Ser joven no te excusa de ser tonto. No lo digo para reprocharte por vago en la escuela, sino por ser un mediocre conformista. Tienes el cambio en las manos pero te limitas a criticar como perro ladrando...
Esto no lo pienso yo, sino Caliope. Ella es algo pesimista aunque su apariencia diga todo lo contrario.
Baja como una japonesa. De cabello oscuro y lacio, apenas si se ondulaba en las puntas. Ojos café oscuro. Manos tan pequeñas que tocaban torpemente cualquier instrumento, y le cortaron las alas de ser saxofonista o guitarrista. Pies delicados. Orejas pequeñitas. Ojos enormes que parecían mirar al más allá. Cejas gruesas que amenazaban a hacerle honor a Frida Kahlo. En fin, bonita para unos, fea para otros.
Aun así, esa inocencia le afloraba de algún rincón de ella misma mientras que retaba muy nihilista a cualquier fulano que le daba algún trato discriminatorio. Hablaba muy formal porque su ira ferviente se nivelaba con su miedo latente. Su nuevo hogar llegaba a ser tan detestable que quería irse del país a abrazar a su mamá.
El primer error fue hablarle a Tomás y venir a Chile, pero a pesar del conejo que le hizo, quedarse allí como una tonta pensando que sería fácil y bonito hacerlo. No se ha topado con las personas más amables del mundo, aunque en ese país haya muchas personas de esas con las que no tienes miedo de hablar porque escucharán tu acento o probablemente ya te tacharán de narcotraficante, puta o quién sabe qué más porque tu país es una mierda dando fama.
Calmando las olas, aunque Caliope tuvo que dejar un trabajo buenísimo y comenzar a trabajar de camarera en un pequeño restaurante fino, estaba más calmada al haberse cambiado a Santiago. Por fin sentía paz interior y se tenía confianza, pudo hacer amigos por fin...
Bueno, como dos, pero son mejores que no tener ninguno o lamentarse de no estar en Colombia donde todos tus amigos se divierten sin ti.
Hablando de esto, además de tener en cuenta que estas dos perlas son demasiado preciadas para ella, Caliope no dudó en irse corriendo cuando le dijeron que Fermina había chocado su auto y andaba en cuidados intensivos.
Ella no sabe controlar los nervios, así que después de quedarse completamente fría corrió por un taxi sin darse cuenta de que pudo haber sido arrollada unas cuatro veces. Estaba a punto de llorar. La paranoia le hacía temer lo peor. Se desesperó cuando la recepcionista no la dejó entrar. Fue Nicolás quien fue a buscarla y darle un abrazo para decirle que Fermina andaba bien.
—Ya cálmate —Nicolás la abrazaba trazando una sonrisa suave, el miedo de Caliope era tan palpable que le causaba ternura—, ya está bien. El doctor nos habló...
—Esta güevona —se queja la otra juagándose las lágrimas con las manos con expresión de enojo—, ¿por qué no se cuida?
—¿Vamos a verla? Eso te ayudará a calmar los nervios —él le acaricia la espalda manteniendo una sonrisa.
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Justo en la apatía
RomanceElla no es una musa, pero le gustaría serlo o tal vez no. ¿Por qué ser estática ante el hambre de querer conocer? Ese es la clase de espíritu que la ha empujado por años a no oír lo que es bueno o malo. Y eso fue lo que la dejó sin futuro, relacione...