Caliope era la mayor de las musas. Cuando se le otorgó una de las áreas artísticas a ella se le dio la poesía épica, aunque a veces se le añade la música y la escritura. A pesar de no ser un personaje prominente en la mitología griega, Caliope es invocada en varios escritos para darle inspiración al escritor.
Pero esta vez, no se refería al nombre de una diosa. Se trataba solo de una joven. Un foco de luz violeta que brillaba a la distancia. No quería obtener tu atención.
Adrián era un experto para darle tiempo a las cosas. Podía estar triste todo el día, pero solo lo demostraba en un tiempo específico. Lo mismo era con Caliope. Como un reloj, se sentaba a leer sus pequeños textos y pensar en sus ideas azucaradas.
Ella lucía joven, no solo por su diferencia de edad, sino también por llevar una vida hermética que dejaba de lado a los vicios. La había confesado que solo se dejaba tocar cuando la afinidad era clara y concisa; no le hablaba a los extraños y las drogas le parecían peste posmoderna. Eso explicaba su extraño brillo, pero no su desesperado pesimismo que no era comparado al de los millennials. Era un pesimismo optimista.
—A nadie le importarán nuestros errores cuando hayamos muerto, es más, ni siquiera quedará un recuerdo después de un buen tiempo —dijo la última vez que estuvo con él en su casa. Su rostro era apacible—. ¿No crees que es reconfortante?
A veces le dejaba sin palabras cuando hablaba de la inminente e ineludible muerte, porque permanecía serena aunque no idolatrara esa irracional cultura hacia ella. Varias de las cosas que decía iban justo a ese tema.
Era extraño que esa joven solo esperara la muerte y a todo le hiciera caras de disgusto por toda la desilusión que guardaba para sí. Decía que era inútil para ella mirar al pasado o al futuro porque eran un espejismo de algo idealizado, solo vive en un sin fin de eventos presentes que acabarán algún día.
Preocupado de que Caliope hiciera algo estúpido, la invitó a una de sus clases en la facultad de literatura. Ella no le hizo caso ni en un minuto, cualquier cosa era más relevante que sus palabras: Sus manos, la punta de sus cabellos o la hora en su teléfono. Se zafaba de sus preguntas con indiferencia absoluta, haciendo que los demás estudiantes rieran.
Al final de la clase, ella esperó a que empacara sus cosas. Llevaba una cara relajada, aunque parecía irritada por alguna razón. En el gran aula primaba el silencio. Adrián sentía sus ojos encima.
—No entiendo para qué me invitaste...—ella le habla seria. Exhala con fuerza. ¿Por qué su voz sonaba dolida?
—Creí que sería divertido para ti, pero estabas más cerca de dormirte —añade el otro haciendo una pausa antes de mirarla con detenimiento. Frunce el ceño—. Callie...
—Mierda, me siento del carajo —se queja mirando hacia el techo. Gruñe una y otra vez mientras habla para sí misma—. No me gusta que me recuerden que está mal estar sola. Porque no es así, pero lo hacen y lo siguen haciendo.
—¿Ahora qué? —Adrián dirige la palabra de manera fría y distante. Creía que era otro de sus melodramas.
—Mi familia, mis amigos —menciona con los puños cerrados—. De nuevo mi tía menciona que soy una buena para nada y tengo a mi madre diciendo pestes de mí. Fermina me restriega en la cara que se ha acostado con Nicolás... ¡Puras idioteces!
—Entonces, ¿por qué estás así? —él recoge su mochila para seguir encarando a la joven dolida.
Se quedó callada por un momento.
—Cosas nada bonitas —se encoge de hombros haciendo un puchero. Sus ojos se ocultan tras el flequillo que tiene.
—¿Cosas nada bonitas? —Adrián repite con una sonrisa— ¿Qué clase de cosas nada bonitas?
Caliope se lleva los nudillos a la boca, mira al suelo con vergüenza y finalmente lo mira a él.
—Cosas de las que no me enorgullecería —dice en tono neutro.
—¿Qué? ¿Vas a matar alguien? —pregunta siendo sarcástico. La mira con una pequeña sonrisa, alza la barbilla— Ya dime.
—Quiero acostarme con alguien —ella desvía la mirada al suelo. Gruñe de nuevo—. ¡Mierda! Lo siento, ¿por qué te lo dije?
Inmutado, Adrián responde.
—Porque confías en mí —convencido de que estaba en control, intenta seguir hablando para aclarar sus razones—. ¿Por qué lo dices?
—Porque soy una idiota —se abraza a sí misma antes de darle la cara al hombre que tenía en frente—. Solo quiero a alguien para satisfacerme, es algo egoísta.
—Aún así eres adorable —comenta el otro casi intimidado por esa actitud. Aclara la garganta antes de desviar la mirada—. Sabes que no soy...
—Lo sé —afirma ella en voz alta. Entrelaza los dedos—. Olvida lo que dije, no es razón para ignorar tu clase. Fue un privilegio estar aquí...
—¡Vamos, mujer! —él se queja con fuerza— Te vale un huevo que te diga que Lovecraft dijo esto o aquello. No me vengas con falsa modestia.
—Me aburrí de principio a fin —confiesa en voz baja entre risitas.
Ambos sonrieron siendo cómplices del otro.
Caliope no pudo contener su alegría y se enredó con él en un abrazo. Aunque al principio rechazó la idea, terminó enterrando sus dedos en los hilos oscuros de su cabello. Y entonces observó fijamente su rostro, uno común que tan solo resaltaba con esos ojos que parecían saberlo todo.
La joven se quedó estática, no sabía lo que pasaba por su mente cuando alargó la mano para tocar el rostro de Adrián. Pues de inmediato la soltó.
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Justo en la apatía
RomanceElla no es una musa, pero le gustaría serlo o tal vez no. ¿Por qué ser estática ante el hambre de querer conocer? Ese es la clase de espíritu que la ha empujado por años a no oír lo que es bueno o malo. Y eso fue lo que la dejó sin futuro, relacione...