Capítulo 22

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—Necesitaremos estudiar la bahía y conocer los puntos ciegos, no dejaremos nada al azar—Todos me miraban atentos —. distribuiré unas chatarras que en realidad estarán reforzadas por todo el lugar; Las utilizaremos como escondite y nos servirán para cubrirnos.—todos asintieron ante la idea, Aarón me miraba con los ojos como platos.

—¿Sabes quienes estarán allí?— Preguntó Charlie a lo que negué con la cabeza.

—No. Será algo silencioso, no quiero contratiempos. No sabrán que estaremos vigilando cada uno de sus pasos—Una media sonrisa se extendió por mi cara.—No hay edificios dónde esconder a nuestros hombres, por lo que no podremos contar con nuestros francotiradores— Suspiré cansado—

—¿Y el agua qué?— Preguntó Aarón a lo que todos le miramos confundidos.— Podemos escondernos en el agua, porque si es un sitio tan abierto, como dices, las posibilidades que nos vean son muchas. Tres de nosotros podríamos estar en el agua mientras los otros dos estarían fingiendo ser el comprador de aquél cargamento o decir lo enviaron.

Era una buena idea, había que admitirlo, pero un poco arriesgada.

Santos miró a Aarón sorprendido, mientras los demás le mirábamos con cierto orgullo. Era inevitable sentirlo.

—Dos por agua y tres por tierra. Descartaremos la idea de hablar o fingir con el comprador, pero igual lo tendremos preparado.— Asintieron concordando. Aarón sonreía como un niño orgulloso por sacar su primer sobresaliente— Aarón y yo subiremos y los demás nos cubrirán por tierra al sacar el cargamento.— Santos se removió incómodo en su asiento. Siempre habíamos ido los dos en esté tipo de estrategias, trabajábamos bien juntos, pero quería probar la lealtad de Aarón.

—Aarón todavía no está preparado— Gruñó Santos.— Tú y yo iremos por agua.

—No.

 —¡Podrías estar en peligro y el no podría ayudarte!—Gritó. Santos volvió a insistir, cansándome. Había dicho no, y así se quedará.

Me miró enojado y volvió su vista a las computadoras, ignorándome.

—¡Pueden irse!— Exclamé cansado. Ellos no se lo pensaron dos veces, en menos de dos minutos todos, excepto Santos y yo se habían ido.

Me senté en el sillón apoyando mis codos en mis muslos y mi cabeza en mi manos. Todavía no sabía nada de mi pequeña y eso me enloquecía.

Tenía que encontrarla. Tenía que tenerla junto a mi.

Mi pequeña seguramente estaría asustada. Oh, mi dulce Ámber

¿Por qué insisten en destruir lo único bueno que me queda en la vida?

Una punzada me perforó el pecho, robándome un pequeño gemido de dolor. No la protegí como debía. Es mi culpa, maldita sea.

Una sensación asfixiante se extendía por mi pecho robándome el aliento, no debí dejarla sola.

La abandoné.

¡Debía haber corrido a buscarla cuando ese maldito me lo advirtió!

¡¿Por qué coño no lo escuché, maldición?!

—¿Estas bien?—La voz de santos me sobresaltó, me había olvidado completamente de él.

—Ámber—Un débil susurro que llenó la habitación.

Santos me miró entristecido y se acercó a mi.

—Tranquilo, hermano. Yo estoy aquí—Habló con confianza, agarrándome del brazo y empujándome contra él en un abrazo. La calidez de  sus brazos me invadió y no pude evitar pensar lo afortunado que era al tenerle.

Daemon PetrovDonde viven las historias. Descúbrelo ahora