14 | Amores

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El tren se sacudía y, con él, mi mano apoyada en la ventanilla. No había vuelto a mi pueblo en casi ocho meses y, si bien mi entretenido empleo me distraía bastante, ya estaba en necesidad de calor hogareño.

Mi familia había prometido esperar en el andén. Al verme, corrieron a estrujarme en un abrazo y mi padre me remarcó lo mucho que había crecido —siendo que ya tenía veintidós, era adulta, y no era cierto que había crecido—.

Cada vez que volvía a entrar a mi casa, la sensación era la de nunca haberme ido. Se mimetizaban mi día de partida y llegada.

Me reencontré con mi bicicleta y salí rodando a buscar a Alen al restaurante. Su reacción de sorpresa fue tan grande que hasta me causó risa; luego me abrazó hasta que mis pies no tocaran el suelo.

Mis días libres en el trabajo encajaron como anillo al dedo para poder asistir a la graduación de mi hermano. Luego de la ceremonia en la escuela, continuamos con una cena casera juntos.

—Entonces, hijo, tienes dos caminos —comenzó mi madre en la mesa—: o estudias, o consigues trabajo como tu hermana.

—Aún no sé qué hacer. No hay universidades aquí.

—Las hay en Toulouse, y ni siquiera debes mudarte. No tienes excusa.

—Mamá, déjalo disfrutar esta noche. Mañana ya podrás recordarle sus responsabilidades.

—¿Tú qué opinas, Elsie? —preguntó mi padre.

—Bueno, Lucas, creo que el planteamiento de tu mamá es razonable.

—También yo —acotó Alen, y se llevó un bocado a la boca.

—Imaginaba que Nathalie podría traicionarme frente a mis padres, pero ¿ustedes? Quién lo diría de mi amigo y novia —bromeó.

—En realidad, tienes una tercera opción.

—¿Cuál, Nathalie?

—Quedarte a hacer las cosas de la casa.

—Pff... eso no es trabajar.

—Claro que lo es. Si tú lo hicieras, lo sabrías. Yo me volví consciente de eso ahora, ya que debo sostener yo sola mi departamento.

—Nadie lo reconoce ni lo paga —añadió mi madre—. Comenzarás a hacerlo y luego me dirás si es un trabajo o no.

—Además, es necesario que sepas. Algún día tendrás tu casa y deberás ser una persona independiente —añadí.

—Bien, haré trabajo doméstico hasta que consiga otra ocupación.

—Comienza por levantar estos platos.

—No hay problema, Nath. Yo los levanto.

—Alen, los invitados no levantan los platos.

—Cierto. Los lavan —dijo Lucas, lo que alivianó el ambiente y levantó risas.

Luego de cenar, nos quedamos a mirar televisión en la oscuridad de la sala. Lucas prestaba atención, ya que él había elegido la película. Elsie y yo conversábamos mientras Alen dormía sobre mí.

—Y luego me pidió que llevara el carrito a la terraza. No adivinas lo fabulosa que es.

—Suena a un hotel muy lujoso.

—Lo es. Quiero ascender de puesto y hacer otras cosas más importantes, aunque solo llevo unos meses.

—Debes seguir como ahora. Además, parece que te diviertes.

La historia de Nathalie [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora