Capítulo 2: Parte 3:
Lou bajó la mirada a los pies del nuevo dueño de su alma y rozó sus dedos en el borde de los zapatos Converse. El chico automáticamente apartó sus pies.
—Levántate —le ordenó.
Lou se estremeció con el sonido de su voz. Obedeció de inmediato y lo miró humildemente. Se detuvo con la vista en su pecho, se imaginó lo increíble que sería abrazarlo.
—Perdóname —le suplicó.
—¿Te parece que eso me limpiará los zapatos? —masculló entre dientes.
—Iré por pañuelos —murmuró Lou dirigiéndose a la salida.
El chico la detuvo antes de atravesar el jardín y la haló hacia él.
—Quiero que lo limpies ahora, y quiero que lo hagas con tu camisa —dijo a unos centímetros de su rostro.
Sus ojos plomos brillantes opacaban el sol detrás de su cabeza. Lou sentía como la mirada de él le penetraba hasta el fondo de su alma. Ella asintió. Se arrodillo en el pasto y miró sus zapatos a la par de la bandeja con los restos de ensalada y una salsa verde misteriosa. Ella estiró su camisa hasta los zapatos del chico, pero él la detuvo con un gruñido.
—Quítatela —demandó.
Lou dudó un segundo, no traía nada debajo más que el sostén, claro. Pero, no podía oponerse a las órdenes, su interior no permitía negarse, además ella había sido la culpable. Se sentía torpe y avergonzada, y no tuvo otra que deslizar su camisa por su cabeza y limpiar los zapatos medio desnuda.
Frotó el calzado con su camisa blanca, y esta se manchó de rojo. No le importaba en ése momento qué iba a vestir luego, sólo quería enmendar su error.
Al chico le pareció curiosa la reacción tan obediente de Lou, al punto que se apartó de nuevo.
—Ahora, vete —le dio la espalda.
Lou tardó unos segundos en levantarse. Miró la espalda ancha y el cabello perfecto de él.
—Volveré a traerte la comida enseguida —le prometió en un susurro.
—No me traigas nada, y no te vuelvas a aparecer por aquí, ¿entendido?
Lou asintió como si el chico la estuviera viendo. Tomó la bandeja con los pedazos de cristal del suelo y se marchó. Miró hacia atrás un par de veces mientras salía, él no se movía de su sitio.
—¡¿Pero qué ha pasado?! —jadeó Lila al ver los destrozos y la camisa manchada de rojo.
—Él no ha querido la comida —dijo Lou temblando.
—Te la ha tirado, ¿cierto? Siempre es lo mismo —renegó Lila.
—No, él no ha sido. Fue un accidente —se disculpó.
Lila puso la mano sujetando su frente y resopló.
—Es lo usual, Lou. Ve a comer —se retiró Lila.
Lou entró en la cocina y vio a las mujeres comentando y comiendo. Las chicas se sentaban aparte y cotilleaban entre ellas.
—Sírvete lo que quieras, Lou. Ya todos están servidos. Total, lo tiraremos a la basura —le dijo Margaret desde la mesa en la que comía.
Lou se horrorizó.
—¿A la basura? ¿Por qué? —preguntó desconcertada.
—Sanidad. No podemos dar comida recalentada. Ideas prejuiciosas de los padres de estos niños ricos —se encogió de hombros.