Capítulo Dieciseis

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Las semanas pasaron y Harry siguió saliendo con Ginny y conociendo a Severus.

Cada vez que salía con Ginny podía recordar porque le había gustado tanto la chica. Era simpática, divertida y linda. No podía parar de reírse cuando salían.

Por otra parte, Severus... aun le sorprendía su capacidad para juzgarlo mal. Había pasado toda su adolescencia creyendo que conocía su naturaleza malvada, y desde el año anterior (cuando Snape le había mostrado sus recuerdos) creía conocer el lado bueno, el que había mantenido oculto de todo el mundo. Y aun así, desde aquella primera noche donde Severus decidió abrirse con él supo que no lo conocía en absoluto.

Salía casi todos los días con Ginny, pero lo que verdaderamente le hacia ilusión eran las noches en vela con Severus. Con la chica se divertía. Con Severus hablaba de todas aquellas cosas que nunca había podido contarle a nadie, ni siquiera a Ron o a Hermione.

No tenía idea de porqué, pero contarle las cosas a Severus era muy fácil; era como si estuviera allí especialmente para escucharlo. Le hacía sentir que realmente a alguien le importaba todo lo que pasaba, y eso no le pasaba con Ginny, o Ron, o Hermione.

—¿Por qué eres tan infeliz?—cuestiono Snape una tarde—.

—Yo no soy...—comenzó a negar Potter pero Severus lo interrumpió—.

—Claro que lo eres, y se nota a kilómetros de distancia—replico Severus, poniendo los ojos en blanco—. ¿Por qué? Soy un experto en la infelicidad, pero creo que sería un poco más feliz si todo el mundo me alabara como a un Dios.

Harry titubeo antes de contestar.

—Hay cosas de mí que nunca entenderás, Snape—contesto Potter, sonriendo de forma burlona—.

El hombre había llegado a conocerlo tan bien que sabía que la sonrisa de Potter era forzada.

—Pues explícamelas—dijo Severus, poniendo los ojos en blanco—.

—Podría hacerlo, pero así se perdería el misterio—contesto Potter de forma burlona—.

—Vamos, ¿Qué es lo que temes decirme ahora?—cuestiono Snape, enarcando una ceja—. Con todo lo que has dicho, es impresionante que aun tengas algo guardado que consideres lo suficientemente malo para ocultarlo.

—Hay cosas que no puedes contarle a nadie, al menos hasta que estés listo—murmuro Potter, con la vista clavada en el techo—.

Snape se incorporó a medias para mirar a Harry a la cara. Potter estuvo seguro de que iba a besarlo, pero antes tocaron la puerta.

. . .

Ginny lo llevo a la azotea del lugar donde habían realizado la fiesta.

Ambos se acostaron en el suelo y miraron las estrellas. Brillaban de una forma que deslumbro a Potter.

Hablaron de cosas que Harry nunca pensó en hablar con Ginny.

El futuro, ellos dos, una familia...

La chica le pregunto qué nombre le gustaría ponerle a su hijo si tuvieran uno. Harry respondió que no lo sabía, aunque era una mentira. Un nombre había acudido a su cabeza prácticamente de inmediato.

Permanecieron en la azotea hasta que el amanecer borro las estrellas del cielo.

Snape llego media hora después que Harry a la habitación, adormilado.

—Estaba durmiendo—replico este. Posiblemente se había dormido en alguna parte al ver que Potter y Weasley no terminaban más su velada—.

—Quiero mostrarte algo—contesto Potter—.

—¿Tiene que ser ahora? Tengo sueño—murmuro Snape, y acto seguido bostezo—.

—Tiene que ser ahora—replico Potter, metiéndose al baño. Luego de unos minutos, Snape lo siguió, refunfuñando—.

Al entrar se encontró con Harry con un baño sobre el lavabo. Acababa de hacerse un corte vertical desde la muñeca hasta el codo.

Snape solo atino a soltar una exclamación ahogada, incapaz de alejar la mirada del brazo de Potter.

—¿Qué rayos...?

—Preguntaste porque era tan infeliz. La verdad es que las personas que más amo están muertas—susurro Potter. Snape vio, anonadado, como la herida de Potter comenzaba a sanar sin más—, pero yo no puedo morir.

Dos Pizcas de Confusión y Una de MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora