mejor sola? No es fácil explicar que las cosas no se remontan a los doce años, sino antes... las golpizas de mis compañeros del jardín de niños cuando me veían sola en los recreos —a quién engaño, siempre estaba sola—. Aún no olvido el pantalón nuevo que me rompieron y los gritos de mi mamá al verlo, las patadas en las partes nobles, los cuadernos rotos y los insectos en la mochila... o incluso el día que me pusieron una zancadilla durante la clase de educación física, me precipité contra la pared y me rompí la cabeza. Recuerdo que ese día mis hermanos —nueve y doce años mayores— me recogieron de la escuela y por algunos malentendidos sobre de qué manera curarme la cabeza, se agarraron a golpes hasta hacerse sangrar. Ni siquiera recuerdo cuál fue el exacto malentendido, solo recuerdo que fue porque intentaban curarme la cabeza rota. Solo recuerdo que fue por mí.

Cómo olvidar a... le diré Sara, porque no recuerdo su nombre. Era mi única "amiga" aunque básicamente solo era una niña que un día me dio un pedazo de su sándwich cuando me vio sola —y sin nada de comer porque mis padres no me mandaban merienda—, fue el primer gesto amable que recibí de alguien que no fuera mi familia y ni siquiera se quedó a conversar conmigo o algo, simplemente me dio el pedazo y se fue. Cuando volvimos a la clase le hablé y me dio palmaditas en la cabeza, entonces hice un ademán imitando a un perro y se rió. Al ver aquello hice más ademanes de perro y ella siguió riendo, entonces me bautizó. Diana. El nombre de su nueva mascota. Por alguna razón que ahora con mis veintitrés años, no logro entender, nadie me golpeaba ni insultaba cuando ella estaba cerca o cuando actuaba imitando a un perro.

Supongo que fue ese día en que comencé a tenerle pánico a la soledad. No tengo idea.

No daré detalles sobre mi caótica vida cuando dejé el jardín de niños y comencé la primaria. Quizás eso sea para mañana o para otro día que amerite el recuerdo.

Pero así volvemos a ese día de septiembre en que el estrés pudo conmigo y vomité líquido blanco en el salón justo antes de salir. Mala suerte la mía de escuchar el resoplido asqueado y las risas de muchos de los presentes, además de la mirada de mi supuesta mejor amiga y mi otra amiga que en el recreo me había pateado las partes nobles. ¿Por qué les gustaba patear ahí? No tengo idea y quizás esas personas tenían sus propios demonios. No lo sé y no es como si me importara. En esos momentos era solo yo llorando en el baño con un sangrado nasal y fue el fin de mi asociación con aquellas chicas que me habían demostrado que el estar acompañado no era siempre la mejor opción.

Sin embargo, podía resistir el dolor que me causaban esas personas, si con eso me protegía de los monstruos que podía traer la soledad.

Mirelle.

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