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Llegar al campamento no fue tan tedioso como lo había sido el viaje. Ya habían levantado dos grupos de carpas, unas separadas de otras. El primer grupo estaba compuesto por carpas de color blanco, y las otras, por el contrario, eran negras. Las blancas se las asignaron a las chicas, y las negras a nosotros.

Mientras escogíamos cuál nos pertenecería a nosotros, Will me alcanzó.

—¿Qué dices, compartimos? —me dijo.

Asentí de inmediato.

Tenía que agradecer un par de bonos añadidos de este paseo al que en realidad yo no tenía muchas ganas de asistir. El primero: tal y como en el internado los hombres no podían compartir la habitación con las mujeres ni siquiera en sueños. Por lo menos así tenía garantizado el hecho de que no tendría que presenciar ninguna otra de esas escenitas entre Will y Valerie, lo que me iba a brindar un poco de tranquilidad.

En segundo lugar, las carpas eran excepcionalmente geniales. Eran bastante amplias, alfombradas con tapices muy bonitos y suaves de un tenue color beige. Había un gran camarote armable que evidenciaba todavía más que la tienda debía pertenecerle a dos personas.

Dejé mi mochila sobre la alfombra y Will lo hizo también.

—Vaya —se admiró.

Mis exclamaciones de sorpresa eran internas.

Me gustaba el ambiente. Hacía tiempo que no iba al campo, pero el campo de verdad, no el jardín de mi casa o el del internado.

Will decía que nos divertiríamos mucho y haríamos cosas juntos, así que no tendría tiempo ni para sentarme. Lo que él no sabía era que mi mochila estaba más llena de libros que de otra cosa.

—Pido la de arriba —sonrió pícaramente.

Levantó su propia mochila y la lanzó limpiamente. Cayó directamente sobre la litera de arriba del camarote.

—Lo hizo de nuevo, señor Robinson —dije, dando leves y ceremoniosas palmas.

—Lo sé —hizo una graciosa reverencia.

Se oscurecía, pero la tenue luz amarilla de una vieja y bonita lámpara de aceite llenaba el lugar de un brillo muy agradable.

—¿Crees que haya algo de comer? Muero de hambre —le pregunté, mientras colocaba mi mochila sobre la litera de abajo.

—Puedes comerme a mí —me dijo, lanzándome una mirada traviesa mientras subía y bajaba las cejas varias veces.

—Paso —reí.

Sin embargo, tuve que darle la espalda para que no notara el rubor de mis mejillas. Debía aprender a controlar ese asunto un día de esos.

A diferencia, naturalmente, de la estricta distribución del internado, en el campamento no había un horario determinado para nada. Nos dieron todo el tiempo del mundo para que pudiéramos instalarnos como era debido, y solo cuando comenzábamos a notar que nadie nos estaba llamando, nos atrevimos a asomarnos nuevamente al exterior.

—Mira eso... —suspiró Will mientras yo me encargaba de cerrar la tienda para que no entraran demasiados mosquitos.

Al voltear, me encontré lo más hermoso que había visto en muchísimo tiempo.

Lejos, en el horizonte, más allá de prados y prados, y probablemente kilómetros de vida silvestre, se encontraba un bello sol poniente de color anaranjado que parecía estar cayendo con dulce indulgencia ante los llamados del sueño. El cielo empezó a teñirse de bonitos tonos rojizos, azules y anaranjados brillantes, contrastantes con pocas chispeantes estrellas pequeñas salpicadas por todo el manto azul. Las nubes, formando copos de suave algodón flotante, se deslizaban bajo el cielo realizando su último paseo del día para el descanso nocturno.

All I need is you © [AINIY #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora