Una vez pusieron un pie dentro del tan esperado funeral del padre de Adrián, se sintió una indescriptible tensión entre todas las personas vestidas formalmente de negro.
Las sombras hablaban entre ellos cuando el féretro iba camino abajo, haciendo caso omiso a las palabras vacías del ministro. A nadie le importaba Hugo Boehm una vez estaba muerto, porque estaba fuera de juego, y su mismísima muerte era la caída de un imperio.
Cecilia, su tercera esposa, no soltaba ni una lágrima. Solo guardaba compostura junto a sus dos hijos, ignorando al bastardo del tercero que era producto del primer matrimonio fallido del muerto ante ellos. Acariciaba los cabellos rubios de su hija con la mirada perdida, pidiendo al destino que no todo se fuera a la mierda por la imprudencia de su esposo fallecido.
María Elizabeth le susurra que su medio hermano se encuentra atrás, en la lejanía, con una chica de vestido azul. Sabe que él no es de gran importancia, pero le gustaba ver el disgusto que el nombre de Adrián significaba para su madre. Y tal como lo esperaba, ella torció la boca antes de mirar sobre su hombro.
—Tu hermano hace lo que se le viene en gana —Cecilia susurra entre dientes—. ¿Será su novia?
—A nadie le interesa saber quién es ella —Ilse susurra de vuelta con una pequeña sonrisa de discordia—. Además, ¿por qué debería decírtelo?
Mientras tanto, Adrián contempla a las figuras oscuras que miran fijamente como el gran empresario termina lleno de tierra. Todo en ese mundo era frío y lleno de apariencias, por lo que él sabe que las especulaciones no iban a faltar.
Eva lo mira con seriedad.
—Si quieres hacer diplomacia, voy contigo —afirmó antes de ganarse la mirada de Adrián.
Al instante miró a su otro costado. Caliope tenía la mirada ida, estaba forjándose un pensamiento sobre lo que estaba ocurriendo pero era inevitable no pensar en lo poético del asunto.
—Yo me quedo con ella —habla Leonardo con un cigarrillo entre los dientes.
Adrián observa una vez más a la joven, tal vez fue mala idea traerla a algo así, ni siquiera eran tan cercanos. Pero ahí estaba, confusa aun cuando le había dicho la clase de persona que era su padre. En ese momento, ella quiso decirle algo antes de lanzar una mirada y despedirse. Ahora, no lo pensaba mucho, era peor llevarla a conocer a su madre que dejarla con Leonardo. Así, se marchó con Eva.
Caliope mueve la mirada con lentitud, viendo como él se alejaba con la misma rapidez. Parecía estar atado aunque pareciera relajado y distante.
No paraba de mirar aquella escena con tristeza, como si le diera pena ajena de alguna forma. Era increíble como las personas malas también merecían dignidad, pero era lo justo, no se podía ser menos y demostrar poca clase al no presentarse al dichoso funeral. Había que hablarle a la viuda, a sus hijos. Lo irónico del asunto era que la amante se encontraba a escasos centímetros de Cecilia.
Si fuera ella, ni siquiera estaría ahí. Aunque Adrián solo quería zafarse de alguna culpa fantasmal.
—Caliope —Leonardo se dirige a ella, lo mira con la misma expresión—, me pregunto cómo terminaste aquí.
—Por error —ella bromea con una sonrisa diminuta—. Solo quise ser amable con Adrián.
Él se queda en silencio, mirando frente a sí. No puede aguantar las ganas de preguntar, pues su amigo parecía estar muy enfocado en su nuevo juguete.
—¿Puedo preguntarte algo? —dice sin verla.
—De hecho, así ya me estarías preguntando algo —intenta bromear, pero no oye risas—. Lo lamento, qué estupidez.
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Justo en la apatía
RomanceElla no es una musa, pero le gustaría serlo o tal vez no. ¿Por qué ser estática ante el hambre de querer conocer? Ese es la clase de espíritu que la ha empujado por años a no oír lo que es bueno o malo. Y eso fue lo que la dejó sin futuro, relacione...