¿Cómo empujas a dos personas para que se conozcan? ¿Simplemente las juntas y ya? Bueno, eso no funciona con nuestros dos sujetos, son apáticos. Uno psicológicamente, mientras que el otro es portador del adjetivo.
Todo comenzó un día de lluvia.
Caliope ama la lluvia cuando está sola, pues es libre de desorganizarse cuanto quisiera sin tener a alguien que le hiciera mala cara porque estaba siendo una inmadura. Se ríe sola mientras corre a la estación del metro.
Iba de camino a casa, así que no había lío en llegar toda mojada y con las cejas despeinadas.
El metro estaba casi desocupado. No era similar a las orgías de la hora pico.
Sentía la pereza envolviéndola como una suave manta de bebé acompañada con el sonido del agua chocando. Se sentó de costado para poder recostar la cabeza sobre su brazo. Con los ojos entrecerrados, divisó al mismo hombre que había visto en el restaurante hace días. El corazón le palpitó con fuerza.
Idealizar era una de sus cosas favoritas. Era vivir en un sueño, uno en el que no te podían hacer daño... Pero si te descubren, ya es otra cosa.
Adrián hizo mala cara antes de venir con paso rápido hacia ella. Se sentó a su lado.
—¡No hice nada, lo juro! —Caliope grita de la nada.
Él suelta una carcajada.
—No hay problema —el hombre mira al frente—. Te intimido cada vez que nos vemos.
—Siendo sincera, me asusta todo —ella corrige su postura y pone las manos encima de las rodillas, con las piernas muy juntas—. Es una mierda.
—Pues, yo tengo cara de culo —añade el otro con tono neutro.
Caliope ríe un poco.
—Aun así, gracias —ella se trata de encoger para ocultarse entre sus hombros. Lo mira fijo mientras él aún sigue de perfil.
Adrián sonríe un poco antes de volver a ponerse serio. ¿Por qué le estaba hablando?
—Si algo me enseñó Nietzshe es que algo debió haber guiado tus acciones, y si no fue la justicia...—la joven tragó saliva—, fue solo por tu rencor a Esteban.
El hombre la mira de reojo.
—El señor Castilla me habló —ella jugaba con sus manos de una manera tan nerviosa que parecía ser síntoma de ansiedad—. No es por ser malagradecida pero...
—No soy un peón en tu juego —se anticipó el otro—. ¿Es eso lo que ibas a decir? —formó una sonrisa hipócrita— ¿No te dije que fue por caridad?
—Lo siento, ignóralo —Caliope giró la cabeza para el lado opuesto.
Él solo se quedó mirándola. Entendía que era una mierda que te usaran como excusa para atacar a tu oponente, pero ni Esteban era su oponente ni ella era una excusa.
La joven volvió la mirada al hombre que solo se quedó mirándola, sintiendo como varias sensaciones corrían sin sentido en ese momento. Lo único que la sacó del trance fue la frenada del metro. De inmediato se levantó y adiós.
Adrián se mordió el labio con solo pensar lo que había ocurrido, la muchacha tenía ojos intensos. Sintió una extraña punzada en el pecho, pero prefirió ignorarla a pesar de lo bien que se sentía.
A partir de ese entonces, ya no era raro para ellos encontrarse cada miércoles a las once y media de la noche.
A veces se miraban fijamente desde la distancia.
A veces no se miraban.
A veces les ganaban las ganas y se sentaban juntos.
Pero no se hablaban, para nada. Eso sí, nunca se podían ignorar del todo.
Una sola vez se tocaron las manos por accidente, justo ahí se entrelazaron y a partir de ahí jamás volvieron a ser los mismos.
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Justo en la apatía
RomanceElla no es una musa, pero le gustaría serlo o tal vez no. ¿Por qué ser estática ante el hambre de querer conocer? Ese es la clase de espíritu que la ha empujado por años a no oír lo que es bueno o malo. Y eso fue lo que la dejó sin futuro, relacione...