Yarel continúa aquí en la estación y me pide disculpas una y otra vez por lo que sucedió en la casa de los Griera. La mansión mejor dicho.
–Basta ya, además yo quería golpear a esa basura. –le digo y trato de ocultar mi creciente sonrisa. Quisiera poder controlar el tiempo y volver a ese momento para golpearlo una y otra y otra vez.
–¿Cómo es que conoce a ese hombre? –me pregunta el muchacho. Estoy seguro que no tiene pensado marcharse de aquí. Yarel hasta se sienta frente a las rejas de mi celda con las piernas cruzadas.
–Bueno, fue hace mucho. –comienzo narrando lo que pasó cuando yo tenía apenas 10 años. Lo recuerdo muy bien.
Mis padres eran comerciantes en Rusia. Pero como la economía no funcionaba muy bien en el pequeño pueblo en donde vivíamos, mi padre tuvo la idea de viajar a otra ciudad en otro país. Gastó todos lo ahorros de mi madre, ella aún así no le reclamó nada para no tener que soportar los puños de su esposo. Su relación no era muy buena y yo también era golpeado cuando intentaba defenderla.
Dejando de lado eso, yo comenzaba de nuevo la escuela, en otra ciudad, con otros niños. Había perdido a todos mis amigos y tenia problemas para integrarme. La mayoría se burlaba de mi acento, hasta el profesor lo hacía pronunciando mal mi nombre o mi apellido. Aún así me esforcé y sólo me concentré en tener buenas notas y pasar de año.
Los años pasaron y con 14 años tuve una experiencia desagradable, creí que era el celo por el calor que sentía. Pero sólo era fiebre, una muy alta que me hacía delirar. Sólo recuerdo a mi madre a mi lado en ese momento. Al pasar la fiebre nada había cambiado, no tenía aroma y eso quería decir que era beta.
Mi padre me golpeó y también a mi madre por no ser alfa, dijo que era un inútil como ella, que debía dejar mis estudios y que sólo me quedaba trabajar como un esclavo. A pesar de sus alentadoras palabras, yo continúe en la escuela.
Unos chicos nuevos llegaron de otra institución y rápidamente se hicieron la fama de abusadores, ellos golpeaban a los más débiles por dinero o tarea. Una vez me arrinconaron en un callejón fuera de la escuela y quería mi tarea, yo me había esforzado mucho en hacerla y ellos me la iba a arrebatar. Me negué y se lanzaron hacia mí.
Yo soportaba bien sus golpes suaves, al estar acostumbrado a los de un adulto, me dije que eran idiotas y que yo era mucho más fuerte. Les grité que me dejaran en paz. Ellos se detuvieron mientras yo los miraba fijamente.
Mi tarea y útiles estaban arrojados sobre un charco de lodo, eso sólo me hizo enojar aún más. Les grité de nuevo diciendo que no vuelvan a meterse conmigo y ellos corrienron asustados. No lo entendí muy bien al principio porqué huyeron. Yo había utilizado la mirada de beta, sin saberlo. Pero ya habían causado daño. A partir de ese día comenzé a actuar más agresivo, era la única forma en la que los demás me respetaban. Ese respeto se fue transformando en miedo hasta que, un tiempo después, yo también era considerado como un abusador.
A los 15 años, cuando las clases comenzaron habían muchos alumnos nuevos a los cuales podía asustar o sacarles algún provecho. Me topé con uno que estaba en mi misma clase, un pequeño y asustadizo nerd que usaba anteojos. Pensé en utilizarlo para que me realice la tarea de matemáticas, la cual odiaba bastante. Entonces, a la hora del recreo, lo aparté de los demás alumnos y lo llevé al rincón menos concurrido de la escuela. Él apenas me vio y ya estaba temblando de miedo.
Le dije que no llore como niña y que apartir de ahora me haría todas las tareas de matemáticas. Ese idiota me dijo con la voz temblorosa que no era muy bueno en esa materia y tampoco en las otras. Le pregunté como era posible si usaba anteojos, fue ahí cuando aprendí que las apariencias engañan.
ESTÁS LEYENDO
Versión Omega
WerwolfUna chica debe vivir con la gran pena de ser una omega, pero ella decide sacar el máximo provecho posible a su condición.