Púrpura, azul, verde, rosa. Lindos colores, lindos colores.
Una sonrisa en los labios, eco en su cabeza. ¿Quién soy? ¿A dónde voy?
Ya se ha rendido, pero parece seguir.
¿Por qué gastar el dinero en píldoras? ¿No es suficiente con la alergia y la anemia?
La sangre en su nariz no la deja dormir. Se pone débil.
Sentada en la cama, piensa en los límites de su propia existencia. Una decisión la ha marcado, tal vez un glitch que la dirigía a lo desconocido. ¿Puede llamar a la compañía para reclamar su dinero?
Daba igual.
Trataba de ser buena aunque todo le salía terriblemente mal. Poco a poco todos tomaban su mano para seguir escalando, los ojos suplicantes pedían más. Nicolás y Fermina, venían al recuerdo de una mañana oscura de un jueves, justo cuando desaparecieron de su vida se tornaban interesantes. Había sido utilizada cuan alfombra para quitarse el barro de los zapatos, justo cuando ya no cumplía ese papel en sus vidas: Desapareció.
Tan fácil era salir de pantalla que le aterraba que pasara lo mismo con ella misma (la única persona en quien confiaba). ¿Y sí en algún momento se olvidaba?
Sonrió de nuevo, nada de pesares al iniciar la mañana o se sentiría agotada todas las veinticuatro horas.
Sin más, no hizo líos para ir a trabajar, de todas formas tenía que ir para poder comer. Era tan triste que los sueños murieran de esa forma, pensando que no hay más opción que conformarse, pero es lo que le tocó a ella. Un empleo aburrido de buena paga, que te hace enfrentar algunas personas con poco reparo y mucha clase. No era fácil, pues algunas veces se estresaba bastante al punto de querer llorar, algo patético para la mayoría.
El trabajo la agotaba, más teniendo a Nicolás en la cocina y tu pobre compañía. Últimamente no se hablaba con Adrián, sentía algo de vergüenza por el incidente con su madrastra. Así que no lo esperaba al finalizar turno, justo en la puerta delantera con una expresión de indeciso.
Caliope avanzó hacia él con sus dudas, no sabía si estaba prestando suficiente atención como para que estuviera ocurriendo. Esa clase de gestos le parecían extraños, más cuando no había hecho nada para merecerlos.
—Yo...—Adrián se quedó callado con los ojos pasmados en ella.
Ella tragó saliva y miró a la dirección en la que debía irse. ¿Ir a casa era lo más sensato? Tal vez no. Examinando su humanidad, sus intenciones, le causaba intriga la visita.
—Iba de camino a casa —la joven comenzó con un tono tímido. Bajó los ojos al suelo por un momento—. Realmente lamento lo que ocurrió.
—¿No tienes algo de tiempo? —él dio un paso en su dirección con las manos inquietas— Deberíamos ir a tomar algo.
—No puedo —ella vuelve a mirar a la misma dirección.
—Está bien —guarda las manos en los bolsillos con un gesto tranquilo—, solo quería hablar contigo de todas maneras.
—No quiero ser grosera, pero no me gustaría hablar ahora —se lleva una mano al cabello con un gesto de incomodidad—. Necesito estar sola.
Adrián asiente para emprender marcha con la cabeza y los hombros decaídos.
—No es tu culpa, es solo que me siento mal —confiesa con el rostro deformado por una tristeza desconocida, siente que las fuerzas la van a abandonar.
—¿Te das cuenta de cuantas veces dices que "no"? —Adrián no se ha dado la vuelta. Sin embargo, cuando ella no lo mira, tiene una expresión seria aunque se muerde el labio en señal de que iba a resignarse en cualquier momento a ir para consolarla.
—No —ríe al borde de querer llorar. Se abraza a sí misma. Trata de ahogar los sollozos—. ¡Puta! Tal vez sí necesite antidepresivos o alguna mierda. Esta güevada de los químicos en el cerebro me dan justo en el culo.
El hombre se voltea con una sonrisa muy tenue. La envuelve en sus brazos, siente como ríe y llora.
—¡Mierda, me estoy enloqueciendo! —la joven exclama con suavidad cerca de su oído— Ni siquiera quería dejar de hablarte, es enserio, es solo que me da vergüenza involucrarme contigo después de provocar a tu madre. ¡Soy necia con todos los huevos!
Caminaron un buen rato con lentitud, integrándose al silencio de aquel lugar. Era difícil no pensar que era cursi hacer eso. Más cuando él se sentía nervioso cuando Caliope lo miraba.
—¿Por qué viniste? —ella rompe el silencio y saca a Adrián de sus pensamientos.
—No lo sé, iba de paso —confiesa siendo sincero.
Ella asiente con una expresión decepcionada.
Solo un espacio de seis años hacía esa diferencia, entender que no eres el centro del universo. Entonces, no se arrepintió de su comentario.
—Eso es lindo —la joven usó un tono crudo que enmarcaba su cinismo.
—No todo tiene que ser sobre ti.
—Lo sé, solo que es la costumbre —levanta los hombros, ladea la cabeza y lo mira con algo de humor. Sus ojos inocentes con la coleta que se balanceaba detrás de su cabeza enfatizaba su apariencia adorable y de cierto modo andrógina.
Adrián sí tenía un propósito oculto. Días antes, su madrastra Cecilia lo llamó. Esa vez fue la única en que vio a sus hermanastros preocupados, ella había sufrido una crisis desde el funeral y solo hasta ese entonces pudo controlarse.
Cecilia le habló con más humanidad que nunca, tratando de disculparse por todos los años de haberlo dejado en la ignorancia. Pero bueno, él ya era un adolescente cuando ella se casó con su padre, y tampoco era la joya de la familia con su actitud misántropa y desafiante. Esa es historia, así que solo quería preguntar un punto clave a Caliope.
—¿Por qué le dijiste eso a Cecilia? —él aprovechó el silencio incómodo para preguntar. Se mantuvo atento a ver si los milagros o las diminutas coincidencias existían, mientras contenía el aliento.
—Tal vez debí ser clara o concluir lo que decía —la joven se encoge de hombros con algo de cansancio—. Quería decirle que solo deseaba que su esposo se hubiese disculpado con ella, no debió ponerla en esa posición. Se notaba que tenía la tensión alta y se arrepentía de algo. Solo quería decirle que deseaba que tuviera otra oportunidad, tu padre era un egoísta con ella, tal vez lo sabía si dejó de ver a esa mujer.
Según Cecilia, eso era lo mismo que habría dicho su madre. La decía algo con completo cinismo para seguir con algo cálido. Adelina, era una mujer directa, cuyos ojos solo podían asustar a quienes esconden sus vergüenzas, le gustaba el azul, y aunque el dinero no le sobraba, le enseñó a nunca hacer cosas por plena avaricia. Pero Cecilia se casó con Hugo por otro pecado, la lujuria, algo que terminó transformándose en codicia y luego en un serio arrepentimiento. Qué mal que su madre no estaba allí, aunque a lo más cercano le lanzó una bofetada de cólera y profunda melancolía.
Adrián la miraba con asombro, no podía explicárselo a sí mismo. Así que tuvo que tomar una excusa estúpida, que fuera a tomar el bus antes de que tuviera que esperar el siguiente. Ella no quería irse pero aún así, se dio la vuelta para correr a la parada. De alguna forma le daba risa cómo corría, porque daba pasos pequeños y se quejaba a mil.
Se quedó solo en medio del silencio mientras su sonrisa se desvanecía de a poco. ¿Qué putas acababa de pasar?
ESTÁS LEYENDO
Justo en la apatía
RomanceElla no es una musa, pero le gustaría serlo o tal vez no. ¿Por qué ser estática ante el hambre de querer conocer? Ese es la clase de espíritu que la ha empujado por años a no oír lo que es bueno o malo. Y eso fue lo que la dejó sin futuro, relacione...