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"La ilusión puede ser tan dulce y cálida como hiriente y dolorosa.

Como un lobo disfrazado con piel de cordero. Qué hermoso animalito se te acerca, esponjoso y de ojos brillantes. Cómo acomoda su cabeza bajo tu mano, cómo parece sucumbir a tus caricias, cómo espera ganarse tu confianza y afecto para, de la manera menos sutil posible, arrancarse el poético disfraz revelando su horrenda apariencia, abalanzarse sobre ti y hacerte pedazos.

El dolor físico no es tan relevante cuando se le compara con el que fabrica nuestra propia mente para nosotros.

Morir desde adentro, es la forma más terrible de morir"

Así rezaba la introducción de mi ensayo. Escribirlo no me había tomado ni dos minutos y la mano me dolía por la rapidez con la que lo había hecho.

Me encontraba en la biblioteca haciendo algunas tareas en el tiempo que me quedaba libre. Dentro de una media hora podría ir a la oficina del director para solicitar mi cambio de habitación.

¿Había tomado la mejor decisión del mundo, la más acertada, la más madura? Eso no lo sabía, y para ser sincero me importaba muy poco. Lo único que sabía, lo único que de verdad valía saberse, era que yo no quería volver a poner un pie en esa habitación que compartía con el rubio, con Will Robinson, con ese tipo al que no le importaba nada lo que pudiera pasar conmigo. No quería volverlo a ver.

Sobre todo por el hecho de que se me hacía un apretado nudo en la garganta cada vez que su rostro aparecía por mi mente.

La noche anterior había compartido la habitación con Johanna. En cualquier otra ocasión la manera en que me coló furtivamente en el edificio de mujeres hubiera sido un hecho anecdótico para nosotros dos, algo que podríamos recordar en el futuro entre risas.

Pero no lo sería. No lo sería, porque había sido una completa pesadilla desde el principio hasta el final.

Johanna me había cubierto con una manta y me había colocado sobre la cabeza una toalla negra de peluche extraño que Amy por alguna razón llevaba consigo. Yo, dejándome llevar por ella, tan solo parecía una adolescente excesivamente drogada a la que alguien arrojó a un barranco. Seguía descalzo, con los pies cubiertos de barro, toda la ropa mojada y totalmente hecho un desastre. Trataba de que mi pecho congestionado hallara las fuerzas necesarias para seguir drenando el oxígeno por mis pulmones.

Mike, el conserje del instituto, con quien nuestro grupo tenía una especial amistad, pasó por ahí y preguntó si estábamos bien. Hubiera querido que no se acercara, pero lo hizo.

Johanna se quedó en blanco y no supo qué decir. No la reprocho por eso. Pienso que, si hubiera estado yo en su lugar, tampoco se me hubiera ocurrido absolutamente nada que pudiera explicar tan bizarra e insensata escena.

Lo que debió haber visto Mike fue a Johanna sosteniendo a alguna amiga ebria que acababa de llegar empapada por la lluvia. Lo sé porque bajó la voz hasta un punto susurrante, como si asumiera que debía guardar el secreto por sus amigos. Pero al no poder Johanna explicarle nada... yo levanté la mirada, encontrándome con sus profundos ojos negros rodeados de cálidas líneas de expresión que para mí había sido lo primero que me había inspirado confianza en su persona.

La cara que puso en ese momento no puedo describirla. Dejó caer su mandíbula instintivamente, como una clase de graciosa caricatura abrumada por la sorpresa. Sin embargo, la cerró con mucha rapidez, tomando su propio gesto como una despreciable falta de respeto.

Acto seguido nos dejó pasar, tartamudeando apenas en un murmullo que vigilaría el pasillo hasta que estuviéramos a salvo. Johanna le dio quedamente las gracias y le deseó buenas noches.

Amy dormía cuando llegamos a la habitación. Estaba medio cubierta con un edredón blanco, y vestía un pijama compuesto por un top rosa y unos shorts color granate. Esa fue mi menor preocupación, sin embargo. El hecho de que siguiera siendo tan observador como de costumbre me decía que en realidad no estaba del todo perdido en mis pensamientos, pero aun así seguía sin conseguir que mi cuerpo me respondiera. Aún era un muñeco a la plena disposición de Johanna.

No encendió las luces.

No despertó a Amy para alertarla.

Me quitó la sábana de encima y me habló en susurros tal como lo había hecho Mike.

—Date una ducha, rápido —dijo. Su tono no fue de orden, sin embargo.

Yo obedecí, y mi ducha no duró ni cinco minutos. Después de todo mi cuerpo entero estaba mojado, y los restos de ramitas y barro no fueron nada difíciles de quitar.

Johanna me prestó una toalla. Me dio una camiseta limpia (si bien ella era mujer, usaba ese tipo de camisetas holgadas para dormir) y tuve que usar mi ropa interior anterior.

Me pidió que me sentara sobre su cama y que le mostrara mis pies. Obedecí de nuevo, sin chistar. Ella encendió entonces la lámpara de su velador y apuntó el foco hacia mis lastimados pies. Tomó un trozo de algodón, al que bañó en un poco de alcohol, y empezó a limpiar las heridas que aún estaban sangrando. Algunas estaban abiertas, así que tuvo que cubrirlas con venditas "para que no se infectaran", como ella misma dijo.

Casi no oía lo que me decía. Estaba mirando fijamente su pared. Mi mente gracias al cielo estaba en blanco, pero sabía que en cuanto perdiera el más mínimo porcentaje de concentración en la pared, los recuerdos de aquella misma tarde volverían a mi mente y ya no iba a poder sacarlos de ahí aunque lo intentara con todas mis ganas.

—¿Ethan? —susurró Johanna.

Y entonces lo hice. Me volví a verla y mis ojos se llenaron de lágrimas.

Oh, Will, por qué...

—Ya terminé —me dijo suavemente—. Mañana iré a tu habitación y traeré un poco de tu ropa, ¿sí?

Asentí con la cabeza, con los labios entreabiertos y el ceño formando una expresión de angustia incomparable, como si ella me hubiera confesado que tenía una enfermedad terminal.

—Oh, Ashburn... —susurró.

Luego se arrojó a mis brazos. Me rodeó con los suyos y yo con los míos, como si fuera el último abrazo que nos daríamos. Depositó un gran beso en mi mejilla y acto seguido se dedicó a acariciar maternalmente mi cabello.

—Ya pasará... pasará, Ethan... no te mereces esto, y este maldito mundo lo sabe —me susurró al oído.

Sollocé en su oreja, aferrándome a mi amiga con todas mis fuerzas. Amy se revolvió entre sus sábanas para volver a acostarse al revés.

Luego, en completo silencio, Johanna me hizo señas para pedirme que tomara el lado izquierdo de su cama mientras ella tomaba el derecho. Esa noche dormí muy rápido, aunque también muy intranquilo.

A la mañana siguiente, como había prometido, Johanna fue a mi habitación a traer un poco de mi ropa. Se veía que me conocía, porque llevó lo necesario, justo la ropa que yo necesitaba usar. Además, llevó mi maleta con mis cuadernos del día, los que había consultado en mi horario. Y así fue como yo, luego de una mirada de incredulidad y extrañeza por parte de Amy, le había dado las gracias a Johanna y había salido de la habitación con ella en busca de un día tranquilo.

Johanna y yo, en vez de tomar nuestro lugar habitual en el comedor, llevamos nuestro desayuno al jardín y ahí comimos. El resto del día traté de evitar a Will, y tuve mucho éxito en eso.

Y ahí estaba yo, en la biblioteca avanzando mi ensayo mientras esperaba que el director estuviera disponible para por fin ponerle un final a la situación desesperada. Mi mano no paraba de escribir. Esperaba sinceramente que no pareciera monólogo de ex novia despechada, aunque no creía que la maestra Grey lo considerara como tal, fuese lo que fuese que consiguiera como resultado final.

Esperar. Eso era lo que necesitaba.

Esperar y acabar el maldito ensayo de una vezpara poder concentrarme mejor en evadir al rubio que había sido mi casi-novio.

All I need is you © [AINIY #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora