2 | Alen

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—¡Buenos días! —saludó el florista de la otra calle al entrar.

—Buenos días, señor, ¿le traigo lo de siempre?

—Claro, Nath. Tú ya sabes qué me gusta. Ah, toma, es para ti —dijo, extendiendo una margarita.

—Oh, muchas gracias —respondí y tomé la flor, muy halagada.

Él se sentó en la mesa junto al ventanal y yo me dirigí hacia el mostrador. Me quedé observando la flor mientras la giraba con los dedos.

—¿Un admirador? —preguntó Elsie.

—No, me la regaló el señor Daffodil. Creo que lo hizo como agradecimiento por nuestra atención.

—Sí, debe ser. Deja que yo lo atienda hoy, quizás me regale un clavel.

—Qué graciosa —reí—. Yo me llevé la flor de hoy, quizás tú la de mañana.

—Eres suertuda, Nathalie. Yo también quiero una —se quejó en broma.

Acomodó su larga trenza morena y se dedicó a recorrer las mesas con una bandeja en la mano.

—Buenos días, Nath —saludó Alen, mientras se colocaba el delantal por la cabeza.

—Ah, hola, Alen.

—¿Quién te regaló esa flor?

—Tú ya sabes quién.

—Eso espero, a menos que escondas un admirador.

—Mis admiradores no suelen esconderse —desafié.

Él me sostuvo la mirada, se acercó y agarró la flor por su tallo. Luego la entreveró con mi cabello con suavidad.

—Las flores te sientan bien —dijo mientras me acomodaba un mechón tras la oreja.

Le sonreí, hasta que la voz resonadora del jefe derrumbó el momento.

—¡Los tórtolos entregan las órdenes frías!

Sonó la campanilla, como reafirmación de aquel grito. Me levanté de la silla alta para dirigirme a la cocina y recoger las dichosas órdenes.

...

—¿A dónde vamos hoy? —pregunté a Alen mientras pedaleábamos, al ver que no estaba yendo por el recorrido usual.

—Tengo una sorpresa.

—¿Cuál?

—Solo sígueme.

Me resultó un poco sorpresivo, pero de todas formas lo seguí. Subimos por una calle de tierra, lo que nos demandó un poco de fuerza. Alcanzamos el punto más alto y descubrí un mirador desde el que se veía el arroyo. Había gran cantidad de plantas verdes y árboles que dibujaban el follaje, en contraste con el cielo que se estaba tornando amarillo.

Nos bajamos de las bicicletas y caminamos hasta el borde.

—Nunca había venido aquí —dije, con mis manos apoyadas en el barandal y los ojos perdidos en la naturaleza. Él se acercó y se paró a mi lado.

La historia de Nathalie [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora