9 | Empleada

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Me ajusté el cierre del nuevo uniforme y salí del cubículo. Ah, era aterrador empezar un nuevo empleo, sobre todo cuando no tienes idea de cómo son tus compañeros. Solo esperaba que me aceptaran, que me integraran. Esperaba ser parte.

Di una rápida mirada al espejo para cerciorarme de que estaba decente. Sí, ¿por qué no me aceptarían? Soy una chica amable y puedo ser muy divertida si el ambiente lo permite.

No me preocupaba mucho el trabajo; me consideraba capacitada para atender a los clientes en caso de cualquier disconformidad.

Salí del baño y me encontré frente a la gran oficina con decenas de escritorios operando.

—¿Eres nueva?

Me di vuelta y vi a un hombre joven, con el mismo uniforme de pantalón y camisa.

—Oh, sí. Me llamo Nathalie.

—Bien, Nathalie, debes sentarte en esa cabina y contestar las llamadas. En caso de que alguien toque la campanilla en el mostrador, te acercas y solucionas sus quejas.

—De acuerdo. ¿No cree que...?

Iba a seguir preguntando pero se acercó otro empleado y lo acaparó. Me pareció algo duro que no se haya molestado en decirme su nombre, pero tal vez ni lo recordó.

Vi a la primera clienta llegar al mostrador, con una expresión disconforme. Me explicó su problema y volví los escritorios a corroborar en la computadora como me habían indicado en la capacitación, pero la verdad era que no tenía idea de qué hacer. Primeros veinte minutos de empleo y ya estaba entrando en pánico.

Una de las empleadas se puso de pie y caminó con paso firme hasta el mostrador, mientras yo observaba todo sentada en la protección de mi escritorio.

Después de dos segundos, la clienta pareció conforme. Se alejó y yo me quedé impactada, sin saber cómo iba a poder aprender un mecanismo empresarial que desconocía totalmente.

...

—¿Pero eres feliz?

—No lo sé, Alen... Apenas llevo unas pocas semanas. No esperaba trabajar para atención al cliente en una compañía, pero... es lo que puedo hacer ahora. Luego conseguiré otro empleo.

—Trata de poner toda tu buena energía.

—Sí, lo intento. Aunque es un poco frustrante.

—¿Por qué?

—Es que... debes soportar las quejas de clientes enojados todo el día... y lo peor es que sí, su servicio es malo. Pero hay poco que yo pueda hacer por ellos más que escucharlos. Además, mis compañeros son... distantes. Son agradables, pero no es lo mismo que en el restaurante.

—No quiero mentirte, sí suena frustrante.

—Pero solo me quedaré en ese trabajo hasta que consiga uno con mejor salario o que me apasione.

—De acuerdo. Sé que debes estar poniendo lo mejor. ¿Vendrás para navidad?

—Sí, tengo un par de días libres. Aunque tendré que ir en tren; no me alcanza para dos boletos de avión y menos en época de vacaciones.

—Mientras podamos verte estaremos más que conformes.

—Yo también te extraño. Extraño ir a la cafetería y pelear con Giancarlo...

—Las peleas ya las cubre Elsie.

No pude contener una mini risa al imaginarlos allí.

—Como sea, debo ir a la tienda. Hablamos mañana.

—De acuerdo. Cuídate. No quiero que te pase nada.

—Lo haré. Saluda a los chicos. Adiós.

Colgué el tubo y miré el reloj. Ya estaba oscureciendo; tenía que preparar la cena.

Las calles estaban heladas, pues el invierno no tardaba en llegar. Caminé hasta la tienda de Marguerite y tomé un paquete de pastas instantáneas.

—Treinta centavos.

—Aquí. Gracias, Maggie.

—¿Está todo bien? Te noto preocupada.

—Sí, sí... Es solo que extraño mi casa. Pero lo bueno es que iré dentro de poco.

—Me alegra escucharlo.

—¿Cómo está tu niña?

—Bien, todos están esperando las fiestas.

—Lo sé, yo también —reí—. Buenas noches.

—Adiós, Nath.

Volví por la cuadra hasta mi departamento, y escuché un sonido que encendió una alarma en mi mente.

Todas estas noches anteriores, semanas enteras pensando en lo mismo... Sabía que me sucedería otra vez, pero no sabía cuándo. Era ahora.

Alcé mi vista y ahí se dibujaban las figuras extraordinarias que había visto mi primer día. Y era plenamente consciente de que no estaba alucinando.

Me quedé petrificada contra una pared mientras los veía a la distancia con temor, alerta a cualquier movimiento que hicieran.

En un momento, la morada de larga cabellera rubia bajó la cabeza y me divisó. Estaba al borde de desvanecerme de terror, cuando vi que me sonrió y saludó con la mano.

La otra figura —que podría decir que era un hombre— me miró también. Me recorrió un escalofrío cuando desplegó un abanico azul y cubrió su nariz y boca sin emitir gesto.

Saltaron a otro techo y la calle quedó en soledad, interrumpida por mis latidos aturdidores.

...

Alejé un poco el auricular de mi oído; el hombre del otro lado estaba gritando.

—¡No pienso pagar por un pésimo servicio!

—Señor, permítame ayudarle...

—¡Ni se le ocurra dejarme en espera! Quiero este problema resuelto ya.

Dos semanas en ese empleo y ya quería renunciar.

Los teléfonos de atención al consumidor sonaban cada cinco minutos y ¿quién recibía las quejas de los clientes indignados? Yo, la empleada administrativa.

La mayoría gritaba, tenía malos modos de trato y exigía soluciones que yo no podía dar. A veces olvidan que los únicos que pueden hacer algo de verdad son los responsables legales de la empresa.

Después de unos minutos, logré neutralizar el carácter del cliente y prometí elevar su reclamo. Apoyé el teléfono de nuevo en su lugar.

No, no era feliz, por lo menos ahora.

Miré hacia la esquina donde estaba colgado el televisor de la oficina: pronto sería hora de irme.

Tal vez fuera buena idea llamar a mi familia, aunque... aún no osaba usar el teléfono del trabajo. Había visto a muchos empleados hacerlo, pero ellos llevaban más tiempo allí y sabían cómo romper las reglas.

La historia de Nathalie [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora