19 | Fiesta en el hotel

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Me causaba tanto entusiasmo ser la recepcionista de la fiesta

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Me causaba tanto entusiasmo ser la recepcionista de la fiesta. Estaba muy ilusionada.

Significaba que estaría en la puerta de la terraza, con una vestimenta algo más formal que la de los camareros, y sería la que dejara entrar a los invitados, según la lista de nombres. Me sentía como esos guardias serios de película con anteojos que controlan quién puede entrar.

—Nathalie, ¿ya estás lista? —preguntaron detrás de la puerta.

—¡Ya casi, señorita Straighthead!

El cuarto de empleados estaba vacío salvo por mí. Me maravillaba la idea de que el uniforme fuera una falda negra, con algo de vuelo, un poco más abajo que mis rodillas. Esta vez, nada de delantal.


Habían sugerido que usara tacones, y me reí de solo pensarlo. ¿Pasar toda una noche parada sobre esos objetos de tortura? No, gracias. Sí, usaría unas sandalias de correa, pero nada tan alto. Quería disfrutar la fiesta sin pensar en el dolor de pies.

En realidad, siempre había pensado que esos zapatos tan altos tenían como único objetivo limitar la diversión de las chicas.

Tenía permitido elegir el resto de mi uniforme, siempre que fuera formal. Esa noche le tocó a mi blusa blanca de mangas cortas salir del armario. Sila enganchaba dentro de la falda, daba un lindo aspecto. Las lentejuelas, aunque no fueran muchas, se reflejarían con las luces.

La noche ameritaba maquillarme, y ahí quedaron mis ojos bajo dos brillosos párpados, entre grises y negros.

La coleta alta como siempre, un par de pendientes colgantes y... ya estaba lista. ¡Qué emoción! Yendo hacia la puerta, pasé por un espejo. Wow, no me había visto tan bien en meses.

—¿Señorita Straighthead? —llamé al salir, ya que no la veía.

—¡Oh! Aquí estás —exclamó, llegando de algún lado.

Ella también se veía muy elegante. Uno creería que una mujer de su altura no necesitaba zapatos altos, pero ella los lucía y rompía mis tontos prejuicios al mismo tiempo.

—Si me permite un cumplido, se ve muy bien.

—Gracias —sonrió—, tú también. Nunca te había visto tan formal, Sancoeur.

—Qué le puedo decir —sonreí en broma—, es la ocasión.

—Bueno, subamos —ordenó, y nos dirigimos al ascensor.

La caminata por la recepción vacía junto a una de las mujeres más importantes del hotel me hacía sentir dueña de todo.

Llegar al ascensor apagó el sonido seco de nuestros zapatos, o de ropas rozándose.

La historia de Nathalie [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora