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Eva, una mujer sin escrúpulos. Se pinta los labios de rojo, fuma y habla con acento español (nació en Sevilla). Ha besado más personas de su mismo sexo que del opuesto. Toca el clarinete. Es un individuo extraordinario para quien la conozca, pero para Adrián ese tipo de personas eran más abundantes que las moscas ya que lo veían como alguna clase de mecenas. 

Aunque Eva tenía sus propias características, sabía sus secretos y los guardaba por mera intriga. ¿Quién ocultaba tales cosas? Solo él, el mismo que cometió el error de decírselo por estar demasiado débil.

Sin embargo, encontrándose sobrio, cuerdo y cauteloso, miraba a Eva con una sonrisa de complicidad. Lo conocía bien con muy poco esfuerzo, aunque no le importara en lo más mínimo, pues ellos eran confidentes que mantenían su desapego como código de honor.

—¿Así que sales con alguien que tiene seis años menos que tú? —lo mira detenidamente hasta que él hace lo mismo. Ella ríe— Hace mucho que no andas de ligue con una chica.

—No es ligue, solo sale conmigo —responde cansado al mismo tiempo que se sienta al lado de la mujer—. No es nada romántico.

—Quizá es platónico si se queda contigo —se encoge de hombros mirándolo de soslayo—. ¿Puedo verla?

—Estás loca —dice en tono neutral antes de beber su cerveza con la mirada inexpresiva.

—Al menos dime cómo es si ya tuviste las agallas de mencionarme su existencia —lo desafía con una sonrisa. Se apoya sobre el costado del otro—. ¿O me dejarás especular? 

—Especula todo lo que quieras —Adrián alza el mentón con viveza.

—Te has vuelto molesto, ¿ya regresaron tus sentimientos? —responde la otra con todo menos molestia. Trata de mirar qué hay de inusual. ¿Desde cuándo miraba al vacío de esa forma, como si le cobrara sentido o al menos estuviera a punto de hacerlo?           

Él se encontraba concentrado en el frío tacto del vidrio en sus dedos. La oscuridad envolvía aquella ciudad con una quietud casi extraña. Quería escapar de los prejuicios y no ser encasillado a tener que ser moralmente correcto, pero ya lo estaba con Caliope, atado de pies y manos, disfrutando cada segundo que su presencia irradiaba.

Lo tenía entre sus pequeñas garras sin siquiera saberlo.

—Vendrá en unos veinte minutos —Adrián habla en voz baja.

—Bohemio —lo llama esta vez con una mirada reflexiva, una vez capta su atención hace chasquear la lengua. Sus ojos se quedan fijos.

—Habla —responde el otro sin la menor vergüenza.

Apenas logró contener el aliento cuando la figura pequeña de Caliope apareció al otro lado de la azotea de aquel edificio. Eva la miró con desconcierto, la joven ni siquiera producía ruido como para decir que su presencia causó una interrupción. Adrián seguía mirándola con extrañeza.

—¿Andas bien? —él dice antes de voltear y darse cuenta de Callie.

—Mierda —Eva susurra para si misma. Se muerde el labio al ver que ambos compartían un muy íntimo abrazo.

La joven se mueve insegura, se presenta para finalmente poner el culo en un asiento en medio de una tensión que para ella era inexistente. Sin darse cuenta, solo Adrián y Eva estaban hablando de cualquier cosa mientras que ella como espectadora asentía o a duras penas pronunciaba un monosílabo. Su lata de cerveza era eterna.

Caliope no era conocida por destacar, el carisma lo tenía en números negativos y pocas veces lograba poder forjar un vínculo (que durara más de unos días). Pensando esto, trató de dispersar las ideas que escuchaba de una manera ridícula para pasar el tiempo con algo divertido.

Eso fue hasta que Adrián chasqueó los dedos en frente de ella.

—¿Estás bien? —pregunta con cara de pocos amigos.

—Es que creo que olvidé algo en casa —responde la joven con desconcierto. Aprieta la lata con incomodidad.

—¿Exactamente...? —Eva interrumpe con una pequeña sonrisa.

—Necesito tomar a cada cierta hora unas pastillas para los huesos —ocultó los ojos detrás de su flequillo mientras maldecía en voz baja—, pero ya me bebí una lata de cerveza y no quiero que pase algo malo.

—Hey, Caliope —inicia Eva girándose hacia la otra con una sonrisa amable—. No he hablado contigo. Tengo curiosidad acerca de ti.

—¿Ah, sí? —ella frunce el entrecejo, sintiéndose como en la secundaria de nuevo.

—¿Adrián no es viejo para tu gusto? —la mira fijamente sin tener una mínima pizca de vergüenza. Eva no conocía lo que era la privacidad, solo pensaba que era su deber llegar al centro de todo.

La chica solo se quedó viéndola, esperando que fuera broma. Pero Eva no le quitaba los ojos de encima. Ella tragó saliva, removiéndose incómoda. ¿Era necesario que le respondiera?

—Eva, ya no más —interrumpe el otro con voz neutra—. Eso no es amable.

—¿Desde cuándo te importa la amabilidad? —responde ella en tono oscuro, esta vez mirándolo a él— ¿No entiendes que es broma? 

Las chispas volaban, sin embargo solo Eva sabía lo que estaba ocurriendo. La indiferencia es un lugar frío en el que tienes grandes probabilidades de morir solo, aunque ella no quería perecer allí sino tal vez (por un momento) ser tomada enserio por parte de Adrián.

¿Acaso no entendía nada? ¿Solo parecía su típica mejor amiga siendo imprudente? Todo ese intelecto para un hombre tan ignorante a lo que no era explicito: Sus sentimientos.

Quería enojarse, pero no había punto por el cual luchar. 

Dejó la pequeña fiesta temprano, diciendo un adiós seco y contemplando su frágil naturaleza humana. Los deseos de la carne eran los peores.

Eso Adrián lo entendía, no era un completo idiota. Lo sabía todo, era terrible solo ver que alguien se acercara con plenas intenciones amorosas, aunque él hacía lo mismo la mayoría del tiempo (lo que era una completa ironía). Pero Caliope, era una maestra del desapego.

Era tentadora con su actitud sencilla, despreocupada y sin embargo muy desafiante. Callaba miles de cosas, que con sutileza lograba dejar ir. Cuestión de admirar, desmembrar, desenmascarar. Eso le hacía temblar las rodillas, le golpeaba el pecho y le diera ganas de besarla.


¿Acaso esas son buenas intenciones?  

Justo en la apatíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora