Bad Habit

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La pesada, fría y abundante lluvia hacia un frío y húmedo eco, que resonaba entre los edificios de aquella ciudad tan gélida y gris como cualquier otra, donde las pestes, la oscuridad y el asqueroso humo gris negruzco de fábricas y autos, que tapaba el cielo junto a las nubes que parecían nunca irse de aquel cielo iluminado por relámpagos y luz artificial amarillenta que cega más de lo que podria llegar a alumbrar.

Depresiva, sería la palabra que lograría englobar todo eso.

¿Quien podría vivir ahí?

Podemos suponer que una chica, la cual podría vivir en cualquier otro lado, podría vivir cerca de donde vivían sus padres, en alguna ciudad costera, viviendo de algún pequeño trabajo que le permitiera alquilar un lugar donde pudiera alojarse, o inclusive, en la casa de su abuela, quien había muerto hacia años de cáncer de pulmón, podría vivir en alguna ciudad llena de luz, sin tanta contaminación, donde podría costear un departamento, tal vez con alguna compañera de piso, tal vez trabajando en una cafetería, pero no; vivía en un agujero de ratas, con goteras que no podía explicarse, porque vivía en el piso 3 de un edificio de 5 pisos, con paredes húmedas, con la pintura cayéndose como si fuera la piel de algún reptil que ha empezado su muda, con puertas que rechinaban tan horriblemente que había tomado la decisión de vivir con todas abiertas de par en par, sin incluir la de entrada. Un lugar frío, oscuro y solitario.

Pero ella no lo veía así.

Estaba consiente de que vivía en un lugar que tenía más pinta de prisión que el centro de reinserción social que se encontraba a las afueras de la ciudad, también era consiente de el frío que sentía en noches como esa, y no hablemos del pésimo olor que su "hogar" (Por llamarlo de algún modo) emanaba por doquier, tampoco nos metamos en el piso casi tapizado con pañuelos desechables, cubiertos de distintos y desagradables fluidos corporales, de los muchos restos de jeringuillas y navajillas, o de las manchas color óxido que habían en el suelo de su habitación, baño, pasillo y sábanas, o de los cientos de empaques de comidas congeladas, medicamentos, encendedores, cigarros y porquerías que sólo ella sabía que utilidad tenían.

También estaba consiente de sus sábanas húmedas y con mal olor, de la oscuridad que decidía cubrirla inclusive sin que el sol bajara, porque una ventana no era suficiente para mantener iluminado aquel lugar que parecía sumido en la miseria y el abandono, era consiente de su aspecto, porque su rostro era cada vez más delgado, sus costillas se pegaban enfermizamente a su piel, que tenía un aspecto aceitoso y amarillento, su cabello era un nido de ratas, enmarañado y con una peste totalmente insoportable, sus dientes se habían manchado, sus ojos carecían de cualquier brillo, y sus brazos, piernas, abdomen y parte de su espalda estaban llenos de cicatrices sobre cicatrices, desde aquellas que estaban a punto de desaparecer, hasta aquellas de las que aún brotaba aquel líquido carmín tan necesario para vivir, también sabía que su ropa parecía sacada de algún basurero, por el hedor y la suciedad que era tan notoria como el hecho de que ella no estaba en lo absoluto bien.

Pero le daba igual.

Le daba totalmente igual.

No era por el hecho de que no tuviera razones para vivir, no, no era eso, porque según recordaba, si que las tenía, porque de no tenerlas, habría usado ya la soga que estaba colgada en el pequeño living, o habría hecho surcos más profundos en su cuerpo, apreciando su última obra; definitivamente no era eso.

Tampoco era el hecho de que se sentía mal con todos, incluyéndose, así que había decidido aislarse, no, no era eso tampoco, porque no odiaba a nadie, o eso pensaba, porque el hecho de pasar tanto tiempo en esas condiciones, te hace olvidar muchas cosas, lo único que al parecer no olvidaba, era el porque estaba ahí.

Tormento Donde viven las historias. Descúbrelo ahora