—Hey, mira esto —Caliope saca un libro y lo pone en frente de Adrián—. Te traje al Anticristo.
Él ríe mirando al objeto.
Hace días que se hicieron amigos. Caliope como desconfiada y ambivertida que era, no le dio su número, sino su perfil en una red social que consistía en un tumbleblog. Era increíblemente extraño a los ojos de él, pero de alguna forma se veía tan atraído a ella, que era misterioso.
Se conocieron mejor de lo que podía esperarse en ese pequeño espacio, aunque ella llegara a ser un poco irracional para su gusto. Se la pasaba tocándolo con pequeños gestos de afecto, el más común era tocarle las manos o que su costado se apoyara en el de él. A veces quería solo dejarla allí porque era demasiado, pero una vez la escuchaba, era una cosa distinta.
En esa ocasión, Caliope (o Callie americanizado, Cali a lo criollo), quien lo había descubierto como un nihilista, le dijo que le parecía interesante y estaba intrigada en lo que consistía. Él, cansado, le comenta que para entenderlo debía ser capaz de encontrar al Anticristo.
—¿Cómo es que ocultas tan bien el cinismo? —Adrián le responde.
—Años de práctica —ella le sonríe como si no le doliera nada—. En realidad, ni era mi intención parecer cínica, solo quise ser graciosa.
—¿Has leído esta cosa? —el hombre agita el libro con los ojos clavados en los de la joven. Ella niega con la cabeza. Él forma una sonrisa maligna— Hazlo.
En segundos el libro arribó a las manos de la joven. Lo único que ella hizo fue tomar una larga bocanada de aire. ¿Quién diría que conocer a alguien implicaba tarea de filosofía?
—Odio leer —la joven pronuncia en voz baja. Sentir el peso del libro hacía que se sintiera inquieta.
—Qué mal —comenta el otro inclinándose sobre ella hasta quedar cerca de su oído—. ¿Cómo se supone que tengas un pensamiento cínico cuando ni siquiera sabes qué es?
—¿No crees que es algo que está en la naturaleza humana, y luego algún pendejo solo le puso el reflector encima? —contestó sin perturbarse aunque la respiración en su cuello la incomodaba.
—Tal vez —él vuelve a sonreír para volver a su posición inicial—, pero alguien que ha implantado esa semilla de absurdismo en ti ha tenido que leer a Camus.
Ella rió. No quería darle la victoria en la discusión, el argumento más rebuscado podría servir.
—A ti tal vez te dé igual si lees o no, pero a la larga tantos como tú, que se quejan de que la sociedad es una mierda serán tan influenciables que ni sabrán qué están haciendo —Adrián apretó la mandíbula al ver una sonrisa cínica por parte de ella.
—¿Y entonces leer no es estar expuesto a una influencia? —alza una ceja mientras trata de contener toda su energía nerviosa— Pues creo que la mierda está en todas partes, no importa cómo te la vendan. Qué mal que alguien más haya formado mi pensamiento, pero lo mismo digo por ti. Si el hombre es la suma de todos sus actos, ¿no sería el pensamiento una consecuencia directa de ello?
Adrián le frunce el ceño por unos segundos. Caliope se relaja y se queda en estado neutral.
—Lo leí en Twitter —ella suelta una pequeña risa. Le da un pequeño golpe al libro con el dedo índice—. Leas filosofía o ciencia ficción, sigues siendo una mierda de persona con información en el cerebro —nerviosa, abraza al libro—. Disculpa mi terquedad, pero creo que en ningún momento te dije que no leyera sino que odio leer. Creo que desconfío de todo y... —sintiéndose culpable, se muerde la lengua— Ay, lo siento. Tal vez debí limitarme a...
—No, descuida —el hombre suspira mientras la observa con algo de cansancio—. Fue divertida la parte en la que casi pensé que estaba enloqueciendo.
Caliope asiente.
—Tal vez debería alejarme, ya pensarás que soy tonta o algo —ella habla en voz baja.
—Es solo que cualquiera podría considerar esa posición como descabellada porque tiene alguna relación con defender la ignorancia —se pasa la mano por los cabellos. No entendía porqué se la dejaba pasar, pero era como regañar a un cachorro—. Caliope, ¿quién en su sano juicio haría algo como eso? Sería como defender la idea de que todos seamos engañados por los corruptos.
—Pero aún así somos engañados —la joven alza los ojos hacia él con aire casi fantasioso—. Eso se puede ir a la verga porque voy a leerme esto; siempre he admirado a Nietzsche como persona, ni siquiera como filósofo.
—¿Qué? —él la mira extrañado— ¿Por qué haces eso?
—Tal vez con esto me ponga al tanto de porqué dijo que Dios está muerto —devolvió el libro a su mochila. Luego miró a la ventana—. Ya casi te digo adiós.
Adrián aguzó la mirada, había algo inusual en la chica o mejor dicho algo que siempre estuvo ahí pero que no tomó en cuenta.
—¿Estás bien? —las palabras brotaron de su garganta antes de que lo supiera.
—Sí —ella se encoge de hombros—, ¿por qué estaría mal?
Caliope salió antes de que se diera cuenta. La vio correr hasta que ya no pudo verla.
Era impetuosa, profunda como un charco, le faltaba carisma, no tenía ningún cuidado consigo misma y tenía complejos a más no poder. ¿Qué era lo fascinante? Era una chica descarriada, sabía que era solo un simio con falda y tomaba los tragos amargos que le sirvieran los otros.
No era tan bonita, no era tan brillante. Era algo extraño, peculiar. Un ser evasivo que se rehusaba a vivir, al tope de parecer ermitaña. Y tan insignificante como para poder impactar la vida de los otros.
Recuerda entonces que un día le dijo que vivir sin expectativas era lo que ella consideraba el paraíso, era libre de hacer lo que quisiera con el precio de llorar por la desolación. Si quería hacer esto o lo otro era cosa suya, algo divertido sin dudas. No obstante, era un lobo solitario, demasiado listo para caer en los vicios y demasiado estúpido para aceptar la compañía.
—Odio la soledad —ella le escribió mientras tenía los ojos tan cansados que ya no era capaz de leer con claridad—, pero me siento cómoda en ella. No es como que quiera que alguien me rescate, porque nadie lo hará, sino que me pruebe que no tengo la razón y no todos van a verme como objeto de colección o como el juguete que viene con la hamburguesa.
—Ni te sientes a esperar —Adrián le responde después de unos segundos—, mejor busca.
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Justo en la apatía
RomanceElla no es una musa, pero le gustaría serlo o tal vez no. ¿Por qué ser estática ante el hambre de querer conocer? Ese es la clase de espíritu que la ha empujado por años a no oír lo que es bueno o malo. Y eso fue lo que la dejó sin futuro, relacione...