Capítulo 1: Parte 1:
Lou lloraba en el suelo como todos los días a esta hora, cuando el hombre moreno la golpeaba sin razón alguna. Toda la culpa de su estado de ebriedad recaía sobre ella. Ella trataba de hacer todo perfecto para que él no tuviera motivos para maltratarla, pero no había caso.
La casa estaba desarmada, todos los muebles quebrados y el piso lleno de vómito y orina. Él estaba en la sala gritando y golpeando lo que hallaba a su paso. Lou se encerró en el baño y se metió en la bañera sucia y vacía con las manos en sus oídos y los ojos apretados. Ponía su cabeza sobre sus rodillas y lloraba a mares, su cerebro no maquinaba idea alguna, y su corazón se retorcía como si hubiesen puesto un tizón ardiendo en él. Había tratado de trancar la puerta para que él no entrara, pero sabía que si se lo proponía en dos segundos él estaría dentro de nuevo y la golpearía otra vez.
Lou se maldecía a sí misma más que a nadie y se estremecía entre la oscuridad de su desgracia. Los pasos de él ya se oían más cerca, comenzó a gritar el nombre de Lou, junto con muchas palabras obscenas más, iba golpeando el piso conforme se acercaba. Lou se estremecía en cada golpe, y mordía sus labios hasta sangrar para evitar emitir los sollozos y él se diera cuenta de donde se escondía.
Él comenzó a golpear la puerta del baño; Lou jadeó aterrada, estaba segura de que esta vez él iba a matarla. Ella nunca lo había visto tan borracho y tan drogado, estaba fuera de sí por completo. El tronco que bloqueaba la puerta vibraba cada vez que él pateaba la débil puerta azul del lavabo.
Lou revisó a su alrededor buscando algo con qué defenderse, ya lo había intentado antes, pero nunca dio resultado; él medía más de dos metros y era robusto. En cambio, ella con su cuerpo débil y vulnerable era incapaz de alzar una mano por detenerlo.
Miro sobre su cabeza una pequeña ventana que daba hacia un pequeño jardín abandonado de la casa de al lado. Se asomó por la pequeña abertura y apenas su cabeza cabía a través de ella, abajo había espinales, púas y arbustos, también sintió la brisa cayendo como agujas sobre su cara. Ella intentó salir por el hueco, pero sus hombros no podían traspasar hacia el otro lado. Al dejarse caer sobre la bañera de nuevo, el vidrio de la ventana se fragmentó, lo cual le dio una idea homicida.
Lou golpeó la ventana con su puño y los fragmentos de vidrio irregular cayeron sobre la bañera y sobre su cuerpo. Un par de astillas se enterraron en su brazo derecho, pero el dolor que sentía en su interior hacía que las astillas fuese una sensación paradisiaca.
Él golpeó la puerta con fuerza y el tronco que la detenía golpeó contra el lavabo y este se estropeó; comenzó a salir líquido pestilente de aquel sentadero inmundo. Él la miró desorientado, seguro su visión estaba restringida por turbulencias por consecuencia de los narcóticos.
—¿Dónde estás, maldita? —gruñó él con su voz carrasposa y retumbante.
Lou revisó los vidrios bajo sus pies y la sangre que desprendía de ellos. Tomó el fragmento más grande que vio y lo tomo por la parte más ancha. Dirigió el pico hacia él y se acercó lentamente para no advertirlo, pero su respiración estaba precipitada y acelerada, envuelta en sollozos y estremecimientos.
—¿Vas a matarme? —rio él burlonamente. Sus hombros estaban encorvados y tenía una pinta despreocupada.
Lou no emitió palabra, sólo quería salir de ahí lo más pronto que pudiese. Bajó la guardia y miró hacia el suelo. Repentinamente,alzó el cristal y lo dirigió hacia el rostro del rufián. El borde le hirió el rostro, con una herida que se trazaba desde su oreja hasta los labios del tipo.
El hombre gritó lleno de coraje, llevaba tanto alucinógeno dentro que el dolor físico no fue tan lacerante. Él tomó su cara y observó la sangre chorreando por su mano. Lou corrió fuera del baño y se resbaló en el vómito más reciente de aquel tipo, se levantó luego de gatear y se aproximó hacia la puerta. La abrió y corrió fuera de la choza maloliente. La noche era oscura y la lluvia caía en picada como una brisa chispeante y fina.
Lou corrió en dirección a las afueras Uxbridge, con sus pies descalzos y ensangrentados. En medio de la oscuridad lloraba y sollozaba entre su respiración alterada.
Llegó a una cabina de teléfono; no tenía dinero ni a quien llamar, pero al menos le funcionaría para refugiarse de la lluvia, y tal vez hasta pasar la noche. Pero, tenía miedo de que él saliera a buscarla, aunque en su estado, era probable que se hubiera quedado dormido y malherido en el suelo del baño hasta mañana en la tarde. Las pequeñas casitas acogedoras dejaban salir las luces tenues y agradables de las pequeñas ventanas en forma de cruz. Lou se entumeció en la esquina para darse calor a sí misma. Se quedó mirando una casita de dos plantas que había frente a ella: tenía las luces amarillas y brillantes iluminando el interior de la casa. Apenas podía ver el interior por la humedad que empañaba las ventanas de tan acogedor hogar. En el exterior había un jardín lleno de flores y eufórico por el gozo de la lluvia. Se imaginó la familia que habría dentro; una madre, que cuidara las flores del jardín todas las mañanas y cocinaba para su familia, un padre amoroso que llegaba todas las noches a cenar con su familia, una hija ejemplar que llegara de la universidad con calificaciones asombrosas y un niño de no más de cinco años corriendo por la casa y jugando con sus carritos en un rincón. Toda una familia perfecta, amorosa y próspera. Lou suspiró y se sumergió en su fantasía; no tomaba el personaje del modelo de hija, sino que, sólo con imaginar la escena con terceras personas le causaba paz, aunque ella no perteneciera a ese círculo de perfección.
Su ensueño se detuvo cuando las luces de la casita fueron apagadas, seguro el padre ya estaría descansando con la madre, la hija ha de haber estado durmiendo en su habitación rosa y el nene descansando en su cama cuna desde las nueve.
Lou comenzó a sopesar su realidad con la ficción de sus fantasías, y una vez más sus entrañas se carbonizaron cuando recordó que no tenía una madre hogareña, un padre trabajador, una hermana prospecto ni un hermanito juguetón, de hecho, ni siquiera tenía alguno normal; sólo se tenía a ella misma, porque sus dos progenitores ya no permanecían en esta tierra, y nunca ha sabido lo que era tener un hermano.
El estómago de Lou rugió, hace dos días que no probaba bocado. El poco dinero que le pagaban en el bar donde la maltrataban fue arrebatado por el hombre ebrio hace tres días, sólo pudo comprarse algo para masticar ese día, pero fue suficiente razón para recibir una paliza esa noche.
Miró hacia todas direcciones y todo estaba oscuro. Hace un tiempo, antes de que él llegara eran las once de la noche, ahora serán una o dos horas más. Dejó caer su cabeza contra el cristal de la cabina y sus párpados comenzaron a pesar, al menos dormida no sentiría los retorcijones de su estómago hambriento. Cerró sus ojos mientras titiritaba de frío abrazada con su ropa empapada y concilió un sueño ligero, incómodo y doloroso.