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Como de costumbre, Caliope salía mucho tiempo antes que Nicolás del trabajo. Él estaba harto de no poder encararla, por lo que pidió permiso para irse temprano y preguntarle lo que estaba sucediendo.

La atrapó cuando ya se estaba poniendo la chaqueta. Lo miró con sorpresa, una aburrida.

—¿Te acompaño a casa? —le dijo tratando de ser amable. La observaba con una pequeña sonrisa.

—¿No tenías que trabajar una hora más? —ella denota un claro disgusto mientras lo mira.

—Diría lo mismo para ti —Nicolás inclina la cabeza para ver con claridad su expresión—. ¿Qué pasa? ¿Por qué nunca me dices lo que está mal?

—No es un buen momento, ¿sí? —pone un mechón del cabello detrás de la oreja, evita mirar a Nicolás lo más que puede.

—Hace mucho que no sostenemos una conversación —camina erguido hacia ella. 

Los ojos oscuros de la joven se enfocan en él, brillan con ansiedad.

—No preguntes —su voz denotaba seguridad, pero el tono era débil. Caliope realmente no quería confesar.

—Entonces, ¿qué se supone que haga? —sus ojos la recorrían con miedo. Era vívido ese sentimiento de estar alejándose de alguien a quien quería demasiado. Su rostro se contrajo con levedad, era el miedo lo que no quería poner en evidencia— ¿Debería solo verte ir?

—Sí —ella asiente sin ninguna duda—, no hagas un drama sobre esto. ¿Acaso te importo? ¡Vamos! Siempre he sido yo la que se ha acercado, la que dice tu nombre...

—¿Crees que es fácil? —levanta y contrae las cejas. Se esfuerza para no quebrar la voz, pero solo puede apretar los dientes.

—Sí, lo es —Caliope levanta la cabeza aunque sus labios tiemblan—. Parezco un fantasma.

—Yo...—traga saliva con dificultad. Las fuerzas lo quieren abandonar. Sus labios se congelan, quedan entreabiertos con desconcierto.

—¡¿Qué mierda vas a decirme?! —grita irritada con los ojos cerrados y los puños sostenidos en frente de su pecho.

Nicolás se deja llevar. La besa con nervios aflorando en todo su ser. Apenas si se acerca a ella, aunque sus manos están bien sujetas detrás de su nuca y sus labios se deleitan con un contacto que había anhelado desde hace un buen rato. La deja ir después de unos segundos.

Caliope lo mira con los ojos llorosos por unos segundos. Él no se atreve a decir nada. Cuando las primeras lágrimas corren por sus mejillas, todo su rostro se contrae con cólera y le da una buena bofetada. Solloza con ímpetu, sin poder moverse.

—¿Cómo te atreves a hacer eso? —ella profiere con voz desgarrada. Pone las manos sobre su pecho, siente que la respiración no es suficiente y va a desmayarse— ¡Te odio! ¿No puedes notar que si me he alejado es para no tener que verte?

El joven se queda mirándola sin saber lo que ocurre.

Ella trata de borrar cuantas lágrimas salían de sus ojos. Era el peor momento para que se confesara, más cuando hubo una gran brecha de tiempo para haberlo hecho antes. Lo tomó como un acto de desesperación de parte de él. No podía detenerse a pensar, solo quería irse para no tener que ir por la vergüenza de las especulaciones de un tercero del restaurante. Así que sin más, tuvo que desaparecer.

¿De nuevo tenía que dejar un empleo bien pagado por tonterías? Se cuestionó en el bus camino a casa, aún le dolía el pecho y sin querer se le salían los suspiros.

Entró al pequeño apartamento sin hacer casi ruido; la señora Tellez se encontraba en la cocina, de espaldas a ella. Se limitó solo a ir a su habitación.

Conectó el teléfono y de inmediato llamó a Adrián para ponerlo en altavoz con la puerta cerrada, en medio de la oscuridad que le ofrecían esas cuatro paredes.

—¿A que no adivinas qué putas pasó? —dijo ella en voz ronca, limpiándose la nariz con el dorso de la mano.

—Ahórrame la duda —responde el otro sin ponerle mucho interés.

—Siempre tengo la mala suerte de que el tren me coja desprevenida —toma una gran bocanada de aire antes de dejar caer su espalda contra la fría pared.

—¿Estás embarazada? —Adrián intenta avivar la conversación.

—Para eso necesitaría que alguien se viniera en mí —Caliope deja salir una risa ronca—. Pero, esta vez va enserio, se trata de que Nicolás me besó a destiempo.

—¿Solo eso? Me suenas demasiado triste como para...

—¿Qué más querías? ¿Algo bien asqueroso? —lo pronuncia con notable cinismo— No, algunos lloramos por los besos. Más cuando vienen de alguien que no te hizo caso por un largo tiempo, pero después de que se enredan con alguien más, ahí si se te vienen con todo.

—Ah, pero, ¿qué mierda es eso? —él se muerde el labio, apretando el teléfono con expresión de intriga—. ¿Cómo es que lloras por eso si sabes que estuvo mal desde un principio?

—No quería que eso pasara, quería que me ignorara para siempre o algo por el estilo. Ya sabes, que no hiciera ni un culo —se encoge de hombros mientras se muerde la punta del dedo índice—. Entonces eso justificaría una consistencia: No le gusto y ya.

—Tal vez no deberías pensar mucho en eso —Adrián suelta un pequeño suspiro—. Si sabes que hay gato encerrado, mejor ni pienses en él, no sea que te tientes.

—Tienes razón —asiente con lentitud, una pequeña sonrisa aparece—. No lo haré. 

—Si estás interesada en encontrar una buena pareja, no hagas eso —su voz sonaba comprensiva, era por el hecho de su genuino interés—. A la próxima nada de lágrimas. Le das la cara y le dices: "No tienes derecho a declararte cuando ha quedado más que claro tu poco interés en estos años."

—Gracias —susurra con una gran sonrisa, esta vez llorando un poco por lo que acababa de escuchar—, lo tendré en cuenta.

—Llámame si te sientes mal otra vez, ¿bien? —dice también en un tono susurrante mientras se levantan las comisuras de su boca.

—Está bien —escucha antes de que ella cuelgue.

Caliope echa hacia atrás la cabeza, parpadeando cuantas veces puede para aterrizar en la realidad. Se siente estúpida y ríe. Finalmente toma impulso para levantarse y encender la luz.

La respuesta era tan fácil, que hasta daba pena no usarla.      

Justo en la apatíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora