La mujer de la ventana.

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Las noches eran cada vez más terribles. Apenas podía dormir, las marcas debajo de mis ojos eran cada vez más oscuras y mi tez se volvía más y más pálida. Incluso había notado mi cabello algo crespo y se caía a puñados.

Pensaba que estaba viviendo bajo mucho estrés, que las cosas mejorarían pronto... al menos eso me decía a mi misma cada mañana al despertar y reparar en mi horrible apariencia.

Una fría noche de invierno en la que por más que lo intentara no podía calentarme bajo las sabanas, escuche claramente un susurro. Me levante atemorizada pues lo había escuchado demasiado cerca.

Mire en todas direcciones de la habitación, sujetando mi rosario entre mis manos temblorosas.

No había nadie conmigo... prendí la lámpara de aceite que estaba en la pequeña mesa al lado de mi cama y trate de llevar la luz a cada rincón de la habitación. De pronto, el susurro se volvió a escuchar, esta vez fuera, como si una persona estuviera del otro lado de la ventana, lo que era imposible ya que mi habitación se encontraba en el segundo piso.

Lentamente me acerque. Podía notarme temblorosa no solo de mis manos, sino de mis piernas también. Podía ver mi aliento enfriándose al salir de mi boca por el terrible clima.

Corrí la cortina azul oscuro que cubría la ventana junto con el tablón que la aseguraba.

Di un salto atrás mientras mi garganta se destrozaba con un grito de pánico.

Había una mujer... una mujer estaba justo ahí, del otro lado de mi ventana...

¿Cómo? ¿Cómo podía estar a esa distancia del suelo?

Su rostro estaba lleno de pánico. Por lo que deje de pensar en el cómo y comencé a pensar en el porqué.

Mi mente se lleno de posibles respuestas. Tal vez alguien la perseguía... tal vez había logrado escalar hasta mi ventana en su desesperación... tal vez...

La mujer golpeo la ventana. Sus palmas se quedaron ahí, en el vidrio mientras acercaba aun más su rostro.

Yo estaba ahí... paralizada debido al pánico, tratando de darle una explicación a lo que ocurría.

De pronto, sus labios se movieron. Se movieron... mientras yo escuchaba claramente mi nombre, ella dijo mi nombre y yo lo escuche como si la mujer estuviese justo a mi lado, no frente a mi y con un vidrio separándonos.

La piel se me puso de gallina, sentí escalofríos en mi nuca. Mis pies estaban helados pues estaba descalza.

-¿Qui... quien eres? - solté en un susurro ahogado. - ¿Que quieres?

Si no hubiese visto el vaho salir de mi boca hubiese pensado que no lo había dicho.

La mujer abrió la boca y un grito desgarrador salió de su garganta.

Cubrí mis oídos porque el sonido era horripilante. Cerré mis ojos porque la visión era aterradora.

De pronto, el ruido ceso y un pesado silencio lo reemplazo. Cuando abrí de nuevo los ojos, la mujer se había ido.

Pero jamás olvidaría lo que me dijera entre gritos...

Corrí, sin importarme la regla de no abandonar mi habitación en la oscuridad de la noche, no puede quedarme ahí por más tiempo. Corrí, corrí, corrí hasta llegar a la habitación de Margaret en donde me eche a llorar como una niña.

-Julia... ¿qué sucede niña? - Me pregunto cuándo encendió la lámpara de aceite y me vio ahí, acurrucada a los pies de su cama.

-Ella... la mujer... ¿acaso no escuchaste sus gritos?

-¿Mujer? Debiste estar soñando...

-No, no... - grite entre el llanto. - Era una mujer... en mi ventana... ella... gritaba... me gritaba que debía escapar... sabia mi nombre y me advirtió que debo irme de aquí... o me pasara lo mismo que a ella...

-Niña... niña... cálmate - Margaret me tomo por los hombros y me levanto. - Estas hecha un manojo de nervios. Y todo por una terrible pesadilla...

-¡No ha sido una pesadilla! La he visto realmente.

-Shhhh - Margaret tomo mi rostro como mi madre lo hubiese hecho y me llevo a la cama. - Duerme aquí esta noche, mañana hablaremos de lo sucedido. Con la luz del sol, las pesadillas se vuelven simples sueños intranquilos.

-No fue una pesadilla...

-Ya veremos mañana.

Sin importar que Margaret no me creyese, yo sé lo que vi, se que esa mujer... no fue producto de mi imaginación, y se... que fue a advertirme de los peligros en los que me encontraba en aquella mansión... lástima que no le preste la atención necesaria. Lastimosamente cuando trate de hacer caso a sus palabras... ya era demasiado tarde.      

La mansión PontiackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora