En cuanto deje de ver la huesuda espalda de Hernán cerré la enorme puerta de madera y la atranque con la viga que la atravesaba.
Me di cuenta de que mi corazón saltaba con una increíble rapidez. Algo me decía que algo andaba mal.
Recordé la ventana y corrí a hacer lo mismo que con la puerta.
Las vigas eran enormes y pesadas. Tenían bisagras para hacer más fácil el tener que levantarlas.
¿Pero qué...? ¿Quién haría esto? ¿Con que propósito? Me pregunte si todas las demás habitaciones tenían el mismo sistema de seguridad y el porqué no salía de mi cabeza. Mil ideas pasaron por mi mente pero ninguna concordaba.
Me senté sobre la cama con las manos sobre mi regazo y los oídos bien atentos al exterior. Nada se escuchaba, nada, ni siquiera el crepitar de un ave o el correr de una ardilla. Pensé que se debía a que yo me encontraba en un segundo piso y las paredes de la mansión eran muy gruesas.
Decidí olvidar el porque me había encerrado en la alcoba y me dispuse a tratar de olvidar mis tripas rugiendo. Así que comencé a recorrer despacio mi nueva habitación. Mi habitación, la primera habitación solo mía. En la que dormiría sin tener que compartirla con nadie.
Al tener un gran número de hermanos siempre tuve que compartir todo con ellos, comenzando por la habitación, hasta llegar a la ropa y el calzado.
Dije antes que tengo siete hermanos menores, pero tengo otras dos hermanas mayores. Por lo que, jamás he tenido nada nuevo. Jamás se me han concedido caprichos y jamás he sabido holgazanear.
"La vida de campo es para personas trabajadoras" dice siempre mi padre.
Pero ahora, ahora al fin estaría por mi cuenta, me preocuparía por mi misma y no debería cuidar a mis hermanos y hermanas. Solo a mí.
Sonreí al caer sobre la mullida cama. Era enorme, bueno, yo estaba acostumbrada a dormir sobre un pobre y viejo catre así que esta vieja cama mullida se sentía maravillosa.
Una enorme sonrisa se planto en mi rostro y no me dejo por el resto del tiempo en que estuve sobre ella.
Decidí levantarme a ver lo demás, tenía un enorme armario de madera oscura en donde meter mis pertenencias, que no eran muchas, pero eran las mejores que tenia. Pronto podría comprarme más, tal vez incluso nuevas.
Había en un rincón un sofá, de respaldo alto y el colchón rojo. Al lado, una mesa circular con una lámpara de aceite que yo aun no prendía. La claridad del ocaso aun llenaba la habitación pero me decidí a prenderla pues pronto ya no vería nada.
Encendí esa y dos más que se encontraban en la habitación, estas tres lámparas iluminaban a la perfección mi pequeña habitación.
Suspire llena de satisfacción y me dispuse a sacar mis pertenencias de la maleta.
Llevaba un par de vestidos para trabajar, uno azul y uno blanco. Ambos muy cómodos y sencillos. Y uno más negro, ese lo guardaba para cuando tuviera que salir al pueblo o algún otro evento. Era enorme, con holanes y hermosos bordados. Mi madre me lo dio cuando decidimos que vendría a trabajar tan lejos. Era suyo, recuerdo que se lo ponía en ocasiones especiales y lucia como la mujer más hermosa del mundo. Bueno, lo es.
Saque los tres vestidos y los colgué en el armario con ternura. Solo llevaba un par de zapatos, los que llevaba puestos, negros, de piel, funcionales diría yo.
Saque el pequeño y viejo libro de cuentos que mi padre me había regalado hacia años, sabia los cuentos de memoria. Lo coloque sobre la mesita al lado del sofá.
Algunos listones para sujetar mi cabello. Un par de gruesos calcetines de lana que mi madre había tejido para mí. Algunos calzoncillos y mi maleta estuvo vacía.
Suspire y me senté sobre la cama. Observe la habitación de nuevo. Con mis cosas ya acomodadas en sus respetivos lugares. Sonreí de pura satisfacción.
Mi vida había dado un gran cambio. Esperaba que para bien.
ESTÁS LEYENDO
La mansión Pontiack
ParanormalJulia llega a trabajar a la mansión Pontiack, y para una chica de campo, con siete hermanos pequeños, sin estudios, sin dote, sin más futuro que la tristeza y la pobreza, venir a trabajar a una casona como esta era a lo mejor que podía aspirar. O e...