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Adrián Boehm era el hijo de una familia aristócrata chilena, de esas que hace lo que sea para conservar su estatus

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Adrián Boehm era el hijo de una familia aristócrata chilena, de esas que hace lo que sea para conservar su estatus. Fue sin dudas el miembro más escandaloso, porque a su parecer no necesitaba decirle a todos que solo se juntaba con hombres debido a su latente homosexualismo.

Primero fue con el hijo de este y de otro, hasta que lo pillaron para darle tremendo sermón por armar escándalo al ser el heredero de los negocios de su padre y más que todo por ostentar de su respetable apellido. A Adrián le valió verga lo que le dijeran, eso no lo podía cambiar. Los terminó dejando callados.

Todos lo tomaban mal, él era un amargado a los ojos de cualquiera. Pero, ¿quién quiere a alguien que desprecia todo? 

La apatía en sí suena como enamorarse: No puedes describirla hasta que la sientas. Aunque consiste en no sentir nada hasta un punto maravilloso en el que te confunden como alguien fuerte, si con eso quieren decir que alguien indiferente, seco y de sangre fría, sea considerado como a alguien que le sobra fuerza.

Pero la apatía también consiste en estar en control, ser lo más claro posible y no dejarse llevar por el qué dirán los otros. Y también estar harto de que te anden diciendo que dejes la cara de culo, pero bueno eso no se puede.

Él sabía que si tenía "amigos" era por el dinero o solo por parecer un tipo duro, estas personas se le pegaban como parásitos y terminaban llevándoselo con ellos. 

Los cuicos lo llevaban siempre a un restaurante que tenía fama de buena comida y meseras bonitas. Al principio pensó zafarse después de haber comido...

—Esa mesera si que es fea, Eddie nos prometiste mujeres bonitas —se burló uno al darle la primera cucharada a su exquisita sopa.

Sin dudas, quién estaría de buenas cuando un tipo te hace sentir incómodo y te da una palmada en el trasero, además de que ignore tus reclamos y sea respaldado por tu jefe. 

Adrián no apartó la vista de la joven. Tenía los ojos nublados con lágrimas cuando la vio por última vez y ahora solo estaba cabizbaja mientras atendía las demás mesas.

—Oye, Adrián —Esteban volvió a hablar con una sonrisa bobalicona—. ¿Qué le ves a la mesera?

—Discúlpate con ella —su voz fue firme. Clavaba la mirada con ira contenida.

—¿O qué? ¿Me lo meterás mientras duermo? —el otro envía un beso al aire como burla. Los demás ríen por su gesto— Lo único que ella tiene de bueno es el culo, ¿por eso la andas viendo?

—Apuesto que piensas en chuparme el pico, ¿a qué no? —le dio una indirecta que lo dejó mudo.  

Adrián solo se levanta de la mesa aprovechando que tenía una cajetilla de cigarrillos para salir a la calle. En el callejón adjunto vio a la joven hablando por teléfono, mostraba signos de ansiedad al contraerse y temblar.

Intrigado, él se acercó.

Caliope terminó la llamada. Puso una mano en el pecho, contuvo la respiración y dio un paso hacia atrás cuando lo vio cerca de ella. Tenía miedo.

—¿No fue ya suficiente con la nalgada? —trató de sonar valiente en frente de él— Llamaré a la policía si me tocas.

—No te preocupes —él habla con su usual tono neutro. Saca un cigarrillo, lo sostiene entre los dientes y lo enciende—. Ese tipo no es ni siquiera mi amigo.

—Bien —ella asiente—. Se ve que es un sujeto terrible.

—¿Qué dijo tu jefe? —pregunta tratando de parecer desinteresado.

—No dijo nada, es amigo del padre de ese capullo —se queja con voz chillona, amenazando con llorar—. Debería demandarlo de una vez; ni siquiera me deja ir a ver a mi amiga, se fracturó el fémur en un accidente de auto. Es que ni tiene una pizca de vergüenza el pendejo ese.

—Deberíamos usar eso para que se mantenga a raya contigo —Adrián sugiere asintiendo. Recuerda como lo vio hace unos segundos, sus piernas temblando y los ojos llorosos—. Si los nervios te tienen así de mal, deberías ir de una vez por todas —le dijo sin siquiera verla—. Generalmente no soy así de caritativo, pero voy a librarte de esto.

—No creo que puedas hacerlo —ella miró al piso. Sentía que estaba desorbitada y la respiración la hacía sentir aún más cansada. Sus manos helaban, su cabeza no paraba de pensar lo peor—. Ese tipo no tiene ningún problema con dejarme aquí, y soy tan cobarde que no me atrevo a desobedecer.

El hombre la miró con algo de irritación antes de pisar el cigarrillo e irse. 

Estaba tan disgustado, que no dudó en ir con el jefe a aclararle la buena demanda que se le vendría encima si no hacía algo con Esteban y su grupo de pervertidos. A lo que el viejo, algo temeroso le indicó que se iba a encargar de ello.

Finalmente se fue, ansioso de saber si al otro día se iba a encontrar con Esteban y su ambiguo comportamiento homofóbico, sabiendo que en cualquier situación que se le presentara quería negar que se había acostado con él en frente de sus narices.

No debía amargarse la vida solo por eso. Como si fuera su asunto.

Pero al final se lo terminó encontrando, esta vez estaba ardido con la misma joven aunque al hacer contacto visual con el viejo Castilla le hizo volver a sus asuntos en vez de seguir cagándola. Adrián se sintió complacido.

Al final del almuerzo, la joven vino con la cuenta ostentando una linda sonrisa dirigida a él.

—Espero que les haya gustado la comida —estiró la mano para dejar el pequeño libro negro en el centro de la mesa. Paseó la mirada hasta dar con la de Esteban, lo miró por unos segundos hasta irse con completa discreción.

Adrián deseó reírse en su cara pero todo lo que hizo fue alzar los hombros, levantarse y darle unas palmaditas en el hombro antes de irse de la mesa. Era un cínico de primera.








Justo en la apatíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora