Mi primera noche lejos de mi familia, de mi granja, fue terrible. Lo único que podía escuchar era el terrible viento golpear la mansión, parecía empeñado en derribarla, pero la enorme casona no se movería de su sitio.
Después de horas de intentar dormir y cuando casi lo había logrado, un terrible chillido me saco del mundo de los sueños de nuevo.
Venia de afuera, parecía el chillido de un cerdo, si, sin duda lo era. No podía equivocarme, tantos años en la granja me habían hecho especialista en diferencia chillidos de animales.
Mordí mi labio inferior. Pobre animal, seguro que algún lobo lo habría atrapado, porque chillaba en agonía.
Cuando los terribles chillidos pararon y con el corazón encogido de tristeza por la pobre criatura, me quede dormida sin darme cuenta.
Desperté muy temprano a pesar de no haber dormido bien, así es en la granja, desde que el sol sale, hay cosas que hacer.
Retire la biga que cruzaba la puerta y la abrí de a poco, asome mi cabeza por la pequeña abertura. No se veía nadie, ni se escuchaba nadie. Pero Hernán dijo que cuando el sol saliera, yo también podría. Así que lo hice.
Baje a la cocina para ver si podría ayudar con el desayuno.
Me encontré con una regordeta mujer que ya se encontraba ahí.
Me miro con algo de espanto en un principio pero después se rostro se ilumino.
-Tú debes ser la nueva chica. – me dijo muy sonriente.
-Sí. Soy Julia. – me presente con una graciosa reverencia que había estado practicando.
-Yo soy Margared – dijo solo sonriendo, sin reverencia.
-Un placer. ¿Necesita ayuda? – dije señalando los huevos que había en una cesta.
La mujer me sonrió y asintió. Comenzó a decirme paso a paso lo que debía hacer- cómo si yo no lo supiera ya. Tuve ganas de decirle que había crecido en una granja, con siete hermanos menores. Pero sé que a algunas mujeres les gusta tomar el completo control en la cocina. Así que me calle y asentí a todo cuanto dijo.
Me di cuenta de que lo que preparábamos era muy poco y demasiado sencillo como para un conde. Pero decidí no preguntar. Cuando Margared llamo a Hernán para que nos acompañara a desayunar supe que no le serviríamos al conde.
-Supongo que Hernán te habrá recitado las reglas ya. – dijo antes de que Hernán llegara con nosotras.
-Así es – respondí.
-Tal vez te parezcan algo molestas en primera estancia, pero recuerda, que son por tu propio bien.
No tuve tiempo para responder o preguntar nada más porque Hernán entro a la cocina.
Oramos antes de comenzar a desayunar y después, comimos en silencio.
El resto del día lo pase en las labores domesticas. Como limpiar los pisos, lavar los platos, lavar algunas sabanas.
Comimos los tres en la cocina de nuevo. Y ni rastro de comida fina para el conde. Supuse que Margared le llevaría su desayuno, comida y cena hasta sus aposentos. Incluso pense que no estaría.
El jardín era lo más hermoso que yo hubiese visto, o imaginado ver en toda mi vida. Estaba lleno de flores de colores, tenía un camino de piedra rojiza que te llevaba hasta un lugar predispuesto para colocar la colección de estatuas del conde. Cada una más maravillosa que la anterior.
Creo que ese es mi lugar favorito de la mansión, podría pasar horas ahí. El día entero.
Había estatuas de hombres, mujeres, de animales, de niños. De amantes que parecían esconderse de los ojos del mundo. De damas refinadas con sombrillas que las cubrían del sol. De hombres con largos sombreros. Zorros, perros, gatos y cisnes.
Y las flores que crecían alrededor que cada estatua las hacían ver... tan hermosas.
Pase tanto tiempo ahí que perdí la noción del tiempo, cuando me di cuenta el sol comenzaba a ocultarse. Corrí tan rápido como pude para llegar a mi habitación. Pero cuando lo hice, había oscurecido ya.
Aminore el paso cuando llegue hasta el pasillo que me llevaba a mi habitación. Veía la puerta ya. Así que pensé que no había más que temer, estaba a punto de entrar.
Cuando toque la manija y gire escuche detrás de mí una respiración.
Me di la vuelta temiendo que fuese Hernán quien como cuervo se lanzaría sobre mí para sacarme los ojos por no respetar las reglas.
Con la disculpa en la punta de la lengua me volví solo para ver el pasillo completamente desierto.
Mire en todas direcciones pero no había absolutamente nadie.
Trague saliva algo asuntada. La mansión se tornaba aun más lúgubre cuando el sol se ocultaba.
Abrí la puerta sintiendo que alguien me observaba y entre en mi habitación tan rápido como corrieron mis pies.
Atranque la puerta y la ventana mientras respiraba como su me hubiese encontrado corriendo. Sudor frio recorría mi frente y mis manos temblaban.
Mi cuerpo reaccionaba violentamente ante algo que ni siquiera había visto. Tomé el rosario que llevaba siempre colgado a mi cuello, debajo de mi vestido y me dispuse a encomendarme al señor.
De nuevo, no me di cuenta de cuando fue que me quede dormida pero cuando desperté me di cuenta de que ni siquiera me había cambiado el vestido por mi camisón de dormir.
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La mansión Pontiack
ParanormalJulia llega a trabajar a la mansión Pontiack, y para una chica de campo, con siete hermanos pequeños, sin estudios, sin dote, sin más futuro que la tristeza y la pobreza, venir a trabajar a una casona como esta era a lo mejor que podía aspirar. O e...