11 | Cambio de planes

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Extendí el comprobante y se lo entregué al cliente.

—Aquí tiene. El problema ya debería estar solucionado, señor.

—Muchas gracias por su atención, joven. Que tenga un buen año.

—Se lo agradezco, igualmente.

El señor se alejó y me dejó una buena sensación. Qué agradable era la gente mayor, siempre con paciencia y amabilidad.

Oí una puerta abrirse y todos nos dimos vuelta a ver al jefe de sector, quien entraba muy serio con un manojo de papeles.

—Buenos días, escuchen con atención. Hemos registrado un exceso en minutos de llamadas últimamente. Esto nos ha llevado a pensar que algunos empleados están usando los teléfonos de la oficina de forma no debida o para llamadas personales. Si esta situación se prolonga, nos veremos obligados a tomar medidas y sancionar a quien corresponda. Gracias por su atención, pueden volver a sus puestos.

Salió del lugar y el personal permaneció en extremo silencio. Todos sabían quiénes eran culpables, y estaban preocupados.

Aunque solo bastaron algunos segundos para que volvieran a sumir sus mentes en la tarea que habían interrumpido.

Los días trabajando allí se hacían largos y monótonos, hasta aburridos. Era verdad que estaba aprendiendo mucho sobre la ciudad, como qué hacer cuando te equivocas de autobús o cuando el tráfico te hace llegar tarde. El ritmo también te enseñaba a no sorprenderte cuando escuchas sirenas o bocinazos, o a que no te pidan disculpas si te chocan en la calle.

En cierto punto, me gustaba. Sentía que me hacía más fuerte.

Pero una de las cosas que no podía soportar era estar sola. Mis nuevos compañeros parecían comunicarse de una forma que no requería hablar, o directamente ni se comunicaban.

Mi única amiga era la mujer del supermercado. Que, por cierto, era muy agradable.

Y así se iban los minutos, los días que se acumulaban en semanas; trabajando, aprendiendo y, a veces, comiendo helado en pijama. No tenía nada interesante para contar, pues no me ocurrían cosas divertidas o dignas de anécdota.

Las dos de la tarde me encontraron en la oficina. Miré a mi alrededor; no había empleados en escritorios cercanos, y nadie parecía estar observando. Me animé a marcar los botones y esperé el sonido de llamada.

—¿Hola?

—Soy yo, mamá.

—¡Ah! Nathalie, qué gusto que llames. ¿Cómo estás?

—Bien, bien. Esperando la hora de salida.

—Y nosotros el día que vengas a visitarnos.

—Mamá, pero fui en navidad.

—Eso fue hace semanas enteras, cariño.

—Lo sé... Me gustaría ir, pero no tengo forma. No hay recesos ni vacaciones para los recién empleados, y... Olvídalo, no hablemos de eso. ¿Cómo están los demás? ¿Papá, Lucas?

—Muy bien, cariño. ¡Ah! A que no adivinas qué pasó ayer.

—¿Qué?

—Tu padre se enteró de que Lucas está saliendo con tu amiga.

—¿Qué? ¡No me digas!

—Y armó un berrinche por mantenerlo a escondidas.

—¡Ja, ja! Qué no habría dado por verlo.

La historia de Nathalie [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora