Me encontraba en la biblioteca, me asegura de ver por la ventana después de cada párrafo que terminaba de leer. El sol no me ganaría esta vez, no podía permitírmelo.
Estaba tan pendiente de la puesta de sol y de mi lectura que no me di cuenta cuando la puerta se abrió.
De pronto, una sombra se cernió sobre mí. Levante el rostro totalmente asustada. El sol aun no se ponía, lo sabía, porque podría ver un pequeño rayo de luz a lo lejos, filtrándose entre las montañas, aun me quedaban unos buenos cinco minutos para tener que levantarme de aquel cálido sofá y correr hacia mi habitación como si el demonio me persiguiera.
Jamás había esperado verlo ahí, bueno, era su casa claro, podía ir y venir por donde le apeteciera, pero aun así, él jamás salía de su habitación, al menos durante... durante el día...
Mi rostro debía de mostrar confusión y terror. En cambio él me dio una sonrisa.
No fue una sonrisa de alegría, ni tampoco fue fría, no quería intimidarme pero tampoco se le veía muy cómodo. Creo que más bien trataba de ser amable.
-Julia, ¿cierto?
Asentí, excavando en mi cabeza por alguna excusa o por lo menos las palabras correctas para un saludo.
-Yo... yo... lamento... estar aquí... - comencé, segura de que Hewrnan no habia mencionado la biblioteca cuando me dio las reglas de la mansión - no... no sé si está prohibido... supuse que...
-Está bien – soltó. Su voz era como... como el hielo. ¿Sabes cuándo tocas un pedazo de hielo bastante grande y no quitas tu mano inmediatamente? El hielo se siente frio al principio... después de alguna manera no sientes el lacerante frio, sino un ardiente cosquilleo. Se le llama "quemadura de hielo" es la única manera que encuentro para describir la voz del conde Augusto.
Comencé a levantarme del sillón, la manta se deslizo de mi cuerpo cuando en lugar de tomarla, apreté el libro con mi mano derecha y mi crucifijo con la izquierda.
Los ojos del conde, negros como la más oscura noche, se clavaron en mi rosario. Su rostro no mostro ni un ápice de algún pensamiento o sentimiento. Pero sus ojos... estaban llenos de ira.
Quería correr, mi respiración de nuevo, era tan rápida y tensa como si hubiese estado corriendo. Quería escapar de ahí tan rápido como pudiera, pero el conde se encontraba obstruyendo la puerta.
De pronto, subió su mirada de mi mano cubriendo mi crucifijo a mis ojos. Di un salto en mi lugar, por la repentina oleada de pánico en mi interior.
-Pareces... muy nerviosa Julia ¿algo anda mal?
Negué con la cabeza rápidamente. Aunque quise, no pude articular un "No"
El conde continuo mirándome por lo que me pareció una eternidad. Solo podía pensar en la puerta, en mi segura habitación, tan lejana... y en la puesta de sol, que había ocurrido hacia ya algunos minutos.
-¿De dónde vienes Julia?
-De... - me aclare la garganta tratando de reunir valor – de una granja, no muy lejos de aquí...
-¿Cómo es que terminaste con nosotros?
-Una amiga de mi madre... le dijo que buscaban una sirvienta en la mansión, así que enviamos una carta y... Margared me recibió.
El conde asintió despacio, sin dejar nunca de mirarme. Me di cuenta de que mis manos temblaban violentamente.
Él dio un paso más cerca de mí. Trate de retirarme más, pero el sillón estaba detrás de mí.
El conde tomo mi mano, la que sujetaba el libro, la miro durante un segundo y levanto su vista de nuevo a mis ojos.
-¿Te asusto, Julia?
Negué de nuevo. En el fondo de mi mente atrofiada por el pánico, sabía que era mi patrón, que no debía molestarlo o me echaría. Pero a mi pánico no le importaba, me instaba a salir huyendo de aquella mansión tan rápido como me llevaran mis pies.
El sonrió al ver mi patética negativa.
-Linda granjera... - susurro con su voz de hielo, su mirada de pronto cambio, pensé ver una astivo de tristeza, o tal vez lastima en ella. – No debiste haber venido.
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La mansión Pontiack
ParanormalJulia llega a trabajar a la mansión Pontiack, y para una chica de campo, con siete hermanos pequeños, sin estudios, sin dote, sin más futuro que la tristeza y la pobreza, venir a trabajar a una casona como esta era a lo mejor que podía aspirar. O e...