1 | Lagrasse

1.7K 70 70
                                    


Sonó la campanilla del mostrador, anunciando órdenes que ya estaban listas para entregar

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Sonó la campanilla del mostrador, anunciando órdenes que ya estaban listas para entregar.

—¡Nathalie! Tres platos están enfriándose aquí —gritó el jefe de cocina desde su ventanilla, con esa voz grave y áspera que retumbaba en todos los rincones.

—Ya voy —corrí mientras tomaba una bandeja plateada de la pila.

—El filete con ensalada va a la mesa seis, la hamburguesa a la tres y las pastas a la diecisiete.

—En seguida.

Levanté cada plato con mucho cuidado y los fui equilibrando en la bandeja.

—Tu coleta está desarmada, ¿puedes ver con el cabello en la cara?

Me pasé la mano por las pequeñas mechas para engancharlas detrás de mi oreja.

—Yo creo que las despeinadas están de moda —salió Alen en mi defensa, mientras completaba recibos sobre el mostrador de madera.

Me di vuelta para repartir las órdenes a las mesas, pero no sin guiñarle un ojo como agradecimiento.

—Tú, muchacho, dices eso porque te gusta.

—Giancarlo, ya te dije que no me gusta —lo escuché tartamudear—. Sólo me parece... buena onda. Nathalie es una de las mejores compañeras.

—Ah, ¿sí? ¿Y por qué te pones tan nervioso? —saltó Elsie, mi compañera camarera, agitando su lápiz de forma acusatoria.

—Ya cállense —dijo con una sonrisa, y volvió que centrarse en sus cuentas. Elsie y Giancarlo se sumieron en carcajadas.

Mis compañeros de trabajo siempre nos burlaban a Alen y a mí. Trataban de convencernos de que teníamos que salir.

Yo, por mi parte, era consciente de que él me hacía reiterados cumplidos y que a veces me ayudaba a limpiar las mesas, incluso cuando su turno ya había terminado. Y no era la única que se daba cuenta de su especial trato hacia mí; era bastante evidente, aunque él se cansara de negarlo.

A mí me gustaba Alen desde el primer día que entró al restaurante. En ese entonces, yo era la nueva camarera y me encontraba en el mostrador al público. Se abrió la puerta principal y lo vi entrar con unos papeles en las manos. Dio un saludo cordial y me explicó que quería entregar su currículum a alguien para trabajar allí. Me quedé admirando sus ojos verdes abundantes en pestañas, que me hicieron sentir avergonzada desde la primera mirada. Luego ofrecí darle su currículum al dueño en cuanto lo viera. Ni bien se retiró, no me resistí a dar un vistazo a esas hojas. Alen Signoret. Veinte años. Así que era un año mayor que yo. Sin dudas ya tenía el ojo en él.

La historia de Nathalie [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora