Segunda regla rota

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Mis días en la mansión Pontiack solían ser tranquilos. Llevábamos el ritmo de la limpieza con tranquilidad, ya que solo éramos Margared y yo quienes la hacíamos, siempre había trabajo que hacer.

Pasaba el día limpiando, lavando, barriendo, tallando. En mis ratos libres salía al jardín de las estatuas pero pronto el clima comenzó a enfriarse. El invierno asomaba su fría nariz y yo no había llevado ninguna prenda, además de mis mullidlos calcetines, para el frio.

Margared me dijo que me llevaría con ella la próxima vez que bajara al pueblo para que me abasteciera de prendas para el invierno, ya que la mansión de por si helada se ponía peor en invierno.

Trataba de no salir mucho tiempo al jardín, pues siempre he sido algo enfermiza y el viento frio me hacía temer por un resfriado.

Así que, llego el momento de romper una más de las reglas de Hernán. Comencé a curiosear por la mansión con cuidado de no hacer demasiado ruido y siempre con un sacudidor en la mano.

¡Encontré un tesoro!

No me habían dicho que había una biblioteca en la mansión.

Así que de ahí en más comencé a pasar mis ratos libres en la biblioteca, enredada en una manta como si fuese una mariposa en su crisálida.

Cuando el sol amansaba con ocultarse, tomaba el libro que estaba leyendo y me lo llevaba a mi habitación.

Sinceramente, una chica como yo, no podía pedirle más a la vida.

Pero claro, tenía que arruinarlo.

Me quede dormida.

Ese día había estado puliendo los pisos. Por lo que mi espalda estaba terriblemente adolorida, ni hablar de mis rodillas.

Me acurruque en la manta y apenas al comenzar el libro, caí dormida.

Desperté cuando la oscuridad ya reinaba.

Con la sensación de que me observaban. Mire en todas direcciones pero no alcance a vislumbrar a nadie. Tampoco escuche ninguna respiración esta vez. Solo el sudor frio, el temblor en mis manos, el terrible miedo.

-¿Hay... hay alguien ahí? – me atreví a preguntar, aunque mi vos sonó como un aullido de gato.

Despacio, me fui acercando hasta la puerta.

Esta vez sí lo vi. Estaba segura. Una sombra aun más espesa que la misma oscuridad que ya reinaba corrió a una increíble velocidad de esquina a esquina de la habitación.

Quise gritar, pero la voz no salió de mi garganta.

Salí de la biblioteca y corrí tan rápido como pude hasta mi habitación.

Estoy segura de que me dejo escapar. Esa cosa era mucho más rápida que yo. Me habría atrapado sin vacilar. 

La mansión PontiackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora