Si los ojos son ventanas al alma, ella las tenía bien abiertas. Invitaban a entrar en aquel gran salón donde solo reinaba el silencio y el vacío. No era un lugar atractivo para cualquiera, nadie deseaba escuchar su propio eco y estar tan consciente de su miserable existencia.
Caliope, no sentía nada. A veces tocaba el rostro con las manos adormecidas por la confusión de estar en el lugar correcto. ¿Era realmente esa mujer con la cara de perro triste? ¿Por qué tenía que ser ella ese sujeto que por más que buscara magia en el mundo no la hallaba?
Vagabunda desnuda, temblando de frío sin saber qué le depara. Ya le han escupido encima, las fieras deshicieron su ropa. La esperanza marchita intenta volver a encender un poco más de fuego en su pecho. Pero se detiene, no da un paso más. ¿De qué sirve estar despierta si al final no se logra nada? Vive en la discordia, la maldad, la indiferencia, la ignorancia, la apatía; ningún hombre se escapa de Leviatán.
Como cualquier humano de la época posmoderna, se fija una sonrisa con cuantos clavos encuentre: Estética, aceptación, autoestima, atracción. No le ayudarán a ser feliz, pero nadie dijo que el fin de la vida consista en un sentimiento.
Parecía la percepción de un autor de thriller psicológico. Al mirar al mundo fijamente por unos segundos más de lo normal aparecían tentáculos y colmillos donde antes no los había. Era una ventaja solo para su escritura, que aún consideraba mediocre.
Esos pequeños encuentros fortuitos con Adrián eran lo único salvaje que había hecho, con esto me refiero a que nunca se atrevió a salir con alguien que no tuviera conexión de familia o amigos. Aunque Adrián era un tipo transparente, no había nada de qué preocuparse.
A veces la veía sobre el borde de su libro con una mirada de desconfianza o quizá de inseguridad, no tenía idea de cómo hablarle sin parecer ignorante, sin embargo no lo era del todo ante los ojos de él.
Cuando le fue a dirigir la palabra, Caliope se le quedó viendo cuan estudiante que no sabe la respuesta ante un profesor severo.
—¿Ocurre algo? —lanza una pregunta capciosa demostrando serenidad con una postura más relajada.
—No es nada —niega con la cabeza enérgicamente. Se levanta del asiento con la mirada clavada en la de Adrián, como si fuera su deber hacerlo—. Iré a pedir otro pastel.
En pasos lentos y suaves se fue al mostrador para hacer la fila detrás de otras cinco personas.
Adrián también estaba intrigado con ella, era sospechosa. Haber crecido en un entorno de plástico no ayudaba a su perspectiva con las personas, pues creía que siempre estaba ese demonio que cada uno llevaba dentro.
¿Por qué una mujer se quedaría con alguien por el simple hecho de conocerla? ¿Cuál era la verdadera intención?
Él sabía que no era la mejor de las personas. Nadie mostraba la capacidad de tenerle paciencia a su perversión más que esa joven que le miraba con intriga más que con amor o admiración. La esencia de aquel comportamiento extraño no estaba a la vista, parecía simple inocencia. No obstante, no podía objetarle que si estaba actuando, lo estaba haciendo muy bien.
Mantuvo la mirada en sus ojos oscuros que en su defecto parecían florecer cuando sentía vergüenza, las límpidas ventanas al alma capturaban la suya hacia el paraíso.
—¿Te encuentras bien? —la joven pregunta al notar lo absorto que se encontraba su acompañante. Tragó saliva antes de sentarse y poner su plato en la mesa.
—¿Qué es lo peor que has hecho? —pregunta aún embelesado— Dime que no le das tu dinero a los pobres, ayudas ancianas y le das comida a los perros callejeros —parpadea intentando volver en sí—. Dime que no eres tan pura.
—Si eso me dices ahora —Caliope sonríe suprimiendo la idea de reír. Suspira y pone los antebrazos a los costados del pequeño plato de pastel—. ¿Por qué pensarías que soy pura?
—Solo mírate... —suelta una risa seca mientras observa algunos detalles de la anatomía de la joven quedando aún más confuso.
Dudosa, Caliope decidió hablar.
—Leí que a primera vista cuando alguien es hermoso le dan ciertos adjetivos como inteligente, honesto, generoso, incluso cuando realmente no son de esa manera —estaba sorprendida al ver que tenía toda la atención de él. Se aclaró la garganta—. Pero en este caso me ves con cara de yo no fui porque he demostrado tener una actitud pasiva e inocente, aunque deberías entender que esto se debe a mi ansiedad hacia hacer ciertas cosas. No soy pura, solo temerosa.
El hombre asiente con lentitud.
—Ahora sí, dime la cosa más terrible que has hecho —le sonríe muy levemente.
—¿Crees que tengo huevos para hacer algo malo? —la otra lo cuestiona con las cejas levantadas. Ríe para sí misma.
—Creo que lo escondes —responde asertivo.
—Tú no me lo dirías —ella trata de esconderse con un argumento que sabía era débil dado a la intrepidez de su acompañante.
—Si me lo pides, lo haré —la reta con la mirada. La ve agitarse, ponerse sonrojada y abrir la boca con ligereza.
—Bien, confiesa tus pecados —Caliope guardó los brazos bajo la mesa, sus dedos jugueteaban sin cesar por los nervios del acercamiento tan repentino a su usual estilo de contacto a distancia.
—No me importan los sentimientos de los demás, me parecen inútiles —confiesa con voz oscura. Mantiene un intenso contacto visual con ella, quería ver si se llegaba a sentir incómoda o asustada con él después de eso—. He llevado a la locura a muchos cuando se enamoran de mí, los he llevado a mentir y engañar para dejarlos a la intemperie de sus propias acciones.
—Eso es porque eres nihilista. Tal vez ese tipo de situaciones ocurran porque la gente no te pone atención y cree que es de esas religiones raras como la del monstruo de espagueti volador —Caliope tiene una serenidad aterradora, logró ser muy racional en esa situación—. Para mi modo de ver, la seriedad, la intelectualidad y tu poca moral resultan ser atractivas, aunque a eso le debo añadir que tienes cierto encanto físico como tu modo de vestir y tu cabello.
La joven dibuja una sonrisa tensa de broma. No lo veía como un tipo malo, tal vez solo malinterpretado y satanizado.
—Creo que lo único malo que he hecho es salir contigo, pero realmente me gusta —susurra con una sonrisa pequeña—. Aunque hice esto porque no me salían los personajes serios en mis historias, así que apenas te vi eras la persona correcta para enseñarme una cosa o dos.
—¿Tú escribes? —Adrián no ocultó su sorpresa.
Ella asiente. Solo se trataba de un hobby de unas veinticuatro horas de dedicación en las que ella se limitaba a observar cómo actuaban las personas en la vida diaria en vez de revisar consejos para escritores de poca ayuda.
—No soy buena, es más como una onda relajada de thriller psicológico —Caliope tose algo incomodada por la manera en la que él permanecía perplejo—. ¿Me estás escuchando? Solo es un hobby.
—De haberlo dicho antes, te hubiera ayudado más —la regaña sacando una pequeña risa—. Ya me involucraste, ahora te tengo que ayudar.
Caliope era una completa caja de sorpresas agradables o solo tolerables, por lo que Adrián no se opuso cuando ella se acercó a abrazarlo por unos escasos segundos antes de irse con ese andar desenfadado de existencialista.
Sabía que por lo que le dijo no era una escritora de primera, sin embargo tenía unas ideas de locura que tentaba desenredarlas de a poco.
De ello no se preocupaba, sino el hecho de que lo hacía sentir extraño. Que su cabello largo y oscuro ya se confundía en las noches oscuras de sus sueños. Que las manos pequeñas y suaves le recordaban lo áspera que es la vida en comparación a ellas. Que aunque pensara que era solo una chica agotada, decadente, apática, lograba haber algo, un principio de vida en el valle del pesimismo depredador.
Quizá si solo la besara, sabría qué tan frío estaba su corazón. Aunque bastaba su sola existencia para saberlo. Al final, no era de piedra.
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Justo en la apatía
RomanceElla no es una musa, pero le gustaría serlo o tal vez no. ¿Por qué ser estática ante el hambre de querer conocer? Ese es la clase de espíritu que la ha empujado por años a no oír lo que es bueno o malo. Y eso fue lo que la dejó sin futuro, relacione...