Hogar dulce hogar.

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Enero de 2006

El sonido del cuero del cinturón al chocar con la piel de mamá sonaba en toda la pequeña casa, junto con los gritos de dolor de mi madre y los de rabia de mi padre.

...once, doce, trece, catorce y quince.

Corrí a cerrar con seguro la puerta de mi habitación para que él no pudiera entrar. Siempre, después de golpear quince veces con el cinturón a mamá, subía y me golpeaba otras quince veces más. Todas las noches era lo mismo, tenía que correr a cerrar la puerta de mi pequeña habitación para que él no entrara. Pero aún así lo conseguía y por ese acto me ganaba cinco golpes más. Esa noche no fue la excepción.
Me hice un ovillo al lado de mi pobre cama y le recé a Dios para que no entrara. Pero Dios siempre me odió y dejó entrar a ese mounstro.

-¡Pequeña porquería, me las pagarás!- gritaba mientras trataba de abrir la puerta. Me tapé los oídos y cerré los ojos. Imploraba porque mamá viniera y me ayudara.

La puerta se abrió y entonces él entró a la habitación. Me escondí más cerca de la cama. Tapándome con las cobijas para que no me viera. La vista ya no le funcionaba como antes. Treinta años y se estaba quedando ciego gracias al alcohol.

-Sal de donde quiera que estés, porquería- graznó. Me tapé la boca con mi mano para no dejar escapar algún sollozo.

Su mirada viajo por la pequeña habitación. El cinturón lo traía en la mano izquierda y en la otra la botella de alcohol barato que por más que le daba sorbos, nunca se vaseaba. Me metí debajo de la cama. Caminó a donde tenía mi armario y lo abrió de par en par tirando varias cosas. No me moví de mi lugar pero podía escuchar como esculcaba en el, en mi búsqueda. Caminó al otro lado de la habitación y tiró mis muñecas del estante. Suspiró y gruñó de frustración. Vi sus botas sucias alejarse a la puerta y desapareare por ahí. Respiré varias veces. Salí de mi escondite y recogí las muñecas una por una. Sólo eran seis. No más, no menos.

Me arrepiento de haber tenido esas mugrosas muñecas.

-¡Aquí estas mocosa asquerosa!- di un salto al escuchar su voz. Me tomó por la cintura y me tiró al suelo. Mis ojos se llenaron de lágrimas al ver su mirada llena de odio y rabia.

Esa noche recibí quince golpes mientras lloraba y gritaba por mi mamá, la que nunca fue. Me hubiera dado más, si no es que se había cansado de estar hincado en el suelo. Mientras él me golpeaba me gritaba palabras de odio y desprecio, mi madre no subió. Ni siquiera subió a verme o traerme la cena. No. Se dedicó a cuidar a su esposo.

Con todo el dolor del mundo me levanté del suelo y bajé a la sala donde estaba el estante donde mi madre tenía los medicamentos. Busqué la pomada que en ocasiones me ponía cuando me caía al jugar y me hacia algún corte o un golpe. Me acabé toda la pomada esa noche. Con el dolor en mis piernas y estómago, subí de regreso a mi cuarto. En la pequeña mochila que usaba para el colegio metí calcetas, vestidos, mi pijama y mis zapatos. No me quedaría en esa casa. No más. Guardé la mochila debajo de la cama y me acosté. Estaba muy cansada para salir esa misma noche. Pero no me iba a quedar a vivir en ese infierno.


En la mañana siguiente me levanté y me vestí para el colegio. Había metido todos mis cuadernos y útiles de la escuela en el armario. Me arreglé como siempre y bajé. Mi padre ya se había ido, sólo estaba mi madre. Delgada, con la piel pegada a los huesos. Vestida con un feo camisón desgastado. Veintisiete años y vivía en la miseria. Tenía la cara pálida a excepción de las marcas de los golpes de las noches pasadas. Su cabello lo recogió, ese día, en una coleta. No me miró. Caminó a la cocina y se perdió en ella. Caminé a la mesa y tomé una galleta de avena que había ahí, luego dos, tres y terminé tomándolas todas. Salí de la casa y caminé rumbo a mi escuela. Mientras caminaba comí tres galletas y guardé las demás. Pasé de largo la escuela y me dirigí a cualquier lugar menos ahí.

The Darkside [Pausada indefinidamente]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora