Oscuridad

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La conciencia me abandonaba a ratos, y cuando volvía, solo podía sentir dolor. Un terrible dolor. También sentía asco, cada vez que su lengua recorría mi cuerpo ensangrentado las nauseas me invadían pero mi cuerpo estaba tan débil que era incapaz de vomitar.

Mi cuerpo estaba tan maltrecho que apenas podía moverme, no ayudaba el hecho de que mis muñecas y tobillos estuvieran atados. Aun así, no me sentía desahuciada del todo, podía sentir una presencia reconfortable, una presencia que yo sabía, era la mujer que había visto aquella noche en mi ventana.

Hacía días que el conde se complacía al lastimar mi cuerpo. Me hacia pequeños cortes superficiales, tan dolorosos como le era posible hacerlos, lamia la sangre que emanaban las heridas y me dejaba... me dejaba ahí, sola, con frio, dolor... volvía después de un rato o... a veces me dejaba el día entero a mi merced.

Margared venía a adarme agua dos veces al día. Tiempo en el que me deshacía en llanto y suplicas por su ayuda. Cosa que jamás surtió efecto. Ella simplemente evitaba mi mirada, me daba de beber y se iba tan rápido como le era posible.

Cuando estaba tan débil que pensé que de cerrar los ojos, ya no volvería a abrirlos, su voz me dio esperanzas de nuevo:

-Se que duele... - susurro en mi oído. – pero debes soportar.

-No... no puedo, ya no quiero más dolor... - sentí mis lagrimas tibias sobre mis mejillas laceradas.

Mi cuerpo entero estaba herido, mi alma estaba destrozada. Solo quería descansar. Quería que esto se detuviera... de cualquier forma.

-Julia... debes aguantar...

Ladee mi cabeza para verla.

Su sonrisa era triste, sus bucles rubios caían con gracia sobre sus hombros, su mirada tan tierna.

-¿Te hizo... lo mismo?

Ella asintió y su mirada cambio a una profunda tristeza.

Y de pronto, pude verlo. Pude ver... como el conde Augusto la sometía, igual que a mí. La lastimaba, torturaba, cercenaba. Él arranco su piel y sus uñas, y su cabello con tanto cuidado como si se tratara de una tarea que hubiese realizado un millar de veces. Tan frio como si desollara un cerdo en lugar de una chica.

Sabía que eso me ocurriría a mí, pronto, y no quería vivir para sentirlo. Solo quería irme, quería morir.

-No, no morirás. Estoy aquí. – me susurro de nuevo.

-Él también...

El frio, el frio era tan horrible. La sombra, de pronto apareció en la habitación, esa sombra, aun más oscura que la misma oscuridad. Era el demonio. Lo sabía, lo podía sentir, esa cosa con quien el conde Augusto había hecho el terrible y sacrílego pacto. Quería mi alma, y no se marcharía hasta tenerla.

-¿Tú... tú alma... le pertenece?

-No... mi alma le pertenece al señor... - soltó ella, desafiante. – Y la tuya también. – me dijo. – No estás sola Julia. Estoy aquí... y también ellos.

Caí en una profunda oscuridad de la que cada vez me costaba más trabajo regresar. De la que ya no quería regresar.

Me despertó el conde, zarandeándome del hombro, como si me despertara de una dulce siesta.

Solté el aliento, no tenía mucho ya. El miedo ya no me hacía temblar. Ya no podía sentir casi nada. Simplemente esperaba que esto terminara de una vez, lo ansiaba.

-Hoy... mi dulce Julia, comenzaremos con... algo un poco mas... profundo. Por decir algo. – la sonrisa del conde era de pura maldad. – Hemos hecho cortes superficiales solamente, pero hoy... hoy amputaremos una de tus... preciosas piernas.

Mi cabeza comenzó a ir de un lado al otro con rapidez. Una rapidez que no creí que pudiese tener en estos momentos.

-No... no, por favor... por favor no. ¡Mátame ya! ¡Mátame ya! Haz con mi cuerpo lo que quieras después.

-No sería divertido entonces. – fue su respuesta.

Mis sollozos se convirtieron en gritos cuando sentí la sierra penetrar mi piel.

Fue entonces cuando un ventarrón arraso con la habitación, como aquella primera noche en la que me trajeron aquí.

Podía sentir la sangre correr por mi muslo, caliente y viscosa y el dolor... ardiente.

-¿Quién es? – pregunto el conde.

Una chispa, de esperanza se encendió en mi interior. No era esa cosa a quien el conde tanto le agradaba llamar cuando me torturaba. Esto era otra cosa...

-¿Qué eres? – soltó el conde de nuevo.

Yo vi... muchas... chispas. Como... luciérnagas, dentro de la helada habitación. Todas, venían hacia mí. Y la sonrisa de la chica rubia me entibio el corazón.

Como en un sueño, mi vi a mi misma ofrendándoles pan de miel a las criaturas del bosque, para me mantuvieran a salvo. Y lo habían hecho. Ahora... volvían a mí... para ayudarme una vez más.

Pero mi cuerpo no podía estar más tiempo alerta. Sentía mis parpados pesados.

-No te vayas Julia, despierta. – el dulce susurro de la chica me traía de nuevo a la vida.

-¡No! Ustedes... no son nada, contra mí. – soltó el conde furioso.

Comenzó a arremeter contra las pequeñas luces pero poco lograba hacerles. Pues las luces eran tan pequeñas y rápidas que evadían sus manos.

Sentí, como en un sueño, varias pequeñas manos, como las manitas de un niño de tres años, sobre las ataduras de mis muñecas y tobillos.

Y de pronto, algo se alzo, más oscuro que la noche, las criaturas se asustaron, pude sentir su terror. Era un terror que yo conocía muy bien, pues lo sentía cada vez que esa cosa aparecía. Pero la chica rubia se paro ante la sombra, ella, toda luz, y logro pararla el tiempo suficiente como para que ellos lograran liberarme.

Y entonces... mientras el conde y la sombra eran detenidas por mis valientes protectores, yo corrí. Corrí, valiéndome de una fuerza sobrehumana, corrí. Tan lejos como mis pies lograron llevarme. Y hui. Jamás volví a saber nada del conde, del diablo ni de la mansión Pontiack... jamás...

O eso, al menos, es lo que me gusta pensar que sucedió.

Me gusta imaginar que logre escapar de ese ser... diabólico que es el conde Augusto, pero... la verdad es que... solo fui una más de sus víctimas. La verdad es que... me lastimo, torturo, desmembró y asesino. Como a tantas otras mujeres antes y después de mí.

Ahora, mi vida pasa frente a mis ojos una y otra vez. Mientras permanezco atrapada aquí... en la mansión Pontiack... tratando de advertir a las criadas que llegan a trabajar a esta casona y se preguntan con miedo ¿Qué fue lo que le sucedió a la antigua criada? 



La mansión PontiackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora