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Joslyn era una rubia de unos treinta años. Se encargaba del departamento de distribución y mantenimiento de habitaciones desde que yo había llegado al internado, quizás un poco más. Ella se encargaba de decidir quién iba con quién, y en dónde. Tenía el poder en sus manos, aunque no era la clase de poder que ella considerase importante. Debía ser un poco más que eso, porque ya la conocían antes de que yo llegara.

Siempre vestía un innecesario traje sastre de color esmeralda oscuro, como si nos encontráramos en la gran manzana, en una elegante y formal oficina en la que en cualquier momento tu jefe podía cruzar la puerta y pedirte que lo cubras en alguna importantísima reunión de trabajo. No vestía, definitivamente, como si se encontrara en el Henderson Green, un internado en medio de un casi artificial ambiente campestre.

Yo nunca había hablado con Joslyn, pero era amable, y lo sabía porque de vez en cuando nos cruzábamos en el almuerzo (almorzaba siempre sola en una mesa de la esquina del comedor, como si quisiera que nadie la notara) y habíamos intercambiado un cordial saludo.

Me acerqué al mostrador, encontrándola en su acostumbrada pose de intelectual con los ojos clavados en la pantalla del ordenador y algunos cabellos escapando de su prolijo peinado por acción del pequeño ventilador instalado en el pequeño cubículo que ella ocupaba en el vestíbulo del gran edificio de docentes.

Pensé que se percataría de mi presencia en cuanto llegara frente a ella, pero no lo hizo, así que tuve que aclararme la garganta para llamar su atención.

Clavó sus grandes ojos en mí.

—Buenas tardes —articulé educadamente.

—Buenas tardes —respondió a su vez—. ¿Qué lo trae por aquí, señor...?

—Ashburn —dije, sin darle importancia a mi apellido—. Necesito un cambio de habitación y... necesitaba saber si había alguna disponible.

Era curioso. Antes de llegar al lugar, en mi mente estaba perfectamente claro lo que iba a decir, pero al expresarlo se me habían enredado las palabras.

—¿Habitaciones? —dijo. Sus ojos brillaron por un segundo, lo que me produjo cierta nostalgia. Después de todo la pobre no debía tener ningún asunto interesante qué revisar además de la apertura y clausura del año escolar—. Déjame ver.

—Sí —dije.

Y me callé dejando que el sonido de las teclas castañeando rítmicamente llenara el lugar.

—Mmm... —dijo finalmente, luego de un momento. Miró a ambos lados asegurándose de que no hubiera nadie además de nosotros dos, la emoción le brotaba por los poros, como si se tratara de una chiquilla adolescente rompiendo las reglas— técnicamente, y en una ocasión común, este proceso llevaría meses... pero en realidad tienes suerte, porque tengo el registro de un compañero que recientemente inscribió su retiro temporal.

—¿Retiro temporal? —atiné a decir. En realidad, no esperaba ser tan afortunado—. ¿De quién se trata?

—Ike Terry Benson —me dijo, volteando el monitor de la computadora hasta que yo tuve la visión de un mapa perfecto del edificio de hombres, con pasillos y habitaciones con los nombres escritos—. Ocupa la habitación A4. Es una habitación personal.

—Bien —dije, tratando con todas mis fuerzas de no posar la vista en el cuadradito que representaba mi habitación con Will—. Y... ¿qué tan "temporal" sería el viaje de Ike?

—Viajó a Canadá para inscribirse en otro instituto. Va a realizar una estancia de prueba por un indefinido espacio de tiempo, pero si le gusta se quedará. Es por eso que lo archivé como retiro temporal.

—Ya veo —dije—. ¿Entonces está completamente disponible?

—En lo que a mí concierne, sí.

Genial.

—Gracias —dije.

—No hay por qué —respondió ella, sonriendo como casi nunca se le veía.

Por lo menos le había alegrado el día a alguien. Eso me hacía sentir un poco mejor. Solo me faltaba hablar con Anderson para que autorizara el cambio y ya, estaría hecho.

Tuve que cruzar un par de pasillos (y equivocarme en otro más, a propósito) hasta llegar a la oficina del director. Su secretaria, una castaña muy bonita de unos veintitantos años, me indicó que podía pasar cuando se lo pregunté.

Respiré hondo, ordené mis ideas, y llamé a la puerta dos veces. A la segunda vez, la áspera voz de Samuel Anderson me ordenó que entrara. Supongo que no esperaba que fuera yo.

—Buenas tardes, señor Anderson —mascullé.

El director se volvió a verme.

—Señor Ashburn, qué sorpresa —articuló cansadamente.

Aunque no se veía precisamente complacido de verme, pero no me lo tomé como algo personal. De hecho, se comportaba con todo el mundo de la misma manera.

—Dígame qué puedo hacer por usted —prosiguió.

—Bueno... —titubeé educadamente— verá, estoy solicitando mi cambio de habitación y... me dijeron que para obtenerlo debía pedir permiso al director.

—¿Cambio de habitación? —arqueó una ceja y ojeó algunos papeles tan solo por manía—. ¿Y se puede saber el motivo?

Si sigo con Will me voy a volver loco.

—Meramente estratégico —propuse—. Siento que le hará bien a mi desempeño académico.

—El problema, señor Ashburn, es que reubicarlo no es posible. A principio de año se distribuyen las ubicaciones y las habitaciones son exactas...

—Oh, sí, consulté primero con la oficina de distribución. Ike Benson irá a Canadá un tiempo y su habitación está disponible.

—¿Ike Benson? —me dedicó una mirada escéptica y luego empezó a teclear en la computadora de su escritorio.

—Sí, señor —reiteré.

Su búsqueda no tardó mucho, pero más de lo que yo esperaba.

—Al parecer es correcto —gruñó luego—. ¿Podría usted ser específico con los motivos de su solicitud?

Suspiré incómodamente, él me lanzó una mirada inquisidora. Por un momento pensé que lo sabía y quería hacerme la vida imposible con eso.

—Es que... siento que podría rendir más académicamente si no tuviera ninguna distracción —expliqué.

Eso no era del todo falso. Sabía que si continuaba compartiendo la habitación con Will él no se daría por vencido y ese asunto me absorbería. Me absorbería por completo.

—Bueno... no tengo motivos para decirle que no —dijo finalmente, como si le irritara sobremanera mi presencia y ya quisiera deshacerse de mí.

—¿Tengo permiso?

—Lo tiene. Puede empacar sus cosas. Solo déjele la constancia a Joslyn para que pueda notificarlo.

—Muchas gracias, director —dije.

Salí de su oficina habiendo perdido casi la mitad de mi peso. El director Anderson, aunque él mismo no tenía conocimiento de ello, acababa de darme algo muy importante.

Me acababa regalar mi llave a la libertad.

All I need is you © [AINIY #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora