Era una mano, una mano junto con su respectivo brazo, el color era grisáceo y fue hasta ese momento en el que me di cuenta de que un olor extraño penetraba en el aire, en cuanto lo note, el olor se impregno en mi nariz y casi hizo que vomitara, no solo por los olores de la tierra mojada y la putrefacción, sino por la plena conciencia que me invadió de que mi vida corría un grave peligro.
En retrospectiva siempre lo supe, supongo que no supe leer las señales, deje que mi sentido lógico acallara a mis temores y presentimientos, mi madre siempre me dijo que confiara en mis instintos, que ellos jamás se equivocaban, no la escuche, he aquí el precio a pagar.
Aun en medio de mi pánico pensé: ¿Qué sería peor, morir de una manera terrible, o vivir una vida como campesina en la granja de mis padres?
Era ella, estaba segura, la antigua criada de la mansión Pontiack, con sus rubios bucles y sus ojos azules. Quien tan desesperadamente había tratado de advertirme que algo terrible me ocurriría si me quedaba.
¿Sería ella a quien vi en la biblioteca aquella tarde? ¿Quién entro en mi habitación...? ¿O había algo incluso más oscuro que los fantasmas dentro de la mansión?
Me di cuenta de que divagaba. Divagaba ahí, de pie, al lado de un Hernan que removía un cuerpo pútrido. En lugar de correr por mi vida lejos de ahí...
Estaba paralizada, no podía mover mi cuerpo por más que quisiera, por más que suplicara, las lágrimas se derramaban por mis mejillas, las sentía tibias y desesperadas.
De pronto, una mano helada cubrió mi boca mientras otra me tomaba por la cintura y me arrastraba de regreso a la mansión.
Al fin, mi cuerpo me obedeció y me retorcí entre aquellos brazos mucho más fuertes que yo.
Estaba aterrada, jamás había estado más aterrada. Ni siquiera aquel día, cuando de niña me perdí en el bosque. Llore durante horas mientras daba vueltas y vueltas sin encontrar el sendero de regreso a casa. Recuerdo que en mi desesperación, deje un poco de pan de miel que llevaba conmigo para merendar, como ofrenda para las criaturas que ahí, según mi razonamiento infantil, habitaban. Les implore por su ayuda y luego me quede acurrucada junto a una roca, debí haberme quedado dormida aun en medio de mi histeria porque cuando abrí los ojos, el pan con miel había desaparecido y a lo lejos escuche los gritos de mis padres, desesperados.
Jamás le conté a nadie porque, dejar ofrendas a hadas y duendes era hacer pacto con seres de la oscuridad y castigado por la santa iglesia. Pero en secreto, siempre agradecí a aquellos seres por salvarme.
Esta vez no tenía pan de miel para ofrendarles, y aunque lo tuviera, dudaba que ellos pudieran hacer algo por mí...
-...pe...pero... es solo una niña. – escuche la voz de Hernan detrás de mi y quien quiera que me llevara a rastras.
-Eso nunca te ha importado antes. – la voz de Margaret taladro mis oídos y se adentro en mis entrañas. Las lágrimas comenzaron a correr por mis mejillas profusamente pues me di cuenta, de que ella, quien era mi única esperanza, no estaba de mi lado.
Grite, o al menos eso trate, pero la helada mano que cubría mis labios amortiguo el aullido. Trate de patalear pero entonces, el hombre me levanto y me deposito en una especie de cama de piedra. Estaba dura y helada. Sentí unas tibias y regordetas manos tomar mis muñecas y comenzar a atarlas.
-Por favor... - suplique – Por favor... no me lastimen, déjenme ir... soy inocente, no he hecho nada.
Aunque no se me ocurría porqué ellos querrían lastimarme. No había robado nada, jamás en mi vida. Siempre, dejando de lado aquel aislado suceso del bosque cuando niña, siempre me había considerado devota, cada pecado que cometía lo confesaba con el cura y lo expiaba con rezos. Era temerosa de Dios y jamás le había deseado el mal a nadie. Era pura.
Al recordar mi fe, recordé mi rosario, colgando en mi cuello. No pude alcanzarlo porque mis manos ahora estaban atadas sobre mi cabeza.
Era el turno de mis tobillos.
-Por favor... - suplique de nuevo sin voz.
-Solo digo que... que... tal vez... haya otra forma... - continuo Hernan.
-Es la única forma, lo sabes. – la fría voz del conde hizo que mi piel se erizara. – Además... has tratado de ayudarla todo este tiempo y ella jamás presto atención, diría que incluso lo tiene merecido.
Me volví, logre ver a Hernan y al conde charlando a unos metros de mí. El conde Augusto, siempre tan gallardo, con el cabello recogido en una coleta en su nuca y su traje de terciopelo azul oscuro impecable. Hernan, sucio de haber estado removiendo la tierra y su rostro parecía afligido.
-Por favor... por favor déjenme ir... yo no hice nada... - rogué de nuevo, esta vez enfocando mis palabras a Hernan, que era el único que parecía tener algo de misericordia.
Pero él... desvió su mirada de la mía.
En cambio, el conde Augusto se acerco a mí despacio.
-Mi querida Julia... - soltó muy cerca de mi rostro, su aliento cálido choco contra mi rostro. – Lamento... tanto, que tengas que ser tú quien pague los errores que yo he cometido.
Sorbí con al nariz y lo mire a los ojos. Ojos llenos de oscuridad.
-¿Por qué me hacen esto?
Él conde lanzo un suspiro y se quedo un momento pensativo.
-Hace... algunos años, cuando yo era más joven... y... ignorante. Decidí... que, aunque lo tenía todo – soltó extendiendo ambos brazos para que viera la decorada sala de la mansión, aunque yo apenas y podía ver el techo y poco mas – había algo... que me hacía falta. Yo quería mas... yo siempre quería más. Mi vida era, tan monótona... solo me deleitaba el sufrimiento, eso era lo único que me hacía sentir vivo, el sufrimiento de otros.
En ese momento, en ese preciso momento... supe que estaba perdida. Este hombre no hacia esto por necesidad, lo hacía por mera complacencia.
Él me miro.
-Comencé... comencé con pequeñas criaturas... en el bosque, ardillas, conejos... los desollaba vivos y sus chillidos me hacían reír. Después... seguí con criaturas mas grandes... gatos, perros, ciervos... cerdos... ¿sabes? Los cerdos son los animales cuyo cuerpo se asemeja más al del ser humano. Me complacía con los cerdos porque imaginaba que así debería sentirse apuñalar a un hombre o a una mujer.
Temblaba, mi cuerpo entero temblaba. ¿Qué clase de ser era este, que se complacía con el dolor ajeno?
-Después de unos años de experimentar con diferentes seres... tome a mi primera criada... ella era huérfana, por lo que nadie la extraño. Oh, aun recuerdo sus gritos... ella vivió... solo tres días... yo era muy inexperto en aquel entonces, recordemos que ella, fue mi primera mujer. Ahora, con algunos años de experiencia, mis víctimas suelen perdurar durante semanas incluso.
Se acerco y acaricio mi rostro con suavidad, con sus dedos helados. Sentí deseos de vomitar.
-Y tú, Julia... me pregunto cuánto tiempo resistirás... será un verdadero placer escuchar tus gritos de dolor...
De pronto, un viento helado traspaso la habitación, a pesar de que en este lugar, al parecer no había ventanas. Las velas se apagaron y un grito desgarrador que podría o no, provenir de mi misma, resonó por la mansión entera.
-Esta aquí. - Escuche la voz del conde entre la oscuridad.
ESTÁS LEYENDO
La mansión Pontiack
ParanormalJulia llega a trabajar a la mansión Pontiack, y para una chica de campo, con siete hermanos pequeños, sin estudios, sin dote, sin más futuro que la tristeza y la pobreza, venir a trabajar a una casona como esta era a lo mejor que podía aspirar. O e...