Los rumores en el pueblo

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Al fin Margared me llevo al pueblo. Me puse mi vestido negro y me atore al cuello mi bolsa llena de monedas que había ganado durante las pocas semanas trabajando en la mansión Pontiack.

Me había sorprendido tanto el saber cuento ganaría que le había regresado el dinero a Margared la primera vez que me dio mi paga pensando que seguro era un error.

-No lo es – dijo – el conde es muy bondadoso con nosotros. Nos paga el doble que en cualquier otra casona.

Acepte el dinero aunque aun algo consternada. Me dije a mi misma que había demasiado trabajo y por eso nos pagaba tan bien.

Así que, compraría un par de vestidos, una par de sacos, unas botas y tal vez unos guantes.

Estaba muy emocionada. Jamás había ido de compras.

Margared sonreía al verme saltar cual infante por doquier.

Fue en ese viaje que me conto su vida. Y me comento también que, por más que lo había deseado no había podido concebir hijos. Ahora era muy tarde, era una mujer mayor (aunque yo no lo pensaba así, mi madre era de su edad y aun seguía teniendo hijos) y su marido había fallecido hacia años.

Mientras observaba los hermosos artículos en los mostradores de cristal note que las personas nos miraban de una extraña manera.

-Margared ¿Por qué nos miran?

Margared dejo de ver el hermoso saco de piel que había en un escaparate para darles una mirada furiosa a las personas.

-Porque son ignorantes querida. No los escuches.

No pude seguir el consejo de Margared. Las personas murmuraban demasiado cerca de mí como para poder ignorarlas.

"La mansión Pontiack... si, donde él habita" "Seguro son como él" "Seguro son brujas"

Al escuchar la palabra bruja mi ira se encendió. Cuando vivía en la granja iba a misa cada domingo. Oraba cada noche y en cada comida, era pura y no permitiría que rumores como esos se propagaran.

Así que encare a las mujeres que cuchicheaban. Estas me vieron y de esfumaron como palomas.

Tal vez era mejor - mejor no hacerte de enemigos Julia - me dije a mi misma.

Aunque le pregunte a Margared por las habladurías de las mujeres solo me respondió con:

-Las personas del pueblo son supersticiosas. No las escuches.

Tuve que insistir demasiado de regreso a la mansión para se decidiera a halarme de esto.

-En el pueblo se dice... que la mansión Pontiack esta embrujada. Que el amo es... bueno él... es un demonio o algo así.

-¿Por qué? – pregunte sorprendida y sintiendo un escalofrió al recordar el par de sucesos extraños que me habían ocurrido.

Margared suspiro.

-Bien, hace algunos años, el conde y la condesa murieron en... extrañas circunstancias.

-¿Cómo?

-Se arrojaron desde el acantilado.

-Oh Dios. – fue lo único que pude decir.

-Ahora el conde, no es el mismo que solía ser. No sale de su habitación, no quiere estar con las personas, se niega a...

Esto parecía ser muy doloroso para Margared. La entendía. Ella había dicho que desde hacía años trabajaba en la mansión Pontiack, seguramente había conocido al conde desde que era un niño, seguramente lo habría prácticamente criado como era costumbre entre personas ricas, dejar que los sirvientes criaran a sus hijos.

Así que deje de insistir.

Esa tarde era particularmente fría. Y gris.

Las nueves se arremolinaban sobre la mansión avisando que la primera nevada llegaría.

Cuando baje del carruaje levante la mirada. Y ahí, justo sobre nosotras, en el ventanal se encontraba el conde, viéndonos desde lo alto, como una gárgola custodia.


La mansión PontiackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora