Llegando a la mansión Pontiack

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Pensé que haber llegado a trabajar a la mansión Pontiack era lo mejor que me podría haber pasado en la vida. Ahora veo cuan equivocada estaba.

Llegue con una sola maleta vieja a la entrada de la mansión. Hernán me abrió la puerta con lo que ahora se, es su típica cara de haber olido estiércol, pero en aquel momento me desconcertó bastante.

Estaba emocionada, había recorrido algunos kilómetros para llegar hasta aquí, para una chica como yo, de campo, con siete hermanos pequeños, sin estudios, sin dote, sin más futuro que la tristeza y la pobreza, venir a trabajar a una casona como esta era a lo mejor que podía aspirar.

La mansión es tan fría todo el tiempo, que jamás te llegas a acostumbrar, en aquel momento me causo escalofríos. Me pregunte porque sería tan fría si el sol abraza de lleno sus paredes y techo.

Hernán me mostro las habitaciones de planta baja mientras me explicaba mis deberes de hoy en mas. Mientras subíamos las escaleras comenzó a citar las reglas que debía seguir.

-Te pasearas por la casa haciendo todos y cada uno de tus deberes cual fantasma. No quiere escuchar tus zapateos, tus cuchicheos o tus cantos, si es que te agrada hacer estas cosas al encontrarte sola.

-No puedes entrar a la habitación del señor jamás, a menos que se te ordene.

-Si una puerta está con llave, déjala así, por algo será.

-No andes por ahí curioseando. No le agradan los chismosos.

-Te vestirás apropiadamente, nada de mostrar de más, como las jovencitas de ahora acostumbran.

-Cuando el amo se presente, tienes estrictamente prohibido mirarlo a los ojos, bajaras la mirada con el respeto que debes demostrarle.

Yo asentía mientras subía escalón a escalón tras Hernán, aunque él no me viera. Pero ante esto no pude más que levantar la mirada a la blanca nuca del hombre con una mirada airada.

¿No querrá que me lance al suelo y comience a alabar a su querido amo tal vez?

Pase la ultima regla que había escuchado por alto mientras ponía atención a las demás.

-Tienes prohibido salir de tu habitación por las noches, estrictamente prohibido.

Esto último lo soltó volviendo su cara arrugada para verme a los ojos.

Comencé a sospechar que "estrictamente" y "prohibido" eran las palabras favoritas de Hernán.

-Atrancaras tu puerta con la viga que ahí se encuentra, de igual manera la ventana, desde que el sol se ponga hasta el amanecer. Y no saldrás en toda la noche. Sin importar lo que escuches.

Algo en la voz de Hernán comenzó a ponerme inquieta, ¿Por qué tantas reglas extrañas? ¿Por qué tanto misterio?

-¿Cuando me presentare ante el conde? – pregunte al llegar a lo que sería mi habitación.

Hernán soltó una seca y casi dolorida carcajada.

-Nunca. El conde no tiene tiempo para ti, no eres más que la nueva sirvienta.

Asentí aunque algo dolorida en mu orgullo. Que de por si era poco.

Cuando Hernán hizo una casi nula reverencia y se dio la vuelta lo detuve. Mi curiosidad era demasiada.

-Amm, ¿Qué le sucedió a la última sirvienta?

El hombre la miro sobre su hombro y pensó un momento.

-Es mejor que no hagas preguntas niña. Aprende a guardarte tus pensamientos.

Dio un par de pasos y soltó:

-Ya está oscureciendo,atranca la puerta de una vez. Y no se te ocurra salir antes que el sol.     

La mansión PontiackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora